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miércoles, 31 de octubre de 2018

UN BOLAZO EN LA NARIZ


Cristóbal Encinas Sánchez

                En la tarde del sábado, los niños jugaban afanados en la plaza de la iglesia. Se celebraría la misa y los feligreses se apresuraban a entrar con los últimos toques de campana. Los jóvenes contaban sus hazañas rodeados de los pequeños entusiastas, a los que mostraban sus habilidades con el tirachinas, en el juego de la pita o en atrapar jilgueros con liria. El de más edad hizo ademán de cargar una bola de colores en su tirachinas. Tensó sus gomas con tiento, pero dándoles su máxima elongación. Hizo varias veces esta operación y, regodeándose, preguntó:
–¿Seré capaz de meter el proyectil por el rosetón de la fachada de la iglesia al primer intento?
 Todos estaban muy contentos de poder presenciar la gran proeza que proponía el tirador. Otros de su edad, con malicia dudaban y discutían. Esto le hizo reafirmarse en su decisión. Así obtendría el reconocimiento de todos. Al rato, dentro del templo, empezaba el sacerdote con los preparativos de la consagración de las especies. Si conseguía introducir aquella esfera, era probable que no golpeara nadie, pues la nave central tenía más de veinticinco metros de larga. Así que, envalentonándose, apuntó al centro del rosetón y disparó la bola. Y acertó. Todos los espectadores se sorprendieron y quedaron a la espera de que saliera alguien despotricando. 
Transcurrieron quince segundos cuando apareció por la puerta de la iglesia un guardia urbano, muy enfadado, para coger al impertinente. El muchacho se protegió por el corro de niños, y se hizo el sonso. Se había guardado su tirachinas en el cinto a la altura de la rabadilla y disimulaba bien.
El guardia miró en derredor varias veces y se fue directo al promotor del lanzamiento. Ya frente a él, le interrogó que quién era el que estuvo a punto de volcar el sagrado cáliz. Este, sumiso, no dijo nada, pero el uniformado conocía perfectamente los entretenimientos de aquellos jóvenes, y seriamente le reprendió:
–¡Dame el tirachinas! –y el muchacho se lo dio como si no supiese lo que acababa de ocurrir–. ¡Que no vuelvas a cometer semejante tropelía –expreso el guardia con severidad.
Desenredó las gomas y tiró el armatoste al suelo, pisándolo rompió la horquilla y las gomas y le instó para que se lo dijera a su padre, haciéndole comprender que la siguiente vez sería escarmentado.
Al volver a traspasar la puerta de la iglesia, el guardia se sintió orgulloso de haber dado una lección a aquellos adolescentes, los cuales se echaron a reír de una forma jubilosa. De buenas se había librado el muchacho.
Al día siguiente, la chica de la limpieza encontró en el suelo un trozo de la nariz del San José de la hornacina detrás del sagrario. Como no sabía qué hacer con ella, la dejó encima de la cómoda que hay en la sacristía, para que la viera el cura cuando fuera a vestirse para la misa del Día del Padre.

martes, 23 de octubre de 2018

HAIKU AL CORAZÓN


Cristóbal Encinas Sánchez

Con tierna súplica
al corazón, no fallas,
siempre le aciertas.
Tras de besarte,
mis besos siguen presos
para adorarte.

martes, 16 de octubre de 2018

EL ESCAPULARIO


CRISTÓBAL ENCINAS SÁNCHEZ

                La apesadumbrada chica esperó a que pasara la última columna de soldados. Al final de la estrecha calle avanzaba un carro tirado por un triste caballo. Los mutilados cuerpos, exangües, eran zarandeados por los vaivenes cuando las ruedas pisaban las piedras sacadas del pavimento. En uno de ellos, un brazo se extendió y en su muñeca mostró el mismo escapulario que ella había regalado la tarde anterior. Los labios se le quedaron congelados y no pudieron soltar ni una palabra, solo se le oyó gemir. Como una desquiciada se precipitó hacia el carro para comprobar si era el de su amado, pero su cara no estaba visible. El cabo que comandaba la fila ordenó a un soldado pararlo. Tras desplazar los cuerpos que se amontonaban sobre el que la chica había indicado, comprobó que una tupida barba le cubría el rostro. No podía razonar qué pudo ocurrir. Tal vez, en el último momento de la vida de aquel pobre hombre, le habrían consolado ofreciéndole la santa imagen para hacerle más llevadero su inminente trance.
Con gran resignación, la chica se retiró, de súbito, del inhumano carro para cobijarse en una lejana esperanza.

lunes, 15 de octubre de 2018

ACUÉRDATE DE QUE YA ES PASADO

CRISTÓBAL ENCINAS SÁNCHEZ

Acuérdate de que ya es pasado
y que volverán a estar las golondrinas
de tu juventud y de tu infancia
en un paño de rosas enmarcadas.
Acuérdate de que ya es pasado
y que hiciste las buenas cosas que quisiste,
las que te acariciaron febrilmente la cabeza
y te impulsaron a muchas horas de embeleso.
Acuérdate de que ya es pasado
y que te equivocaste mil veces en tu empeño,
en las noches inquietas y tranquilas,
buscando un amor por desamor cambiado.
Acuérdate de que ya es pasado
pero sigue escribiéndolo en libros de plata,
emborronándolos y marcándolos
con un brazado de bondades y de abrojos.
Acuérdate de que ya es pasado
aunque tú seguirás danzando
por las esquivas plazas de la vida,
buscando en el mañana tus conquistas.
También acuérdate, aunque seas pasado,
que aun así es fácil alcanzarlo:
simplemente un lloro, una emoción sublime,
y seguirás sintiendo en tus entrañas
las azules auroras que soñaste.

jueves, 4 de octubre de 2018

AL FILO



Cristóbal Encinas Sánchez

                Se sentó en el frío escalón de su puerta a las tres de la madrugada. Acababa de llegar la ambulancia que él mismo había pedido a la chica del 016. La policía estaba al llegar también. Exhaló el humo de sus pulmones después de una prolongada chupada al cigarro. La noche se había presentado negra, y él había sido el causante.
Un haz de luz asomó por entre las copas de los árboles que adornaban la empinada calle. Se levantó de su asiento y casi deslumbrado se mantuvo de pie , enfrentando la situación. Le causó un pánico atroz al verse rodeado de tanta gente. ¿Qué había hecho?
Todos le miraban de forma incriminatoria. Absurdamente se había quitado un montón de problemas de encima, creándose otro más grave. 
Una camilla lentamente salió por la puerta de la casa y todos suponían a quien llevaba. Estaban horrorizados por el fatal desenlace.
El juez había desestimado la petición de protección que había solicitado aquella mujer. Era otro fracaso de la justicia en el tema de la violencia doméstica.
NO A LA VIOLENCIA DE GÉNERO

lunes, 1 de octubre de 2018

ELIGIERON AL MUERTO


Cristóbal Encinas Sánchez

(Lema : ALGUIEN QUE AHORA NO ESTÁ AQUÍ).

            Se estaba grabando en el teatro la escena de la doncella en que profusamente lloraba y derrochaba palabras de gratitud hacia el vagabundo que yacía en el suelo. Pisando la magna espada, con ánimo de sacarla de donde la habían clavado, exclamó una retahíla de frases con gran boato.
De pronto, por la parte izquierda del escenario aparecieron dos guardias para llevarse preso al autor del robo de aquella significativa arma, que era del Rey y que apareció, lamentablemente, junto al vagabundo.
Se había originado una encarnizada pelea –decían los allí presentes– por el motivo de la defensa de la doncella, que fue asaltada por varios delincuentes. El vagabundo la había defendido con habilidad inigualable para ponerla a salvo, pues fue un famoso espadachín en su juventud, pero esta vez lo habían herido a traición y yacía en el suelo con un sospechoso desmayo. Todos creían que aquella escena era parte de la obra.
Los dos guardias argumentaron que, por la inmediatez de los hechos cometidos, y con lo que estaban viendo, que no daba lugar a equívocos, deberían de llevarse a alguien para presentarlo como testigo del robo y de la contundente violencia perpetrada. Necesitaban a alguien argumentara el hallazgo.
Nadie sabía nada ni conocía al culpable. Todos se mantenían erguidos y serios. Al rato, y viendo que la cosa se alargaba, la doncella suspiró con gran entereza y, con mucho dramatismo, exclamó:

–A mí, llévenme a mí, ya que yo he estado a punto de morir y él me ha salvado –lo dijo para ver si ahora alguien la acompañaba y por ver la actuación de los guardias. Uno de ellos, sorprendido por el cariz de la representación, y para salir airoso ante una dama tan arrogante y bella, prorrumpió:

–¡No, no debemos cometer una tropelía!, una insensatez, pues sabemos que el asesino ha sido alguien que ahora no está aquí. Pero mientras encontramos alguna prueba más concluyente, pensemos –dijo el primer guardia.
El otro guardia, con ojos muy vivarachos y como habiendo encontrado la solución pertinente, pasados unos segundos soltó:

–Si no se ríen, me atrevo a presentar esta opción: ¡LLevarnos al muerto! Diremos que tenía un poco de vida y en el camino murió. Nosotros cumplimos nuestra misión, y ya vendrá la policía a investigar para descubrir al asesino.


Los allí presentes intentaron no sonreír, no sabiendo si aquello era una broma dentro del espectáculo. Los guardias se fueron con lo que más les importaba: la espada, y la reataron muy bien a la montura de su caballo.