CRISTÓBAL ENCINAS SÁNCHEZ
Nefasto
era abominable por naturaleza y nada más que al levantarse. Podía estar muy
dicharachero por la mañana pero siempre acaba discutiendo y enfrentándose a
todos.
Nefasto se propuso el día de su quincuagésimo cumpleaños
ser más transigente y menos desgraciado. No lo consiguió porque no podía dar
más de sí. Tanto si iba a favor, o en contra de los acontecimientos, era muy
obstinado y así se enardecía él mismo.
Parecía vivir en continua contradicción, por eso
cuando hablaba ya nadie le escuchaba, y sufría cuando lo hacían, pues se
sonreían irónicamente, con la mirada perdida, sin mover un solo músculo del
rostro.
Todos sus amigos pasaban de su conversación, manifestando
una ausencia auditiva. Esto le ofuscaba más y le malhumoraba porque notaba el desprecio.
No quería liarla y seguir siendo así. Se mantendría en su empeño; todo consistía
en avanzar dando pequeños pasos.
Un día decidió no hablar más que lo imprescindible,
solo cuando le preguntaban cosas del trabajo, lo cual agradecía. Se reprimía en
exceso al contestar, motivo por el cual llegó a comprender que esto le
favorecía.
Las flores ni las tocaba, no quería hacerlo porque podrían
deshojarse. La hierba del parque, tampoco, por si dejaba de crecer. Cuando se
cruzaba con alguien, simplemente hacía un movimiento de cabeza, acompañándolo
de un abrir y cerrar de ojos, o un movimiento simulado de labios. Ni se atrevía
a decir buenos días porque no fueran a tornarse malos.
Por fin, Nefasto había cambiado su actitud con la gente, ahora era muy amable y precavido.
Consiguió hablar con dulzura y ser simpático con todos sus rivales. Fue entonces cuando la gente comenzó a estar encantada con él. Y se alegró tanto.