Cristóbal Encinas Sánchez
Fui a pedir cita al traumatólogo. La sala de espera rebosaba, había cola hasta
para salir. El verano hacía sus estragos, por lo que la puerta la dejé
entreabierta. Me quedé próximo a ella para estar fresquito y aligerar el
tránsito. Tras unos minutos, un paciente resopló:
–“Se va a
escapar el gato”.
Comprendí al
instante que lo decía por mí y me di por aludido.
–No he
cerrado la puerta para tenerla expedita y los ya visitados saldrán más
deprisa–. Eso es lo que alegué al imprevisible contertulio, pero no lo aprobó.
Le dolía la espalda y con el encañonado biruji más. Cerré sin dilación. –Solo
vengo a pedir cita y me voy rápido– le dije, para su tranquilidad. –El calor
seco va bien para el dolor. Nosotros compramos una manta eléctrica que ha
funcionado bien hasta hace unos días. Su termostato está fabricado en Cataluña.
Lo repararé–. Fue mi expresión para salir del paso.
–Yo también
tengo una, de marca alemana –respondió amablemente. –Es del tamaño de esta
radiografía– y me la mostró. Su mujer, que estaba sentada junto a él, argumentó
sin demora:
–Cuando en
casa se avería algún aparato, mi marido lo compra nuevo sin pensárselo dos
veces. Porque si cuesta arreglarlo veinte euros y nuevo vale cuarenta, no
merece correr riesgos y perder el tiempo.
Yo le dije
que sí lo merecía. Y secundé:
–En una
ocasión, en Barcelona, se estropeó el cierre de la puerta de la lavadora. Lo sustituí
fácilmente por otro y siguió funcionando bien durante varios años. Me costó
barato entonces: doscientas pesetas –dije con plena satisfacción.
–Fue por eso
de la pela, ¿no? – me interpeló él.
–¡Hombre,
claro! –deslicé mi dedo índice sobre el pulgar, haciendo un gesto que sugiere
dinero.
En ese
momento la enfermera me llamó para concertar la cita. Cuando ya me iba, esta le
dijo a mi interlocutor que el médico le esperaba. Pero antes de entrar a su
consulta se volvió hacia mí, con un gesto imprevisible, y me preguntó:
–¿Nació usted
en Cataluña?
Todos los
asistentes se volvieron hacia mí un poco extrañados.
–¡No! ¿Se me
nota? Yo soy de Badajoz.
–¡Ah! Es que
usted ha estado hablándome de Cataluña y ya estaba harto. He roto radicalmente
con ellos, no los trago.
–Bueno,
hombre, tampoco es para tanto –susurré.
–¡No quiero
seguir la conversación! Por cierto, el champán de Badajoz está buenísimo y es
barato. A 1.80 euros la botella.
–Muy bueno,
sí–. Le reconocí, alejándome de la puerta.
Pensé que
algo desagradable le ocurrió en esta región y por eso manifestó sus
sentimientos sin ningún reparo.
–¡Adiós¡ Y
que se mejore usted! –le dije.
Acto seguido
salí, y esta vez dejé la puerta bien “tancada”.
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