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domingo, 26 de abril de 2020

LIBERTAD ES HOY




CRISTÓBAL ENCINAS SÁNCHEZ

Hoy es veintiséis de abril.
Salió del confinado mi niño,
no podía aguantar más el aire estancado
de los rincones del piso.
Como resortes saltan sus extremidades
y sus músculos se tensan
en los caminos de tierra,
entre los necesitados árboles
del parque que los alberga.
Entre las fuentes y los estanques,
las palomas, que hacen su recorrido,
beben ausentes el agua fresca.
Como en otros días de sol,
unos niños se acercan
y juegan intensamente desentrenados;
los más pequeños brotan a manojos
por calles colindantes.
A mi niño se le ve la alegría en la cara,
después de tantos días carecerla,
puede una hora disfrutarla.
Pero no puede abrazar a sus amigos,
ni a sus abuelos ni a sus primos.
Mas hoy no hay pena que valga,
porque se acercan los días
en que se pudre la cuarentena.
Los compañeros de clase se saludan y pasan.
De sus manos abundantes
parte una sonrisa amplia,
a dos metros de distancia.
Llevan esa regla en el pensamiento.
Hoy, un nuevo día, los ha sorprendido,
regalándoles un gran espectáculo.
Solo una hora queda
para seguir disfrutando,
una hora más hasta las nueve,
y un kilómetro de libertad
de por medio.
La libertad, que sueña bella,
les estaba aguardando agazapada.
¡Vámonos, niño!,
que la alegría ha sido tuya,
y mañana te seguirá esperando
con más de lo mismo.

sábado, 25 de abril de 2020

AGRADECIMIENTO


(Cristóbal Encinas Sánchez)

Hasta finales de mayo
seguiré con mi bastón
acosando a ese bicho
al que no otorgo perdón.
Roe el virus las entrañas
con disimulo siniestro;
vamos viendo sus destrozos
al recorrer su trayecto.
Desde un lugar muy lejano
viene armado el impasible,
nadie su maldad la sabe,
tampoco cómo se viste.
Entrando por Alemania,
obstáculo no encontró,
cruzó por Italia y Francia
y Pirineos coronó.
Sin oírlo ni tocarlo,
sin armas para prenderlo,
con el cuerpo por delante,
sin armadura ni yelmo,
se enfrentaron contra él
los sanitarios enhiestos.
Como soldados en fila,
con el amor entre dientes,
así pudieron ganarle
estos bravos combatientes.
Con solícita premura
entregan su alma al paciente,
le ofrecen su corazón
con la actitud más ferviente.
No se sabe cada día
a los que el sol podrá ver,
pero ellos, incansables,
dejan su rostro y su piel.
Bien todos lo saben ya,
pues su marcha es inminente,
la vida llega entre cánticos:
murió el virus prepotente.
Los brazos de este país
han luchado con tesón,
y el pueblo logró vivir
gracias a esta decisión.
A los que han ayudado
con tanto amor y denuedo
a salvar miles de vidas
les prometo agradecérselo.