Cristóbal Encinas Sánchez
Pensé que era mi bolígrafo el que
había utilizado para rellenar un impreso y después lo metí en el bolsillo de mi
camisa. La dependienta del establecimiento me avisó de que se lo devolviera. Yo
me disculpé pues no tenía intención de llevármelo ya que otros podrían
necesitarlo.
A mí me suelen regalar algún
bolígrafo de vez en cuando, se ve que notan mi afición por este adminículo; siempre
suelo llevar uno encima, y lo presto si alguien lo necesita. Me gusta apuntar
cosas entre las páginas vacías de las libretas antiguas que encuentro en mis
estantería, para aprovecharlas. Cuando voy a alguna consulta médica, también subrayo
lo interesante que encuentro de las revistas. Durante la espera, tomo cualquier
trozo de papel que me haga falta para anotar un dato . Ya en casa, lo echo al
cajón de mi mesa, amontonándolo con otros que pasarán por sucesivas revisiones
en los siguientes días. Algunos de estos papelillos se quedan en mi chaqueta, tan
bien que parecen que se quedan pegados a las paredes de los bolsillos.
Cada año, al
entrar el invierno, me los encuentro. Estas pequeñas notas, con renglones
dispares e inextricables, me sugieren diferentes temas o matices. Entonces me
doy cuenta de que he cambiado algo.
Se puede uno imaginar que cada
bolígrafo nos sugiere ideas diferentes según su aspecto, su tacto o por el
color de la tinta que contiene. Algunos son más de diario y otros se reservan para
lucirse en la firma de documentos. Estos nos sacan de la rutina y, cuando se
gastan, van al depósito, una caja transparente de plástico. En general, los
suelo guardar un tiempo por si puedo aprovechar cualquier parte si otros se
rompen y también porque han sido los que me han hecho no permanecer inmutable a
lo que me acontece, y fueron capaces de tirar de mis ideas.
En fin, mi bolígrafo me ayuda diariamente
a pensar y a salir con maña de la inercia represiva de la inactividad que siempre
acecha. Y aunque él tenga un peso insignificante, liviano, es suficiente como
para echarlo en falta cuando salgo de casa. Si no lo llevo encima, decididamente
vuelvo a por él, por eso de no estar incomunicado. Y porque me sujeta la cartera.