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domingo, 29 de marzo de 2020

El BOLÍGRAFO (ayuda a pensar)



Cristóbal Encinas Sánchez 

            Pensé que era mi bolígrafo el que había utilizado para rellenar un impreso y después lo metí en el bolsillo de mi camisa. La dependienta del establecimiento me avisó de que se lo devolviera. Yo me disculpé pues no tenía intención de llevármelo ya que otros podrían necesitarlo.
            A mí me suelen regalar algún bolígrafo de vez en cuando, se ve que notan mi afición por este adminículo; siempre suelo llevar uno encima, y lo presto si alguien lo necesita. Me gusta apuntar cosas entre las páginas vacías de las libretas antiguas que encuentro en mis estantería, para aprovecharlas. Cuando voy a alguna consulta médica, también subrayo lo interesante que encuentro de las revistas. Durante la espera, tomo cualquier trozo de papel que me haga falta para anotar un dato . Ya en casa, lo echo al cajón de mi mesa, amontonándolo con otros que pasarán por sucesivas revisiones en los siguientes días. Algunos de estos papelillos se quedan en mi chaqueta, tan bien que parecen que se quedan pegados a las paredes de los bolsillos.
Cada año, al entrar el invierno, me los encuentro. Estas pequeñas notas, con renglones dispares e inextricables, me sugieren diferentes temas o matices. Entonces me doy cuenta de que he cambiado algo.
            Se puede uno imaginar que cada bolígrafo nos sugiere ideas diferentes según su aspecto, su tacto o por el color de la tinta que contiene. Algunos son más de diario y otros se reservan para lucirse en la firma de documentos. Estos nos sacan de la rutina y, cuando se gastan, van al depósito, una caja transparente de plástico. En general, los suelo guardar un tiempo por si puedo aprovechar cualquier parte si otros se rompen y también porque han sido los que me han hecho no permanecer inmutable a lo que me acontece, y fueron capaces de tirar de mis ideas.
            
             En fin, mi bolígrafo me ayuda diariamente a pensar y a salir con maña de la inercia represiva de la inactividad que siempre acecha. Y aunque él tenga un peso insignificante, liviano, es suficiente como para echarlo en falta cuando salgo de casa. Si no lo llevo encima, decididamente vuelvo a por él, por eso de no estar incomunicado. Y porque me sujeta la cartera.

domingo, 15 de marzo de 2020

UN GITANILLO


CRISTÓBAL ENCINAS SÁNCHEZ
Asoman por la ventana
los dos ojos negros
de un niño pequeño.
Su faz es alegre,
acaracolado el pelo,
y se muestra sonriente.
Palmas y panderetas hierven
con sus canciones
a las orillas del río
todas las tardes.
Y por las mañanas,
con el pregón de los gallos,
ya se está levantando
para ver las flores,
correr por las laderas
de los lejanos cantos,
por los montes sembrados.
Está hecho de nervio,
y al pasar por mi casa,
por si estamos dentro,
sube la persiana.
Entonces ojea,
nos saluda y se planta
haciendo una pose,
mostrando su casta,
diciendo versos flamencos
que hablan de España,
y después sale corriendo.
Asoman por la ventana
unos ojillos negros
de un niño pequeño,
que son una gracia.