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martes, 25 de mayo de 2021

COMPLOT EN LA BUHARDILLA

 Cristóbal Encinas Sánchez

      A las nueve y cuatro minutos de la noche se había producido una explosión en el tejado de la iglesia. La policía se presentó en el lugar varios minutos después. Nadie sabía qué había sucedido ni el porqué de aquella aberración, la suerte fue que solo se había quedado en un aviso.

–Ha sido una pequeña carga plástica sin metralla –comentó nerviosamente el sargento.

      A cuatrocientos metros de allí, en la buhardilla del hotel rural San Jorge, se reunirían a las 10:45 h, en una extraña cena, los cuatro miembros de la Asociación Aquasol. Estos vestían prendas de colores pálidos para no llamar la atención. Cada uno había  entrando al hotel por libre, y distanciándose en el tiempo para que el recepcionista no pudiera relacionarlos. La noche se presentaba intempestiva, por lo que era mejor estar a buen recaudo. Todos, desde su juventud, habían tenido ideas parecidas y avanzadas como para tomar decisiones importantes sobre la marcha.  

  –El plan originariamente consistía en darles el susto. Creo que hemos cumplido con nuestra misión. Ahora debemos esperar –dijo Martin, juntado las palmas de las manos y entrelazando los dedos–, incluso darles más tiempo.

–No estoy de acuerdo, Martin, te equivocas  –respondió Ernest–. Exactamente no era eso lo que pretendíamos; les habíamos propuesto en las elecciones que el partido dominante nos informara de sus pretensiones hidráulicas. Pero no debemos de infundir el terror.

–Ernest, no te llames a engaño. Esta gente no hablará. Las ideas propuestas deben de ser cumplidas, para que el pueblo confíe. ¿Es que los poderes políticos no se dan cuenta de que esto va en serio? Como no hemos actuado antes, ellos creen que somos incapaces de movilizarnos, pero esto se ha convertido en un desafío. Nuestra mano ahora se mostrará dura, y se lo demostraremos –se dejó caer el notario.  

–Así me gusta, Ambrosius. Si antes de las doce de esta noche no han contestado con las cinco dobles campanadas, demoleremos la presa. Tú darás fe de nos han obligado a tomar esta resolución. Espero vernos, pues, en Gibraltar, a las 2 h 55 m, donde tomaremos un avión que nos llevará a Londres – afirmó con rotundidad el jefe.

     No se recibió la señal sonora, y al dar las doce la cuadrilla se separó con mucho sigilo. En tres horas menos cuatro minutos la estación de radio emitían perfectamente y Ambrosius lo comprobó recibiendo el s.ms. que se esperaba del otro componente que aguardaba a las afueras del pueblo cerca de la presa.  

    Cada uno, por tiempos, se fue hacia su propio coche y en direcciones distintas. Ambrosius, el notario, se fue por el camino camino de la presa para darle la supuesta orden al dinamitero y largarse.

    Dos coches patrulla de la policía los estaba esperando a la salida del túnel, donde los pararon. El teléfono móvil conectado dentro de un florero los había delatado.