CRISTÓBAL
ENCINAS SÁNCHEZ
Está
oscuro. Está lloviendo y es de noche.
Me
he despertado de mi sueño
por
el delicioso murmullo que produce el agua
al
caer despacio, suavemente.
Débilmente
las gotas de lluvia golpean
la
dura acera de la calle.
Plácidamente,
acostumbro, poco a poco,
el
oído a la dulzura de sus notas,
al
rasgar el silencio.
Tiro
de la ropa hacia atrás y me levanto
para
mirar a través de la ventana.
Sin
prisa, con reparo a hacer algún ruido, la abro.
El
agua, entremezclada con el viento,
me
da en el pecho y en la cara:
un
delicioso frescor alivia mi cuerpo.
La
leve brisa, que corre de un lado para otro,
se
disuelve en mi cuarto, lenta y muda.
Las
cortinas se balancean en su presencia inesperada.
De
pronto se aprecia la oscuridad intensa,
por
la poca luz que despiden los tenues filamentos
de
las exiguas bombillas que quedan en su sitio.
Una
serenidad extrema se descuelga del manto de la noche.
Mientras
tanto pienso en algo que me falta.
El
día que transcurre libremente,
no
puede pararse ni un momento,
para
darse por vencido ante él mismo;
incansable
y despreocupado se desliza
a
través de una serie de días ilimitada
el
tiempo.
El
tiempo no puede pensar que ciertas horas
no
deberían de terminarse nunca.
Nosotros,
todos, marcamos el ritmo que nos manda,
y
no es posible exigirle que se estanque,
porque
es la vida quien le obliga a andar.
Sí,
ahora pienso en esas cosas,
pienso
en algo que me falta:
¡me
falta tiempo!
Pienso
en los días que estuve junto a ti,
y
que añoraba la paz contigo,
la
dulzura y la inmensidad de la noche,
el
volar del pájaro errante,
el
ruido de las olas al romper,
el
olor de la ansiada primavera,
el
delicado cantar del ruiseñor;
la
nostalgia de un tiempo que pasó,
el
mojarnos unidos por la lluvia,
la
fuerza para sostener un mundo,
la
apacible serenidad del lago,
la
sonrisa plateada de tus labios
y
el mirar de tus cálidos ojos.
Sé
que todas aquellas añoranzas
se
quedaron grabadas en mi mente
y
almacenadas en mi corazón.
La
fiereza que me mostró el presente
al
intentar crearme un futuro feliz,
afloraba
con viveza en mi memoria,
se
separó de aquella mi esperanza
que
en un día lejano sorprendí.
Mas
ahora pienso en esas cosas,
pienso
en algo que me falta:
¡me
falta tiempo!
Sí,
ahora que el aire me azota la cara,
y
el agua se introduce en mis ojos y mi boca,
me
hace saborear la dulzura de un pasado,
cuando
aquella lluvia me mojaba
a
la par que me mojabas tú, mirándome,
cuando
tus labios no hacía falta que susurraran
sin
romper el hilo de nuestra mirada,
envolvente
y fresca;
y es cuando siento una nostalgia
por
la vida que pasó,
llena
de los ratos alegres y fugaces,
ininterrumpidos
y vivos, que a tu lado viví.
Cuando
el frío calentaba tu sonrisa
y
tu calor apagaba mi rescoldo;
cuando
la nieve se derretía al ver tu flor,
al
sentir tu perfume, tu pisada,
tu
mirar, que es tu cielo.
Ahora
pienso en esas cosas,
pienso
en algo que me falta:
¡me
falta tiempo!
Sí,
me falta el tiempo que estuve contigo
y
que no pude almacenarlo o encerrarlo,
guardarlo
como a lo que más se quiere,
cuidarlo
como a unos zapatos nuevos,
un
primer anillo, un crucifijo o un antiguo sombrero.
No
pude encerrar aquellos momentos,
porque
el tiempo no cesa en su cometido;
tenemos
que marcar el tiempo que él nos fija
por
el estrecho paso de los días.
No
es posible que se estanque
porque
es la vida quien le obliga a andar.
Despacio
y en la oscuridad me dirijo hacia mi cama;
he
dejado la ventana entreabierta
para
que así el aire fresco me acaricie la cara.
Las
cortinas se balancean sinuosamente.
Aún
noto el débil sonido del golpe de las gotas de lluvia
en
la desgastada acera de cemento.
Es
muy entrada la noche ya.
Soñoliento,
me pongo a esperar el día.
Apoyada
mi cabeza sobre el cabezal de la cama,
vuelvo
la vista hacia el trozo de cielo,
y
pienso en algo que me falta:
¡me
falta el tiempo que me arrojó a tus brazos!
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