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jueves, 7 de noviembre de 2024

UNA SUPUESTA COMIDA

 

Cristóbal Encinas Sánchez

          Dos horas antes de empezar a servir las comidas en el restaurante de la planta baja donde vivimos, hay mucho trasiego de gente que trae carnes y pescados selectos dispuestos para ser cocinados con el mayor esmero. El hervir de las ollas y sartenes chamuscadas, ensaladas a condimentar con las más exóticas hierbas y especias, rociadas con un apreciado aceite de oliva virgen extra, es lo que suponemos que se avecina.

          Comenzada la labor, un efluvio sube por las paredes próximas a mi dormitorio que quiere trasminarme, en principio, y dejarse influir descaradamente.

          Mi mujer y yo nos barruntamos los platos que van a ser elaborados en el día, los que van a tener la suerte de disfrutarse por cada comensal invitado.

          Nos suponemos entonces los ingredientes que está utilizando el chef, por los olores que percibimos, y nos ponemos, a continuación, a cocinar nuestro plato.

          Al final de la sobremesa comprobaremos quién ha cocinado con el mayor esmero, si los de abajo o nosotros.

          Quiero significar que nos asiste el privilegio de la altura. Con todos los preparativos, los fogones están haciendo su trabajo en la consecución de los platos de renombre y de la mano del chef que sabe mezclar las materias primas y dar las proporciones idóneas para conseguir exquisitos manjares.

          A la hora de sentarnos a la mesa –cada uno en su lugar–, saborearemos lo dispuesto como si fuéramos un cliente normal y decidiremos, sin miedo a equivocarnos, si nuestra paella superará sobradamente nuestro reto, o no, comparando con las que ofrecen en el restaurante, por los comentarios que aportan los usuales parroquianos.

          Yo no quiero porfiar, pero mi mujer en esto de la cocina es un encanto: le pone gran interés y pasión, echándole todo su tiempo, en particular, a cada ingrediente.