(Cristóbal
Encinas Sánchez)
Hasta
finales de mayo
seguiré con
mi bastón
acosando a ese
bicho
al que no otorgo
perdón.
Roe el virus
las entrañas
con disimulo
siniestro;
vamos viendo
sus destrozos
al recorrer
su trayecto.
Desde un
lugar muy lejano
viene armado
el impasible,
nadie su
maldad la sabe,
tampoco cómo
se viste.
Entrando por
Alemania,
obstáculo no
encontró,
cruzó por Italia
y Francia
y Pirineos
coronó.
Sin oírlo ni
tocarlo,
sin armas
para prenderlo,
con el
cuerpo por delante,
sin armadura
ni yelmo,
se
enfrentaron contra él
los
sanitarios enhiestos.
Como
soldados en fila,
con el amor entre
dientes,
así pudieron
ganarle
estos bravos
combatientes.
Con solícita
premura
entregan su
alma al paciente,
le ofrecen
su corazón
con la
actitud más ferviente.
No se sabe
cada día
a los que el
sol podrá ver,
pero ellos, incansables,
dejan su rostro
y su piel.
Bien todos
lo saben ya,
pues su
marcha es inminente,
la vida llega
entre cánticos:
murió el
virus prepotente.
Los brazos de este país
han luchado
con tesón,
y el pueblo
logró vivir
gracias a
esta decisión.
A los que
han ayudado
con tanto amor
y denuedo
a salvar miles
de vidas
les prometo agradecérselo.
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