LA CRUZ DEL
DIABLO
Cristóbal Encinas Sánchez
En la parte más alta del monte había clavada
una gran cruz negra y roja de madera de pino. Decían los lugareños que provenía
de Flandes. En ella se habían sacrificado a muchas personas desde la Edad Media.
Un buen cristiano, a medios del siglo XIX, se la trajo de allí, donde permanecía
arrumbada en el sótano de una iglesia, junto a un osario con escasos restos.
Fueron tan inhumanos los tratos que en ella se infligieron que disponía de una
cavidad practicada en la parte frontal superior del puntal, de un tamaño aproximado al de una
cabeza humana. Este hueco se comunicaba con la cara posterior del madero a través de
un orificio. Por él, cuando alguno de los condenados se resistía a morir,
introducía el verdugo un largo clavo que le ayudaría a hacerlo de una forma certera. Le llamaron entonces la Cruz Maldita o del Diablo. Posteriormente, la aserraron por este extremo para
eliminar la macabra oquedad, aligerando así su peso. Y la volvieron a ensamblar de nuevo.
Cada año, en el mes de mayo, la gente llevaba
ramos de flores, las más perfumadas y vistosas, a tan insigne lugar. Allí los ofrecían
a los mártires con la convicción de que nunca más se incurriera en tan nefanda crueldad.
La habían rebautizado con el nombre de “Cruz Renovadora” : se había instituido
la paz.
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