En la noche ventosa siento el frío que te hiere y te raja como un sable en la profunda sima que te abre; solo en la paz encuentro el desvarío.
Me asomo buscando el precipicio y el mar se queda limpio e inundado del sol que brilla y yo me encuentro helado: estoy como un carámbano, un suplicio.
Desprotegido ya de mi calor desahuciado de mi cuerpo, recoge el clamor del aire en su aposento pidiéndole clemencia al padre sol, sabiendo que la vida se me encoge, naufraga a la deriva y quedo yerto.
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