Cristóbal Encinas Sánchez
Los
chiquillos del barrio solían salirse a las afueras del pueblo, en las tardes
del sábado, para ver llegar a unas señoras muy maquilladas que les hacían
guiños y gestos incitantes, atrevidos, que a ellos les causaba risa y les ponía,
sencillamente, nerviosos.
Con
facilidad, los más osados, una vez calmado el revuelo, trepaban por una verja trasera de la vistosa casa que las
había cobijado, para observar a través de las ventanas de las habitaciones a
las distinguidas anfitrionas, de las cuales, se decía, exhalaban profundos
suspiros a partir de las horas de cierre
del establecimiento.
Después de
varias horas de estar escondidos, los muchachos contemplaban la fachada posterior de la
casa que parecía una película del estilo de Jacques Tati. La simultaneidad de
escenas en aquella panorámica, donde unas chicas aparecían con el sostén dándoles
vueltas, otras con unas braguitas y ligueros de los más variados colores, montando
una fiesta de besos, era de lo más atractivo, variado y complaciente para ellos.
La institución, con "pedigrí" reconocido, ofrecía, sin duda, atractivos
que no había en otros lugares. Por estos motivos, llegaban hombres de todas las
edades, ideas y estratos sociales, vestidos siempre de manera impecable, con
buen gusto y una afabilidad extrema.
Entre
los jóvenes se comentaba que los trasnochadores se sucedían para gozar de los
productos del amor -decían los más avispados- por lo que suponían que estos disfrutarían de agasajos, exquisita comida, música y licores entre mimos y
ternuras.
Por fin, cuando los visitantes se marchaban, las mujeres los despedían asomándose a los balcones, aireando las prendas íntimas y simulando enjugarse las inexistentes lágrimas, no sin antes haberse puesto unas enaguas translúcidas, para entonar canciones románticas y pícaras, a la vez que les lanzaban
puñados de pétalos de rosas rojas.
Existía un
rumor muy arraigado de que muchos de aquellos hombres vinieron de fuera, que
habían participado en feroces guerras, y que habían conseguido recuperar su
corazón en el magnífico burdel llamado El
amor sin límite.
FOTO CEDIDA POR MI AMIGO PEDRO OTAOLA
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