CRISTÓBAL ENCINAS SÁNCHEZ
El inquilino
del piso de arriba, desde el último rellano, observaba de forma absorbente a su
joven vecina que bajaba las escaleras, entretenidamente, dando pequeños brincos.
Ella no se percataba
pero, a cada paso que daba, él soltaba un ostentoso suspiro acompasado. Al llegar a la meseta de
escalera, ella se paró porque notaba
como un cierto eco que la perseguía, como si alguien quisiera acompañarla. De
pronto, la muchacha se dio a vuelta y miró hacia arriba por el amplio hueco. Y
allí estaba él, sonriendo con disimulo, susurrando una antigua canción de amor
que a ella le gustaba.
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