Cristóbal Encinas
Sánchez
En un momento reflexivo me di
cuenta
de que nada tenía alrededor;
se me ocurrió pensar que aquello era la Nada
porque nadie había conmigo,
solo
silencio.
Tampoco echaba en falta a nadie.
No tenía conciencia del tiempo,
ni del cansancio, ni de la luz,
ni del peso de una espada que me
sostuviera.
Permanecí con los ojos cerrados,
indefinidamente,
y en el recuerdo perduraba la
ausencia,
sin música, sin huesos, sin caja,
sin tierra ni medalla.
Esto me suscitó profusas lágrimas,
suspiros de alarma, desconcierto
y terror;
propenso estuve a dejarme
arrastrar, sin sufrimiento,
sin huellas vivido, solo imaginado.
Se presentaba ante mí el
nacimiento de celestes caminos
que no llegaban a ningún sitio
y que convergían en otro más negro.
"¡No es posible la salida!,
no hay caminos diáfanos sino enrevesados"
–me
decía con insistencia.
Recuerdos del ayer, huesos
dormidos hoy,
solo huesos invisibles.
Y pienso ahora que lo más probable es que no vuelva a pensar.
Solo se me quedó rondando este
pensamiento,
el último que da muchas vueltas en la
cabeza hueca,
girando como un cangilón de una
noria persistente
a la que nadie osará detener para que yo me baje.
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