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martes, 30 de marzo de 2021

EL SEÑOR DEL CABALLO

 Cristóbal Encinas Sánchez 

                En el mes de julio se hace la recolección de los garbanzos. Los braceros están avisados para el día del comienzo. Se saldrá muy temprano para desplazarse caminando hasta la finca. Son malos años y aunque el tiempo es seco no se puede retrasar un día la recogida de las semillas, porque hay miedo a las tormentas y al hambre.

Los braceros se van poniendo uno al lado del otro para formar un frente común. Por melgas o “luchas” se van arrancando las matas. El sabor a salitre se propaga con intensidad.

Al coger la mata y tirar de ella, las manos indefensas se adolecen y resbalan. Cada vez más se ve el color de la tierra ya despoblada. Pronto les comenzará a doler también la rabadilla.

 Un señor a caballo les va siempre a la zaga, viendo cómo llevan la tarea y les alerta de que no se queden gavillas sueltas ni haces mal atados.

 Hace varias horas que se disfrutó del almuerzo y toca un pequeño descanso para echar un cigarro. Algunos llevan picadura de “caldo de gallina” y allí mismo fabrican, con la destreza de sus manos encalladas, un cigarrillo, liando las hebras con un papelito engomado de librete.

El manijero mira el reloj. Transcurridos varios minutos, parece tener una avidez nerviosa por terminar el cigarro recién encendido y le da un bocado. Trata de disimularlo escupiéndolo en un pañuelo. Cuando pasa otro minuto le propicia otro bocado, y así durará menos el receso.

Antes de lo previsto, todos vuelven al corte para aprovechar bien el tiempo, esa es la consigna. Y el calor se deja caer como si fuera plomo derretido.

 Subido al caballo, el señorito merodea por detrás del grupo de trabajadores. Ostenta una elevada posición ecuestre que no todos quieren apreciar.

El bocado de acero entre los dientes del caballo, le hace segregar a este una espesa saliva. Para quitársela del belfo, resopla y se esparce en la cara de una joven muchacha que, sorprendida, se yergue de su postura y se encara con el jinete:

–“¡Señor!, haga usted el favor de retirarse de nosotros y de tenernos en consideración. Estamos postrados toda la mañana, y usted está pendiente de que no dejemos el trabajo ni un momento. Y, por si fuera poco, nos acosa con el pobre animal, que bufa, inquieto , y nos lanza sus babas a la cara. ¡Ya está bien! Y encima, ¡qué bien agarradas están las matas a la tierra!

 A la joven le salieron del alma aquellas palabras. Todavía no había aprendido a ser prudente o a dejarse humillar. A partir de entonces, la tarde estuvo muy laboriosa y ensimismada.

El jinete se mantuvo alejado del grupo de trabajadores mientras caía el sol. Cuando este se puso, el haza estaba ya limpia de las pinchudas matas, formando haces dispuestos en hileras para ser cargarlos en mulos y barcinados a la era. Ahora se podía descansar con toda la tranquilidad.

El viejo avasallador vagaba distante, callado y torvo, como receloso. Los de más edad sabían que nunca hay que fiarse de las apariencias, porque los tiranos nunca se cansan.

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