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domingo, 7 de marzo de 2021

UN SUEÑO AMARGO

 

CRISTÓBAL ENCINAS SÁNCHEZ

           Esta noche encuentro en los posos de este vino amargo reminiscencias de la vida que tuvimos. Ya llegó el momento para no seguir fingiendo que supimos llevar de forma conveniente nuestra apresurada vida.

Ajeno a todo, me cobijo en aquel cuarto de los trastos de la vieja casa de mis abuelos, donde había jáquimas colgadas, tablones, azadones, hoces y rastrillos revueltos en el suelo. Yo buscaba mi entretenimiento preferido bajo la pequeña ventana, en el rincón: la albarda del mulo Romero. Me subía encima y comenzaba a recordar cuando trotaba por los campos de cereal  casi recién nacido, por las orillas de los ríos y por los límites de las alamedas.

Me imaginaba corriendo por las veredas hacia los llanos del Banco con algunos compañeros de la escuela, para ir a asomarnos a los altos farallones que dan al Torcal y desde allí bajar para visitar las cuevas, con el peligro de caernos en alguna sima.

Después, subía a las cámaras, donde jugué muchas veces con mi hermano. Nos escondíamos y subíamos encima de los haces de esparto almacenado que sobraron cuando mis familiares hicieron el tejado.

Escrutábamos todo: dos cencerros grandes que pendían de un clavo, los cestos con semillas, las sarrietas. Otras veces nos armábamos allí con cuchillos, a modo de chuzo o lanza, para defendernos, en caso necesario, de algún “sacamantecas”  que estuviera escondido. Con una corneta deslustrada, calada en bandolera, intentábamos llamarnos con su toque, pero no sabíamos impulsar el aire por la boquilla.

Con un sable herrumbroso y con una bayoneta, intentábamos imitar las peleas del cine. Por ser yo el mayor de los dos, me apropiaba de la espada. No podía blandirla ni con las dos manos, pero nunca nos herimos, porque teníamos mucho cuidado.

Bajo unos mantones grandes, que servían para recoger la aceituna, teníamos escondida una  arquilla que contenía incontables objetos: botellitas con raras esencias y de colores verdosos y lapislázulis; cartuchos de postas con una espoleta exterior, lentes y otros objetos.

Lo que más me llamó la atención fue encontrar un viejo tebeo que estaba resguardado, como pegado a una de las paredes laterales de la arquilla. Era de Pepe Iglesias “el Zorro”, aquel hombre tan amable, que nos haría reír en las noches del solitario invierno, con su programa de radio.

 Eran momentos felices los de antaño, en los que la libertad se manifestaba y se apreciaba de forma continua. Ahora, la indiferencia por todo se hace más patente; las buenas relaciones familiares no tienen aquella alegría y en el trabajo no se tiene la disposición y la responsabilidad de entonces; la preocupación por poseer todo lo que se nos ofrece en el mercado nos han hecho más agresivos, cínicos, fríos y pasantes.

Pensar como antes en el futuro no es ya posible: aquellos sueños cándidos, envueltos en el fino tul de la fantasía y la confianza, se han vuelto amargos.

 Cabe esperar un giro de tuerca en nuestras pretensiones y exprimir un poco más nuestro intelecto para extraer las ideas de prosperidad y erradicar la codicia que nos está engullendo.

Salir del inextricable enredo que nos atenaza, aprendiendo una manera nueva de luchar    –no con espadas y otros artilugios infernales–, que será el objetivo que ofrezca a nuestros hijos un porvenir saludable y lleno de horizontes soleados.

                            

MI PUEBLO, ARBUNIEL, FOTO DE MI AMIGO JUAN QUESADA ESPINOSA


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