Cristóbal Encinas Sánchez
Lastras, como siempre,
de tu locura enfebrecida
mi silueta ya arruinada.
Desierta soy de lozano sentimiento,
y de amor desposeída con tal saña.
Tú que me infectas con tus besos
y ese mirar apasionado;
yo que me dejo caer en el olvido
de todas las cosas,
de mi cuerpo,
de mis palabras,
teniéndote a mi lado.
Aunque siempre me adules o castigues, no me importa
porque soy reliquia de molidos huesos,
por esos celos que en mi carne clavas
como un puñal avieso
que hundiéndose acaricia,
una vez y otra,
la recién herida suturada.
No añoro tu aliento perdurable
ni apartada estoy de tus deseos;
y sufrir, como mártir, me supone
comprobar tus equívocos.
Aunque me devuelvas el beso
de tus colmillos que me sangran,
mi cuerpo lo soportará,
porque es ese tu deseo:
sufro como el animal triunfante,
que siempre ha de ser fiero.
Y me infectas con tu látigo
que te hace sentirme propiedad amenazada,
y a mí desprotegida, eviscerada;
porque para ti soy la conquista hecha
que todavía has de conquistar.
Y si no soy así -me dijiste-
ya no seré nada.
¡Pero tú, tampoco serás nada,
el día que yo no mantenga mi silencio,
cuando alguien pueda hacerse eco
y escuchar estas palabras!
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