CRISTÓBAL
ENCINAS SÁNCHEZ
A la entrada de la
bocamina nos juntábamos por la mañana a primera hora, antes de comenzar el
trabajo para revisar el material que teníamos que llevar. Yo esperaba al
ingeniero que se retrasaba, pues me tenía que dar instrucciones. Mientras, eché
una ojeada a mi libreta de trabajos pendientes. No tuve que esperarlo mucho
pues divisé por los comedores su casco blanco inconfundible. Se fue acercando a
mí hasta que a unos cuatro o cinco metros me voceó inesperadamente:
—¿Tiene la lista de trabajadores ahí? -yo no le contesté porque él no
me había saludado. Con voz afable y sonora le lancé: —¡Buenos días, don Marciano! -me miró por encima de sus gafas negras
mientras yo seguía acercándome. Cuando estuve a dos metros de él, me alargó un
plano de zapatas. —Tome
este plano y compruebe si ayer terminaron de poner los estribos en los
corrugados para continuar con el hormigonado -yo seguía sin responderle a sus
preguntas.
—¡Buenos días, don Marciano! -le
espeté y me esperé unos cinco segundos por si quería dedicarme dos palabras de
buen recibimiento. Me aproximé un poco más a él y le dije otra vez con menos
agrado:
—¡Buenos días, don Marciano! Que sepa usted que no le voy a contestar a
nada de lo que me pregunte hasta que no me dé los buenos días. ¿Es que usted se
cree que es más que nadie aquí?, cada uno tenemos nuestra función y usted no es
más que yo, que también tengo mi orgullo. Y si no fuera por nosotros, usted no
haría nada -le dije muy claramente-. ¿Tanto le cuesta a usted decir buenos días? -a lo que me respondió
irónicamente:
— Es que a mí no me gusta decir buenos días a nadie y menos aún si no
he desayunado. —Pues, ¿sabe lo que le digo?, que eso es de tener muy mala educación. A
cualquier persona se le saluda y más nosotros, siendo compañeros. ¡Que no es la
primera vez que usted hace esto, hombre!, y ya está bien.
—Ya le he dicho que no es de mi agrado dirigirme en ese tono al
comenzar la jornada. Pero ya que insiste tanto y no tengo más ganas de discutir, le diré "¡BUENOS DÍAS!".
A primeros del mes siguiente, al recibir el sobre vi que en el apartado
de "PRIMAS" no había ningún cantidad; no me habían dado lo que a
todos los trabajadores nos complementaban desde que llegamos a la obra. Sin
pensarlo dos veces, por la tarde me fui a ver al ingeniero jefe.
—Don Juan: Se ve que este mes no he tenido el ingreso que todos tenemos
por realizar nuestro trabajo con
diligencia y alegría. La prima nunca se la han negado a nadie mientras yo he
sido el encargado aquí. Ahora se me niega y quiero saber por qué. Creo que no me he portado mal y los plazos de
la obra van muy adelantados. Le pido a usted, por favor, que me lo diga, si
puede averiguarlo.
—No se preocupe, pero ha tenido que ser por un error. No lo dude. Esa actuación no es propia de nuestra empresa y se corregirá, usted tranquilo.
—No se preocupe, pero ha tenido que ser por un error. No lo dude. Esa actuación no es propia de nuestra empresa y se corregirá, usted tranquilo.
A los dos días volví a la
oficina a ver si el jefe tenía la respuesta que yo necesitaba, y me contestó:
— Le dije ayer a la secretaria que se le hiciera el ingreso de la cantidad
estipulada por ese concepto. He indagado y me han dicho que se la habían negado
porque usted era un contestón.
—¡Don Juan, usted sabe que eso no es verdad! Le puedo informar de lo
que pasó con esa persona.
—Perdone la broma. No hace falta, pues ya me lo han contado él. No
volverá a pasar Desde aquel momento tuve la osadía de que cuando don Marciano venía, yo
me giraba, mirando algún detalle en un plano, o simplemente hablando con algún
oficial. Él no me decía nada pero mandaba a su ayudante para que me comunicara
lo que estimaba conveniente.
Antes de terminar la presa lo enviaron a otro lugar y a mí me dejaron
hasta que acabaron las obras. Después me pidieron que me quedara allí para el
mantenimiento de la central y así lo hice. Me quité de estar bajo las órdenes
de gente tan mal educada y tan orgullosa.
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