CRISTÓBAL ENCINAS SÁNCHEZ
Cuando el encargado de la finca llegó corriendo hasta el mejor cerezo, miró al muchacho que estaba subido en él a la altura de la primera
cruz. Lo enviaba el propietario de la finca para comprobarlo,
pudiendo constatar que José, tranquilamente, estaba comiéndose los apetitosos
frutos.
El emisario, jadeante, se volvió por donde
había venido para comunicárselo sin demora a su jefe. Este fue rápido adonde estaba el ladrón, y se dirigió a él con decisión y arrogancia:
—¡Oye,
tú!, ¿cómo te has subido ahí? –le miró con desprecio.
—
Pues, agarrándome y gateando por el tronco –le contestó José.
—
¡Bájate, que quiero hablar contigo! –le replicó en tono amenazante.
El
joven se bajó del árbol y pasó inmutable cerca de aquel perro fiero, que estaba
atado a una cadena en derredor al tronco, y en la dirección a su amo.
—¡Dígame usted!
—¿Has
subido al cerezo tan temerariamente, con este aquí atado? –señaló al mastín.
—Ya
ha visto usted que acabo de bajarme y he pasado junto a él –le respondió el muchacho.
El perro no fue tan fiero con aquel intruso que había hurtado las cerezas al amo de manera tan elegante. Lo peor para el patrón fue que también le robaran su prestigio y eso no se lo perdonó. Al no defender sus propiedades, no cumplió con su deber y eso le afrentó.
Para el ofendido ese no fue un problema que no pudiera solucionar sobre la marcha, y sin inmutarse.
(NO A LA VIOLENCIA)
No hay comentarios:
Publicar un comentario