CRISTÓBAL
ENCINAS SÁNCHEZ
Me
gusta que me mires cuando estoy durmiendo
y
de pronto me despierto.
En
ese momento me abstraigo con tu mirada protectora
y
me abstengo de contarte lo que estoy pensando,
pero
tú me lo adivinas cuando abro los ojos;
verte
entusiasmada al final de la noche
y
cómo comienzas el día con las cosas sencillas
bebiéndote
el agua de la vida
de
todos los pozos insalvables;
tu
pelo trenzado con las hojas de laurel
en
que afloran prendidos galardones:
tus
principios, tus ideas y tus razones.
Tu
deseo inmedible de entenderme,
y
al no conseguirlo, tu cara de sorpresa;
tus
desaires y ademanes concebidos
para
desalentar al infortunio;
el
potente grito que de tu garganta sale
y
que no puedes acallar
pidiéndome
socorro.
Me
gustó el último catorce de febrero,
tus
regalos de besos y caricias,
tus
corazones sangrantes, como albricias,
pintados
entre las sábanas y en los espejos,
debajo
de las lámparas y de los libros.
El
no saber tus pretensiones
que siempre me ponen en vilo,
como ir al aeropuerto y
despedirnos,
vislumbrar el trazo en ascendente
vuelo
que en dos minutos, en el difuso
cielo,
el monstruo desaparece
y ya no sé si te volveré a ver,
de eso sí te acuso.
Me gustan, de tus sencillos y
claros pensamientos,
los que siembran en mí la
esperanza,
y que bordan de ilusiones y
alegrías
el alimento imprescindible de mi
vida.
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