CRISTÓBAL ENCINAS SÁNCHEZ
Los días de un sofocante calor de
final de primavera y unas noches inacabables de insomnio, me llevaban hacia la
desesperación. Había cogido unas cortas vacaciones, y no sabía adónde ir. Mis
amigos habían pensado en salir a las islas Canarias. Uno de ellos me envió el
día anterior un e-mail diciéndome que me fuera directamente a Lanzarote. Ya no
me daba tiempo a buscar un billete de avión para que me llevase, salvo que
pagara demasiado por él, dada la época. Así que me dediqué a rebuscar en los e-mail
antiguos, que suelo guardar, y sobre todo los de viajes que me mandan de las
agencias, por si alguna vez me decidiera a realizar alguno en concreto.
Después del almuerzo, mirando en el
archivo me encontré con el e-mail más antiguo. Ya estaba un poco adormilado
cuando me tropecé con otro que casi me despabila. Este me hablaba de mis
hijos, de la custodia de ellos y de lo que tenía que aportarle a mi ex-esposa
económicamente. Eso ya lo sabía, aunque siempre lo consideré excesivo. No tenía
mucho que hacer, estaba aburrido y seguí amodorrado hasta que me dormí.
De repente, me incorporé a la realidad
al oír el sonoro timbre de mi teléfono antiguo de la entradita. Descolgué el
auricular y escuché la voz decidida, cromática y agradable de mi abogado que me
dice lo que estaba esperando desde hacía tiempo: "Noticias frescas. Tu
ex-mujer se ha casado".
Ipso facto, no lo dudé ni dos segundos.
Llamé a la operadora del aeropuerto: "Por favor, un billete en primera
línea para Lanzarote. A ser posible, que sea para hoy".
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