CRISTÓBAL ENCINAS SÁNCHEZ
Grita una voz que trata de acallar las
groseras voces
tortuosas de la calle donde no hay
control de nadie,
ni recelo, como tampoco hay voluntad de
mejorar nada.
Hasta una docena de noctámbulos
juerguistas pululan
alarmando con sus gritos al que duerme,
o al que administra su silencio,
insultando.
Zozobran las horas machaconamente hasta
la madrugada.
Es la calma la que se espera ansiosa y deseada.
Un policía hace su ronda
y vigila a los desaliñados que se empeñan
en ensuciar las aceras de colillas y de estiércol,
y el aire vomitado de exabruptos:
están llenos como odres de alcohol.
El policía ahora guarda la calle, con el silencio al alba,
cuando ya la noche no tiene compostura,
pero dejó
de ser, de momento, amarga.
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