CRISTÓBAL ENCINAS SÁNCHEZ
Todo
estaba preparado en el teatro para comenzar la función. En cinco minutos
subirían el telón y la gente volvería a dar las palmas de costumbre. El cartero
llegó apresurado y entregó el último despacho del día a la expendedora de las
entradas. Era un telegrama. La chica lo abrió con cierta excitación, y su cara mostró
un gran regocijo. En reconocimiento al servicio prestado, ella ofreció al
cartero que, si quería ver la función, pasara rápido. Este hacía tiempo que
deseaba hacerlo y, ahora que había terminado su trabajo, disfrutaría del
espectáculo. El acomodador le buscó la única butaca libre en la última fila. La
obra anunciada era La Bella y la Bestia.
La banda
sonora magnificaba sus notas y él estaba realmente emocionado escuchando cómo los
violines y flautas acompañaban a la excepcional pareja de baile. Había caído
muy bien en la butaca, tras estar todo el día andando y repartiendo el
contenido de su valija. Las placenteras emociones fluían al compás de aquella
música, contemplando los movimientos sincronizados de la excepcional pareja, recorriendo
el salón de grandes arcos apuntados con columnas inclinadas y vistosas cristaleras.
Se quedó satisfecho en un clima tan relajado y romántico que le sirvió de somnífero.
Estableció un puente idílico entre las escenas de amor representadas y sus
sueños de la adolescencia.
Terminó la
función y la gente, tranquilamente, comenzó a salir del teatro. El encargado de
cerrar el establecimiento, que permanecía expectante, detrás de la puerta central
de la platea, le comentaba a la taquillera que quedaba un hombre en la última butaca,
el cual se había quedado transpuesto.
No había ninguna prisa porque él se merecía el
descanso. Había sido un día especial. Aquel hombre había traído la mejor
noticia que podrían esperar: "El teatro no se cerrará durante esta temporada,
por orden del juez".
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