CRISTÓBAL ENCINAS SÁNCHEZ
Revoloteas, joven pollo, cuando ves llegar cada día al que
te da la comida. Es el encargado de llenar el silo desde donde va repartiendo
el pienso y el que vigilará que el agua no te falte. Cuando tengas tres meses
de vida y peses alrededor de dos kilos en canal, no sabes, pobre, que está
próxima tu hora.
En
el puesto del mercado, sin ningún tipo de pudor, expondrán tu carne abierta y
destrozada, exangüe, y tu cabeza cortada estará amontonada con otras. Será
escudriñada por muchos ojos y, cuando les toque el turno de comprar, le dirán
al carnicero: “Póngame ese, trocéelo a cuartos”, “deshuésele la pechuga" o "no quiero
las patas”. Ahí se verá la desvergüenza de los clientes, cómo desprecian tu cuerpo,
tus dedos, los que fueron soporte e hicieron desplazarte por la granja cuando
empezabas a vivir.
La
de cosas que se harán con tus exquisitos muslos: una abundante sopa que
alimentará a los hijos pequeños de un hogar y les dará el vigor que necesitan.
Una buena ración de albóndigas , o en salsa de la abuela (otro día detallaré
cómo se hace), que les calmará el apetito canino, pues el ajetreo en el colegio
y en el parque habrán sido formidables. Y después no quedará un momento para
tus recuerdos, de cuando eras un pollo muy joven y pensabas estar siempre con
los suyos en el campo, preparados para procrear y ejercer la libertad en pleno.
El
granjero, el que tanto cuidaba de vosotros procurando un ambiente saludable y
tranquilo, que os administraba medicamentos para combatir las enfermedades
rutinarias, ese un día te asesinará con un sesgo definitivo de guadaña,
cortando tu esbelto cuello, o dará la orden a otro ejecutor más especializado.
Quiero
decirte que todos asumimos tu destino, sabiendo que tus células formarán parte
de nuestros propios músculos, sangre, huesos y cerebro. Y esto tal vez te
conforte, y el saber que ya no sufrirás más.
Lo
más penoso queda para nosotros, que vemos tantos sufrimientos en el mundo cada
día, y no nos hacen caso cuando pedimos a otros asesinos que cesen las
matanzas. Pero debemos de insistir y no cansarnos, solo así lo
conseguiremos, con la seguridad de que la Humanidad puede vivir mejor, en base
a nuestros buenos deseos y a lo que hayamos aprendido –si queremos recordarlo– en
el transcurso de nuestra vida.
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