Cristóbal Encinas Sánchez
Se abre inesperadamente la puerta del
ascensor que he llamado. Son las seis de la tarde. Toco el timbre de la puerta,
aunque está abierta. La enfermera me dice que pase. La sala de espera es
acogedora y fresca en estos días del verano. La habitación contigua es la de la
consulta del médico. Me siento tranquilamente, y me pongo a contemplar los cuadros
de las paredes. Hay muchos y estoy ansioso por contemplarlos. Algunos son fotos
de representaciones escénicas, y mirándolos me entretengo mientras llega mi turno.
La enfermera ha puesto una música excelente y sugestiva de John Barry. Me fijo
en la foto de un castillo imponente que me recuerda la película protagonizada
por Sean Connery y Audrey Hepburn.
Un
paisaje marino al fondo, donde la playa, se extiende hasta el final de una
tarde lánguida, y sugiere un idilio amoroso. Estoy solo. En otro cuadro, que se
advierte un manto receptor de la oscuridad de la noche que se avecina entre una
hilera de montañas equiláteras, perfectamente alineadas, me dan una sensación placentera.
En otro paño se ve una escalera donde unos transeúntes suben o bajan, no se
sabe; se produce un efecto óptico. Sobre una mesita ornamental hay una alabeada
figura de cerámica con una mano en alto, parece pensativa, y me mira sosegadamente. Esto
me induce a pensar que el diagnóstico sobre mi salud será favorable, ¿o no?
También, de forma sesgada, parece que mira hacia el suelo, dándole a entender,
al que salga de la consulta, que nadie sabe el tiempo que aguantará su
enfermedad. ¿Tendrá remedio? ¿Se sorprenderán entonces los pacientes y la
figura no querrá mirarlos a la cara? Por eso mira con la cabeza inclinada hacia
el suelo, lejanamente. ¿Habrá un complot entre ella y el doctor? Pero eso es
seguro: el doctor le aportará un remedio a sus males. Mientras tanto, no se oye
ningún ruido, ni un susurro de un paciente quejoso; ni las palabras de consuelo
del profesional que dictamina lo que debe hacer el enfermo para curarse. Por un
momento me paro a pensar: ¿El doctor habrá llegado? Me escamo. La enfermera no
me ha informado de si está o no. Yo estoy en que sí, en que está pasando la
consulta. Llevo cuarenta minutos aguardando. Entro en dudas.
Son
las siete de la tarde y ningún paciente sale de la consulta. Me he dormido.
La enfermera permanece callada, como si también ella estuviera a la espera,
mirando el libro de citas y apuntando. No ha tenido la delicadeza de informarme.
Nadie más ha llegado después de mí, solo una mujer para pedir hora. El doctor
no acaba de llegar.
Me ha dado tiempo de pensar muchas cosas. De prisa,
cojo mi sombrero que lo sostenía la figura de cerámica, y me dirijo hacia la
puerta. Digo adiós a la enfermera. Ya estaba harto de imaginarme cosas que
luego no tendrán confirmación. Yo, por ahora me encuentro bien, sin
enfermedades, ¿qué más quiero? No quiero ninguna revisión ni seguir
calentándome la cabeza.
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