Cristóbal Encinas Sánchez
Una
pareja del bar hace comentarios sobre el último personaje que los observa desde
el escaparate. Su aspecto es de hombre duro. Lleva gabardina y el sombrero
calado.
–¿Lo has visto?, parece no fiarse del
entorno. Nos mira insistentemente por el rabillo del ojo, creo que sospecha. Entorna
los ojos como si no viera bien. Ahora se está fijando en los bocadillos, tendrá
apetito –comenta Silvana.
–Déjate tú, que eso es lo que
aparenta. Observando su fachada, se ve que va en busca de un refugio; huye de un
peligro inminente. Su mirada perspicaz denota ausencia de miedo –le responde Stéfano.
–Ya
sabemos que tienes un conocimiento amplio de la psicología humana. Pero no me
fío nada de él –dice Silvana, arrogante.
–Yo lo vi hace media hora sentado en
el banco del parque –se entromete José, el camarero–, antes de entrar a
trabajar –es un hombre atento, en quien se puede confiar.
El personaje del escaparate, después
de unos minutos, decide entrar. Con cuidado acciona el picaporte de la puerta.
Es sigiloso y prudente.
–Buenas y frescas noches tengan.
–Muy buenas –responden al unísono los
tres, como si esperaran a que los saludara. No se quita el sombrero y mantiene
la cabeza gacha, por lo que a los demás les disgusta.
–¿Desea tomar algo, caballero?, ¿un
bocadillo caliente? –se le dirige José, afable.
–No, por favor, solo un vaso de
leche. No la caliente demasiado –tiene un aspecto serio, y una cicatriz le
asoma en la frente por debajo del sombrero.
Mientras tanto, la pareja continúa hablando
del tema.
–No es normal que, con la
temperatura que tenemos aquí, no se haya quitado la gabardina ni el sombrero –le
dice Silvana, intuyendo un mal presagio. Ella se baja del taburete y entonces
luce su vestido rojo, ceñido y elegante.
–Será un hombre friolero, y que
además tendrá que salir pronto –se le ocurrió susurrarle Stéfano–. Es una
persona de fácil palabra que da explicaciones a todo.
El desconocido deja una carpeta
encima del mostrador. En ese momento la máquina del café da un silbido
indicando que la leche está caliente. El camarero le pone el vaso lleno y dos bolsitas
de azúcar. Él aparta una al borde del plato. Saca su mano izquierda del
bolsillo del pantalón para subirse a un taburete para estar al nivel de los
contertulios. Sin darse cuenta, le da al vaso con la manga y este cabecea. En
un segundo suena un golpe en el suelo. Se le ha caído algo pesado.
–No se preocupen, no es nada –rápidamente,
recoge la pistola y la vuelve a meter en el bolsillo. Los demás quedan
impresionados.
–¡Perdone, caballero!, ¿cómo lleva
usted eso? Se le ha podido disparar –le salta el camarero, sorprendido.
–Insisto, no se preocupen, soy
policía y le tengo el seguro echado. Me he despistado.
–Ya te lo dije que este buscaba algo
más. ¡Vámonos de aquí! –dice Silvana bajando la voz–. ¡Deme la cuenta, por
favor!, tenemos que irnos a preparar el baile en el teatro Gran Vía –se dirige Silvana
al camarero.
–Déjelo, señorita. Hoy invita la
casa. Esta noche voy a verles actuar, recuerde que me regaló usted una entrada
–ellos actúan esta noche por primera vez.
–Gracias, José. Buenas noches.
–Muchas gracias. Buenas noches –se
despidió Stéfano.
El policía se despidió a los varios
minutos de haberse ido la pareja. Dijo adiós a José, con un tono apenas audible,
mirando al suelo, abochornado. Dejó una moneda de dos euros en el mostrador. Se
dio la vuelta y salió.
–El cambio, señor, un euro –el
policía le hizo una señal, dejándoselo de propina.
En la esquina próxima seguía la
pareja comentando el caso.
–Creo que la sirena que se oye es la
de un coche policía que viene a por él. Estaba haciendo hora, ¿no te has dado
cuenta? –comentó Stéfano.
El policía llegó hasta la altura de
la esquina donde charlaban y les conminó con una sonrisa cínica:
–Váyanse pronto a casa, pareja, que
estamos aguardando para hacer una redada en vuestro teatro. Así que cojan otra
dirección. Tengan más suerte la próxima vez.
Los dos se miraron para continuar otra
ruta. Al doblar la esquina, sintieron una liberación. En medio minuto el coche
policial llegó con la sirena callada. El policía se metió en el coche y se
dirigió con sus compañeros hacia la salida del teatro.
–Menos mal –dijo Silvana–. Al final,
nos ha informado de lo que nos podía caer encima. Ya decía yo que ese personaje
se traía algo muy sospechoso entre manos.
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