¡POR FAVOR!, BAILEN OTRO TANGO Cristóbal Encinas Sánchez
Aquí quiero hablar de tener sueños con metas, de cosas difíciles que se
pueden conseguir, de llevar la sonrisa en los labios y en la mente; del
esfuerzo y el sacrificio para conseguir la felicidad. Y de tantas cosas que hay
que plantearse y no dejar escapar, para no aburrirse ni obcecarse, de darse
tiempo para que transcurran otra vez las cosas ya olvidadas.
Saber reírse para conseguir la sabiduría. Dar y ayudar para conseguir la voluntad de hacerlo y tener las miras altas, porque todo redundará en propio beneficio.
Saber reírse para conseguir la sabiduría. Dar y ayudar para conseguir la voluntad de hacerlo y tener las miras altas, porque todo redundará en propio beneficio.
Tras pensar tantas
cosas, me viene de la mano algo que para mí es muy socorrido: el cante y la danza. ¿Y el tango? Me alegra pensar en el tango. Esa expresión de música airosa, firme y nostálgica, que siempre nos
recordará a famosos cantantes como Gardel o Magaldi, y que es propia del desarraigo, de la
emigración, del desamor o del engaño, es también de la esperanza.
Recuerdo en el Café
La Milonga, a una chica argentina y a un muchacho italiano, más joven que ella,
que bailaban a diario los más trillados y sabrosos tangos, como grandes enamorados,
al son del violín que diestramente acariciaba un músico de Ucrania. Todas
las noches de los sucesivos veranos, durante la hora mágica que duraba el
espectáculo, de doce a una, lograban con su baile entusiasmarnos a los que
asiduamente asistíamos. Ellos traslucían su total entrega y compenetración. Era como
algo espiritual y envolvente, traspasando los muros de la soledad y el
desasosiego, para llevarnos hasta la complacencia. ¡Ah, qué momentos tan
deliciosos en la década de los ochenta!
Hace varios días se
me ocurrió llamar por teléfono al número que guardé, para saber si todavía
seguían ofreciendo, en dicho café, aquel espectáculo. La voz de una señora que
me contestó – estoy seguro de que era ella - lo hizo despaciosamente, cansada,
así como perdida: “Aquí solo se venden periódicos, revistas y especialmente discos
de todos los tiempos, pero sobre todo de tangos”.
He vuelto a recordar,
gratamente, qué destreza y qué encanto tenía aquella mujer, cuando se desplazaba, sinuosa e hiperbólica, maravillosamente,
en sus recorridos por el escenario. Cómo se dejaba caer hacia atrás y se reincorporaba
tras su lucimiento, para ser abrazada por su chico que todo lo dominaba. La
sensación de armonía y perfección era inequívoca.
Al acabar su
repertorio, siempre había alguien que les sugería, en complicidad y con
una gran sonrisa del público: "¡Por favor!, bailen, esta vez para mí, otro tango".
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