CRISTÓBAL ENCINAS
SÁNCHEZ ( Dedicado a mi mujer)
FOTO TOMADA DEL ÁLBUM DE CARLOS PERIS
Solíamos ir de mañana, en el mes
de mayo, a recoger hierbas para los conejos. Las amapolas, cerrajones y lechuguillas
les gustaba mucho. Las matas de avena estaban muy crecidas y podían verse en
los ribazos de las acequias, en las cunetas y en los huertos desolados.
Por
las tardes salíamos a buscar lombrices para pescar cangrejos autóctonos, o insectos
para las perdices. Ya comenzaban a hacer los nidos las tórtolas porque se las oía arrullarse.
De un
puñado en el tallo de la avena, repelábamos
de este todas las semillas que podíamos. Luego las lanzábamos con mucha fuerza sobre
el jersey o el pantalón del amigo. Era un juego entretenido, pues se quedaban
muchas de ellas enganchadas y significaba que eran las novias que tendríamos en el transcurso de nuestra
vida. Pero yo no me lo creía y me hacía una pregunta: ¿ Conozco a tantas chicas
en la escuela? Lo tendría que verificar en el próximo fin de semana en la
romería de San Isidro. ¿Sería ella la primera que me quisiera, la pobre de mi vecina?
Sí, muy guapa y graciosa, pero escuchimizada. Ella era capaz de jugar a lo que
se terciara en la plaza: subir a los pilares, a las tapias, colgarse en peso de
los laterales de los camiones y jugar al triángulo incansablemente en los ratos libres.
Teníamos
tantas cosas en común que incluso hicimos la comunión el mismo día, pues a mi
madre le gustaba vernos cogidos de la mano y pasear en la procesión: era tan
pequeñita. Entonces pensé en ella vestida de novia, lo mismo que mi hermana
cuando se casó.
Años más tarde la
vería igual y con el pelo igual de largo: el día en que decidimos unirnos en
matrimonio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario