Cristóbal Encinas Sánchez
Hola, Silvia: Siempre he tratado de cumplir lo
que prometo, salvo cuando estaba en la escuela y los niños jugaban a darme
vueltas en mi silla y me mareaban; entonces los amenazaba, pero mis amenazas
eran de dulce, nimias e instantáneas. No me gusta crear malos rollos o
permanecer enfadado con una cara tan larga que me llegue al suelo, ni que mis
miradas sean recelosas. Me gusta la conversación afable como ahora son contigo
mis palabras.
Te escribo –tengo tantas cartas
guardadas– a pesar de estar viéndonos desde hace años y nunca haber tenido la
ocasión de conocernos, para proponerte, si me lo permites, un trato: "No
dejes transcurrir un momento sin que aflore en tu cara la sonrisa". Yo
haré lo mismo. A cambio te ofreceré mi ayuda, si lo estimas oportuno; cuando
tengas un problema que te agobie, o no puedas solucionar, dímelo.
Si tu padre lo permite, puedo
acompañarte hasta el trabajo y luego te esperaré a la salida. Ya sabes que
todos los días te veo llegar y despedirte de tu hijo pequeño, al que besas con
tanto amor que me recuerdas a mi madre. Esto me conforta y me da el primer
aliciente para pasar el día.
No sé si te has dado cuenta de que mi
parálisis no me impide el desarrollo normal de mis actividades desde mi silla.
Tú me has visto algunas veces en el jardín, plantando el césped y cuidando de
él, porque estos quehaceres me dan vitalidad. En los días tardíos del
otoño, preparo mis arreos y planto mis árboles preferidos, que siempre agarran
bien. Tengo mucha suerte en ello, pero también lo hago con mucho cariño
porque además esta casa será algún día de mi propiedad.
Perdona mi atrevimiento por meterme en
tu vida, pero te estarás dando cuenta de que quiero llegar a tener un
compromiso contigo. Todo el día estoy pensando en ti. Así, mis días son más
alegres, ocupados y fáciles. Las horas se me pasan más ligeras al verte pasar
por mi puerta. Cuando traspones, me digo: "¡Qué hermosa es!".
Me complace observarte, cómo andas, qué
soltura manifiestas y qué donaire. Después, por la tarde, me aplico a la
lectura, a escribir algún poema de amor o a recortar recetas de cocina.
Aunque estoy muy nervioso, voy a
decírtelo claramente: Me gustaría que me dijeras que no te disgusta mi
compañía. Nunca he visto a ningún hombre a tu lado, salvo a tu padre, en estos
cuatro años. Me he preguntado mil veces si yo podría hacerlo. No hace falta que
me contestes de inmediato, porque ahora, lo que más me urge es decírtelo.
Después soñaré contento esperando tu
contestación. De este intento de amistad espero que salga una relación
satisfactoria pues, esta vez, sí echaré la carta al correo.
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