CRISTÓBAL ENCINAS SÁNCHEZ
En una noche de verano, en la que
estábamos en la puerta de esta casa –en la foto de más abajo se muestra ahora
derruida–, todos muy contentos, preparados para tomar unos refrescos con sus
aperitivos, se le ocurre a mi tío Juan enviarme al pueblo a comprar una
cajetilla de tabaco, que se le había terminado. Tanto miedo me daba pasar por
el cortijo de Loles (ubicado junto a una senda ahora transformada en la calle
Clara Campoamor) que estuve a punto de decirle que no. Pero yo era un niño
valiente y no le demostré esta debilidad mía.
A cincuenta metros antes de llegar a aquel
lugar tan siniestro emprendí una carrera a la máxima velocidad. Tras rebasarlo,
ya por las escuelas, miraba hacia atrás como intentando ver a alguien oculto
del que me había zafado sin dificultad. Felizmente llegué al único bar del
paseo y compré un paquete de la marca Bisonte. Lo malo era que a la vuelta me
pudieran atrapar.
Hice otra vez lo mismo. Salí disparado,
corriendo, y cuando me estaba aproximando a él aceleré y no paré hasta que
llegué a la fábrica de la luz. Después, muy tranquilo, mitigando mi respiración
entrecortada, me acerqué por donde todos estaban sentados a la mesa disfrutando
de las exquisiteces que habían preparado unos tíos de mi abuela. Cerca del río
y de una pequeña fuente, estaban tan fresquitos dispuestos a pasar una
estupenda noche estrellada.
Mi tío, viéndome llegar, me
dijo: "¡Qué poco has tardado!". Y entonces me gratificó con una
peseta, por lo bien que le había hecho el mandado. Yo la acepté y le
sonreí dándole a entender, levantando la vista y moviendo la cabeza
parsimoniosamente, que podría haberlo hecho más ligero aún (pero claro,
dependiendo de si alguien se escondía en aquel cortijo para asustarme y no me
cortaba el paso).
FOTO DEL ÁLBUM DE MI AMIGO JUAN QUESADA ESPINOSA
No hay comentarios:
Publicar un comentario