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jueves, 1 de noviembre de 2018

DEOGRACIAS




CRISTÓBAL ENCINAS SÁNCHEZ

            Deogracias era una chica que colaboraba para organizar fiestas. Tenía un buen carácter, que atendía a todos con cortesía y delicadeza. Servía un gran vaso de ponche de frutas bien cargado. A todos les gustó pues le daba un punto excepcional.
Con la sonrisa en los labios fueron saboreando el delicioso alimento que ella había preparado hasta que dieron las nueve de la tarde, hora prevista para inaugurar la verbena veraniega de una noche de plenilunio.
Un conjunto de música pop iniciaba su actuación con unas palabras de reconocimiento a los congregados, augurando que la noche sería joven y romántica. Cada cual se tomó tiempo para ir buscando a su pareja de baile, después de entonarse con la primera pieza.
Uno de los jóvenes, un poco socarrón, dijo a su amigo:
–Voy a ver si encuentro a la esbelta Deogracias. Le pediré que baile conmigo y aceptará, ya lo verás –y ojeó detenidamente, desde un altillo junto al muro, todas las cabezas de los que no danzaban, sin poder vislumbrar a la despampanante chica. No la encontró tras dar una vuelta, y se dispuso a dar otra. Por segunda vez se encontró a su amigo y le repitió el comentario:
–Voy a ver si me cojo a la Deogracias, y estaré con ella toda la noche; ya sabes que se me da muy fácil y bien, le gusto –dijo con voz ostentosa.
Los músicos propusieron continuar con otra canción melódica, cosa que el público aplaudió con énfasis. A dos metros de distancia de los dos jóvenes, en una reunión que había tras un árbol, permanecía inmóvil la chica que con tanto afán había buscado. Entonces se dirigió hacia ella en voz baja, y tímidamente le preguntó:
–¿Por favor, bailas?
Deogracias no le respondió y, sonriente, se dispuso a recibirle. Con los brazos extendidos al máximo, y con una lentitud desmedida, se los dejó caer sobre los hombros a modo de palanca. No le permitió acercarse a ella en toda la noche.

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