EL MADRUGADOR
Cristóbal
Encinas Sánchez
Todos los trabajadores
esperaban a la entrada del taller para comenzar la jornada. El jefe
llegó un poco tarde y alargándole las llaves a uno que siempre era el primero
en llegar, le mandó abrir el viejo
portón. Entraron y cada uno se fue a su puesto. Cuando pasaron varios segundos, se dirigió otra vez al mismo,
y señalándole con el dedo índice, le dijo complacientemente y sin reparos:
-¡Oye , tú!, ve a tu casa y te traes mi cartera, que la he
dejado olvidada debajo de tu almohada. Y no hace falta que te apresures que
yo me pongo en tu puesto. Puedes tomarte
libre toda la mañana.
El hombre le hizo caso al instante y se salió a la calle,
cabizbajo y un poco abochornado. Los demás continuaron con su tarea sin prestar
demasiada atención a lo que acababan de oír. Alguno sonrió a la vez que guiñaba
el ojo con malicia. Otro se sonreía haciéndose el sonso. Era probable que esa
no fuese la primera vez que al jefe se le olvidaba un elemento tan disuasorio
en un sitio tan inverosímil.
He intentado poner algún comentario en otros blogs y no me deja. ¿Habrá que hacer más pasos?
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