UNA
VUELTA INESPERADA
(Capítulo III)
(Capítulo III)
Cristóbal Encinas Sánchez
La tarde se prestaba para
salir a dar un paseo por el campo -pensaba Relámpago- y salió de su madriguera.
Desde un majano escuchó a las aves de un cortijo cercano cacarear
insistentemente. Se aproximó a él y vio cómo se arremolinaban junto a la puerta
para salir, cuando el ama descorrió el cerrojo
con rapidez. Todas salieron al huerto en torbellino, dejando en el recinto una
gran nube de polvo.
Observaba
Relámpago que entre las aves se distinguía un pavo afectado de reúma que pretendía galantear, con cierta gallardía,
a una pava joven. Los arrumacos se sucedieron hasta que ella aceptó, con
paciencia, su cortejo. A la poca experiencia de la pretendida se le sumaba la
escasa movilidad del atrevido y por ello no se podía hacer efectiva la unión.
Cada vez que, con ímprobo esfuerzo, el galán se le subía al lomo, era para
fracasar. No era posible “pisarla”, por
no mantener el equilibrio. ¡Y al suelo otra vez! De tantas subidas y bajadas,
la sumisa pavita sintió agobio y optó por liberarse, corriendo desenfrenada por
una senda. Mientras, Relámpago, con su
cabeza acomodada sobre una piedra, se complacía
ante la representación.
De repente, un
gallo vistoso, de plumaje lorigado, sin perder detalle del brusco desenlace,
emprendió una veloz carrera tras la dama. La persiguió justo hasta alcanzarla y
dando un gran salto se encaramó sobre su
costillar. Bien agarrado a las alas, le picó con insistencia en la cresta hasta
que logró asirla bien. Así se mantuvo la carrera, con singular jinete, hasta
que ella decidió cambiar el sentido de la marcha. Con gran maestría se dejó reconducir hasta el punto de partida.
Relámpago,
perplejo, no daba crédito a los hechos: le gustaba el espectáculo. De improviso,
el infatigable gallo saltó al suelo desde
su cabalgadura, retirándose tranquilamente del grupo de gallináceos, muy orgulloso
por haber cumplido una misión tan delicada. Todos los miembros de la banda les miraron
atónitos por el numerito circense que
habían montado. Fue entonces cuando el agraviado se dispuso a reanudar su noble actividad, haciendo
acopio de fuerzas, desplegando su plumaje y girando en círculo impulsivamente.
Pero la aventura reproductiva ya había
concluido y todos empezaron a desperdigarse. Ahora, la pretendida se ufanaba
mirando, de hito en hito, al imponente
gallo que la había obligado a volver. Ahora sí le prestaba su atención, pues,
pensándolo bien, aquella fue una experiencia
difícil de olvidar. ¡Qué temple tenía!
Relámpago reanudó su marcha, entendiendo que allí reinaba
la buena armonía, y se disfrutaba de una tarde exquisita. Era probable que
nadie se alterase otra vez y, menos, que otro gallo avieso se le subiese a su chepa para hacerle volver por donde había venido. Así que, dando ligeros saltos,
se adentró, con disimulo, en una frondosidad de cornicabras y romeros.
Relámpago es un perro muy observador.
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