Cristóbal Encinas Sánchez
Levanté la
cabeza lentamente
y en sus
ojos la tristeza poco a poco vi;
las lágrimas
su tenue piel mojaban,
y mi alma
afligida se encontraba,
¡qué solo me
sentí!
Sin decir
una palabra que la aliviara,
agaché la
cabeza por no verla;
no quería
que se diera cuenta
de que yo también
lloraba. Deambulé
sin saber adónde ir,
no sabía qué
hacer,
y me quedé
perdido.
Me fui por
la acera de una calle oscura,
pues ya no podía
hacer nada por su suerte.
La mía, a
cada instante, se quejaba
y con un
susurro impertinente:
"No
puedo ser buena sin su ayuda,
no puedo ser
buena sin su buena suerte".
Y yo no tengo
fuerzas, porque yago inerte
desde que
dejé de mirarla fijo,
desde que la
deseché
de mi
regocijo.
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