CRISTÓBAL
ENCINAS SÁNCHEZ
En el mes de marzo estuve en las
oficinas de la Seguridad Social para que me informaran de cuánto me quedaría de
pensión de jubilación, previa valoración
de las cuotas que pagué durante treintaicinco años. A los veinte días me contestaron diciéndomelo.
El día que me jubilé tuve más suerte que
un " quebrao". Fue en junio, y
amaneció un día espléndido, propio de la
época; cogí mi automóvil y me encaminé presuroso
hacia la capital, presentándome a una hora prudente en la misma oficina donde
estuviera hacía tres meses. Volví a sacar número. Cuando salió mi número
reflejado en la pantalla, me dirigí hacia el puesto que indicaba Al hombre, que me atendió de buen grado, le
dije que quería iniciar el trámite para solicitar la prestación de jubilación. Mi
sorpresa fue grande cuando me contestó:
–¡No se
puede hacer su tramitación porque usted tenía que haber pedido cita antes!
–Mire usted
-le contesté-, a mí me dijeron el día que visité esta oficina por primera vez
que me presentara hoy. Pero no recuerdo que tuviera que pedir cita, pues ustedes
lo sabían –a lo que el funcionario, con buen semblante, me respondió:
–La cita
previa, para estas cosas, es imprescindible, porque no se puede reportar este trabajo, ya que se
tarda mucho tiempo en realizarlo. No le sorprenda lo de la cita, porque hace unos
diez años que así lo venimos haciendo. Pero como está usted aquí, voy a
intentar pedírsela a través de otro ordenador– señaló al que estaba en un
puesto próximo desatendido y se desplazó hacia él . En ese momento me apuntó:
–¡Ha tenido
usted más suerte que un "quebrao". Véngase dentro de una media hora y espere a que ese
reloj - su dedo le apuntaba –marque las 11:53 horas. En ese momento introduzca
usted su D.N.I. y le dará la hora a la que podremos atenderle hoy.
Yo quedé conforme.
Me salí de la oficina y esperé dando un paseo, tranquilamente, mirando
escaparates. Cuando comprobé que se acercaba la hora prevista, volví a entrar.
Pero el reloj no terminaba de aceptar mi D.N.I. Acto seguido me dirigí al señor
que me atendió y le dije que no había nada que hacer pues, tras varios intentos,
la máquina expendedora de citas se negaba a dármela. En
esos momento había mucha gente en la sala y parecía que la máquina no atendía
las solicitudes de los que esperaban ansiosos. Nada, que se había atribulado y
no daba ningún número. Viendo el pequeño caos y que la gente manifestaba su
disconformidad, se levantó otro funcionario para atender personalmente ante la
rebelde máquina. Yo me puse a la cola y, cuando me tocó, resultó que tampoco me
daba número, así que volví otra vez al mismo
funcionario que me atendido al principio, para informarle de mi infortunio: no había forma de conseguir la
cita de aquella máquina absurda. Este funcionario solicitó a otro de sus compañeros que hiciera
el favor de buscar la cita previa, que anteriormente ya me había sido concedida,
para imprimirla. ¡Y ahora, sí! Esta vez tuve la suerte mencionada y me dio la hora
definitiva para ser atendido en el instante siguiente. ¡Qué descanso!, respiré con
gran relajo. El funcionario también mostró su alivio y entonces me pidió todos
los datos y papeles necesarios. Rellenó mi solicitud, la firmé y me despedí,
dándoles las gracias por ser exhaustividad y eficacia.
A los pocos
días recibí en mi domicilio una carta de la Jefatura Provincial de Tráfico, requiriéndome
el pago de una multa por exceder el límite de velocidad en la autovía. Estaba
fechada el día y la hora en que fui de viaje para solicitar mi jubilación. Yo
me dije: "Menos mal que tenía la suerte de mi lado". En días posteriores recibí un aviso de Correos,
para que fuera a recoger una carta certificada del INSS, donde se dictaminaba por
resolución que yo era pensionista, algo en lo que nunca creí, en
serio, que llegaría.
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