Soy un gato romano adulto, de ojos azules y pelaje
blanco. Me crie en el huerto de mi amo y ahí conocí a muchos animales: escarabajos,
caracoles, abejorros y pájaros. Juego con ellos de una forma divertida y después,
si tengo hambre, me los como.
Subo por los muros hasta los tejados, y trepo por los troncos a los
árboles y desde estas atalayas domino el panorama. Mi ama solo me exige que
tenga limpia la casa y sus alrededores de ratones, y cumplido esto se me
permite hacer lo que se me antoje. Soy un ser libre.
Acabo de tener una camada con mi pareja,
una minina de tres colores muy lugareña.
Su instinto maternal lo tiene exacerbado y cambia a mis hijos de aposento
cuando sospecha que alguien la sigue. Cuando mi amo viene a traerme la comida, cabezas
de pescado o huesos, le guardo la mejor parte para ella, pues siempre está
enclaustrada con sus hijos. Así, cuando viene a mí, se me pone muy tierna y
agradable.
Al
levantarme, escudriño con meticulosidad el follaje y los alrededores para verificar que
no haya ningún problema que le afecte a mi familia. Si hay alguna gresca, paso
desapercibido hasta que todo está pacífico. Después hago mi paseo rutinario por
los recovecos del gallinero por si hay
algún polluelo muerto.
La verdad es que tengo muchas virtudes, entre ellas el ser discreto. Ello
me reporta ventajas, pero ahora ese detalle se difumina porque mi amo me ha
puesto en internet. Por otro lado, me viene muy bien, pues hay gatitas en celo
que querrán conocerme personalmente, oigo sus insistentes maullidos que
provienen de los huertos colindantes.
Este verano viajaré al país
vecino, porque mi amo quiere que me empareje con gatas de diversas razas.
Piensa que así mejorará la especie. Yo, la verdad, me siento insuperable. Pero
todo sea por ayudar a mi amo en estos tiempos de crisis.
NOTA: Mi amo cree que me tiene aborregado
y me agasaja. No sabe el ingenuo que no me hace falta nadie, pero es mejor
dejarle creer en sus propias vanidades. Ese es mi carácter.
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