Cristóbal Encinas Sánchez
Los árboles
tiran las hojas,
los pájaros
están sombríos;
y de la
mujer que quiero
su amor me
tiene perdido.
Los árboles
están sumidos,
ya las hojas
se cayeron,
los pájaros
se marcharon
y yo,
muriéndome, quedo.
Las hojas están
ya secas,
todos los
ríos se llenaron
del agua de
aquellas lluvias
que del
invierno brotaron.
Yo no sé si
ellas regaron
el campo que
yo regué:
el campo del
corazón,
más intenso
y más bravío.
Mis ojos
vacíos se quedaron de llorar.
Las penas
que a mí me acosan
son de alto
poderío;
ningún
querer me la roba
pues teme
salir vencido.
Solo tú
puedes quitarlas,
solo tú, con
tu cariño,
estas penas
del corazón mío.
Mas, yo a este
le digo:
¡Déjalas,
que se las lleve el río!,
ese río del
olvido;
que se vayan
solas,
solas sin mi
abrigo.
¡Penas
solas!, id solitas,
que no os
tenderé la mano
y me quedaré
tranquilo.
¡Déjalas,
que se las lleve el río!.
Y mi corazón
responde:
Penas solas
van solitas, que sin ellas,
vivo.
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