Cristóbal Encinas
Sánchez
Estoy
pensando en que ayer te hablé apresuradamente en el trabajo y por ello tuviste
una respuesta desafortunada. Pasé una tarde de zozobra hasta que fui a esperarte a tu casa.
Tú no te podías imaginar que te esperaba allí con el fin de terminar la
conversación y te enojaste. Todas las explicaciones que me diste no te las iba
a pedir porque no eran necesarias. Solo quería recordarte, como en otras
ocasiones, que improvisas mucho cuando comprendes que estás en alguna situación
estresante o contradictoria, y tus comentarios van destinados a sacarte del
apuro. Lo mismo te ocurre cuando alguien te quiere coger en alguna de tus
frases ingeniosas o deslumbrantes. Le das énfasis a cosas sin sentido, en las
cuales reconocemos todos una ingenuidad exagerada y que me causa desconcierto, como de que
estuvieras en la cuerda floja.
Sé que hay días en
que escuchas ciertos debates en la radio, en la cama antes de levantarte, que te
hacen mella. Tú misma lo has dicho, y a consecuencia de ello tienes un
vocabulario agresivo, que provoca malestar. Tú no te das cuenta pero hay ciertas
palabras que se te graban en la memoria, aunque trates de no decirlas en tu
emisión. Esas palabras, por algún motivo, has decidido que sean relevantes o especiales
y las llevas al hilo de tus conversaciones con los invitados al programa. Y es
evidente que montas una estrategia desafiante y tormentosa que después irás
puliendo poco a poco para no ser descubierta y, consecuentemente, escarnecida; pero ya es tarde.
Para este
comportamiento, te digo, no encuentro respuesta. Opino que deberías de cambiar
de emisora y escuchar canal Radio Clásica que es de música.
¿Sabes que tus jefes no te controlan casi porque eres desenvuelta e innovadora? También porque consigues que nada se anteponga a tus
proyectos. Eso es bueno.
Otra vez intentaré
acercarme a ti con la simpatía y la dulzura que mereces, en voz baja y cálida, como buen amigo. Entonces, será seguro que me escucharás como si estuvieras tomando un baño de
espuma, plácidamente.
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