Cristóbal Encinas Sánchez
Una noche
estaba mi nieta leyendo sus libros de texto, muy ensimismada. Parecía que los disfrutaba,
así que le dije: "A mí sí que me costaba estudiar, no como a ti. Tenía que
llevar el libro cargado en la burra, de lo pesado que era. Sus hojas eran
grandísimas y cuando las iba a pasar se ondeaban y no las podía sujetar, así
que las soltaba y volvían casi siempre a la misma posición.
Cuando me
fui a la mili, dejé el libro sobre la burra, no lo descargué. El gallo que tenía
para que me despertara -encerrado en una jaula en la terraza de mi dormitorio- se
lo regaló a mi madre un señor que le vendió un cupón de la ONCE que luego salió
premiado. Ella me lo había dejado para que
me despertara pronto. Así me prepararía
con tiempo la lección. Pues a él también lo dejé subido en la burra.
Como tardé
en volver más de un año -estuve en África- a mi regreso me esperaban todos con
los brazos abiertos. Saludé a mis padres y a mis hermanos, y a todos nos dio gran
alegría de vernos. Al rato me indicó mi madre que fuera a ver a la burra, al
fin y al cabo era compañera de fatigas. Quedé casi sin voz cuando entré en el
patio y vi que la tenían cargada con el libro. Me pareció que la pobre estaba medio
despanzurrada, cansada. "Nadie ha sido capaz de quitarle la carga" -dije apenado-.
—No -respondió
mi padre un poco risueño-. Es que te la hemos preparado para que mañana puedas
seguir yendo a la escuela.
El libro
parecía haber crecido, pues era más grande que cuando lo dejé.
Por la noche
metí en mi macuto unas pocas cosas que me tenía mi madre reservadas y unos
zapatos nuevos. A otro día, me levanté cuando cantó el gallo y entonces fue
cuando no pude esperar más. Decidí preparar mi reenganche en el Ejército.
Pero eso,
muchos días, se lo repito a mi nieta y no se lo cree: "Ahora sí que es fácil
estudiar".
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