CRISTÓBAL ENCINAS SÁNCHEZ
Lastimoso era un perro serio al que llamaban así, quizá, por contradicción
con lo poco que se quejaba. Nunca ladraba y hacía caso omiso a las regañinas con
las que le increpaba, en la mayoría de las veces, su viejo amo. Le era fiel en
demasía y nunca lo dejaba solo en su devenir diario, en sus largas caminatas o
en sus ratos de ocio. Se entendían perfectamente y, a la hora que dispusiera de
salir por la mañana, ya lo estaba esperando, dejando presto su camastro de la entrada. El
anciano, en época invernal, solía resfriarse, cosa que a él no le ocurría, si
acaso muy a la larga. Cuando caminaban juntos, si le pillaba por sorpresa un
estornudo, este era muy ostentoso y, si tosía, la tos era ronca, como de perro, y por ello
era fácilmente reconocido. Como era su norma, siempre
le recriminaba, sin razón, que tosiera de esa forma tan desgarradora, sobre
todo cuando él dejaba escapar alguna ventosidad. Entonces se le escuchaba entonar la
misma canción:" ¡Chia, chiaaá, Lastimoooso..,,con el resfriado!". La gente los
miraba a los dos y como el animal había sido nombrado, estaba dispuesto a aceptar
todas las culpas y, cabizbajo, mirando de reojo, aminoraba el paso, siguiendo a
su amo a distancia hasta verlo trasponer la esquina. Ya estaba resignado a asumir
los improperios que displicentemente le atribuyeran y las indebidas llamadas al
orden. Él siempre sería el que originara aquellos ruidos que a todo el mundo llamaba, suspicazmente, la atención.
Pero para eso estaba él, para sacar a
flote a su amo de las situaciones que pudieran comprometerle.
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