Cristóbal Encinas Sánchez
Le
ha salido atrás a este portento
un
claro viso de moho en su cornisa;
tal
vez, me supongo, sea la brisa
que
transportó semillas de otro tiempo.
Saludarán
al mar los alegres torbellinos,
después
de saltar con bravo empeño
por
oscuras cascadas malolientes,
que
le dejarán inmersas las fehacientes
esencias
de mi sudada ropa,
en
íntimo trotar en un tambor,
donde
toda centrifuga y después posa.
La
constancia de lavar a borbotones
saca
la mugre de los tejidos incrustada,
de
todos los rincones,
con
empeño rotatorio que no acaba
hasta
que al final consigue mi deseo.
¡Maquinita,
prenda mía!,
compréndeme
que aún más te quiera,
porque
me hago más vieja cada día;
que
tras el crudo invierno,
más
valoro tu trabajo presto.
Ondean
al sol con ilusiones
mis
sábanas blancas, entre los albores.
En
las cuerdas cuelgo mis manteles
y
pañuelos de labores,
mis
camisas estampadas y jerséis,
mis
blusas de colores;
faldas,
pantis, pantalones, slips,
braguitas
y corsés, o bien sostenes,
como quiera usted decir,
que están como la nieve.
como quiera usted decir,
que están como la nieve.
Si
por ti no fuera,
un
cerro de ropa me comiera.
No
tengas, por ello, una avería
pues
sabes que sufro
si
pienso que es esa tu agonía.
Y
cada día soy feliz,
sabiendo
que tu ocupación
es
prestarme un servicio,
con devoción,
y
tratar a mi ropa con sacrificio.
Bueno,
y después de secarse,
ya
es cosa mía,
es
mi obligación:
me
pondré a plancharla con alegría,
más,
si cabe, con satisfacción
¡Descansa,
pues, tranquila!
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