CRISTÓBAL ENCINAS SÁNCHEZ
Saltan
crepitando las pequeñas chispas
arropadas
con estilizadas láminas
que dan su
calor al cuerpo gaseoso.
Se acarician
unas a las otras y yo miro,
mientras
tanto, acercándome,
a una lumbre
en el hogar de piedras,
metiéndome en sus entrañas,
Pero ellas, al herirlas, más
se inflaman.
Una llanura
de tormentas se conforma:
tizones
humeantes que azulean
con penachos
inyectados de gas,
que son dagas
de su alma.
Sus tintes
de coraje contenido
agotan al
pulmón que los abastece de carbono.
Arde todo como
monte castigado
por un rayo fiero hambriento
que se consume
al poco en su rescoldo.
Un extenso
mar de llamaradas
se enarbola como
aguerrido ejército
de afiladas
lanzas que se alzan sin miedo.
¡Oh!, cómo
tú me acompañas y me das sosiego;
tranquila es la estancia que me preconizas
y un profundo
respirar en mis adentros.
Mis
pensamientos cabalgan por enervadas hachas,
llenas de crestas
de arados y de troncos aserrados
que dieron
vida a tierras despobladas.
Y en los inviernos
fríos, a nosotros dieron
el calor en
la noche y en las alboradas.
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