CRISTÓBAL ENCINAS SÁNCHEZ
Mientras
maldecía, subía su tensión arterial hasta el punto de querer salírsele las
guitas del cuello. Especulaba, vociferando, haciéndose eco de su mala suerte, de
que estaba solo. Súbitamente, se había dado cuenta de su olvido de mantener a salvo su orgullo siempre tan protegido. A un prestidigitador como él, que había actuado ante multitudes de
personas en convenciones de todo el
mundo, lo habían hecho descender hasta el peldaño más bajo de la ridiculez. Fue
capaz hasta de hincarse de rodillas ante ella, delante de todos sus seguidores -cosa que no
había hecho nunca-, para insistirle en que se quedara.
Aquella mujer le había sacado de
quicio, mas no la volvería a engañar. Porque la obligaba.
No hay comentarios:
Publicar un comentario