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jueves, 25 de agosto de 2016

POEMA EN LA NOCHE CLARA

Cristóbal Encinas Sánchez
(DEDICADO A MI AMIGO FERNANDO CABALLERO SÁNCHEZ)

Sé que te vio llegar de pronto la noche clara
y rápida se puso a pensar en qué motivo
podría tener tu ausencia, por imperativo,
para dejar escapar tu alma sosegada.
No era este el tiempo propio, de agosto, en que te fueras
y por eso la luna sube y da un paso al frente
creciendo, y va sumando días por que te enfrentes
al hoy y al mañana con tesón y no perdieras.
Ni aun fundiendo esos mil volcanes en tu cuerpo,
se creerá el fuego que te mermas o flaqueas;
no sabrá él que tú puedes también entretenerlo,
al sonreír tu boca y mostrar, con cada perla,
la alegría que siempre tu corazón atento
quiso expresar a toda la gente tu nobleza.


DESCORNANDO AL MACHO

                      
                                                             Cristóbal Encinas Sánchez

             Se acercó Relámpago, como de costumbre, a un pequeño rebaño de ovejas que diariamente, al anochecer,  era conducido a la tinada.
Un joven carnero llevaba un tiempo intentando cornearlo, quizá para asustarlo, pues siendo un mocito  tenía que demostrar su valía antes sus congéneres. Sin dilación, este le miró de forma atravesada, como de no tener buenas intenciones. Y sin darle tiempo, se lanzó a por él, pero el perro era más listo y siempre se mantuvo  a distancia, procurando que esta vez no se le acercara demasiado, aunque sí lo suficiente como para torearlo y reírse de él.

El pastor se lamentaba de tener cada día enfrentamientos con la gente por este motivo, cuando pasaba por el pueblo. Así que, sin darle más pausa, se acercó al brioso macho, lo cogió por las patas y lo echó al suelo. Ya tumbado, le puso la rodilla encima del costillar, le cogió las manos y con una tomiza se las ató. En ese momento pasaba por allí un muchacho al cual le dijo, sin dilación, pues le hacía falta, que se acercara, y que por favor le ayudara sujetando la poderosa cabeza del irrespetuoso lanudo. Había llegado la hora de descornarlo.
El muchacho  se sorprendió de la operación que iba a realizar el pastor. Sin dudarlo, se acercó, pero con cuidado, hasta que se aseguró de que estaba bien trabado el ovino. Con mucho temple, y seguro de lo que iba a hacer, el pastor echó mano a su morral y sacó un pequeño rollo de alambre acerado, cuyos extremos estaban sujetos a dos pequeños palos. Lo desenrolló y lo tensó a  unos ocho centímetros de la punta de uno de los cuernos, y comenzó a aserrarlo. Se veía penetrar el alambre en el asta como si cortara un trozo de jabón casero. Tras cortar el cuerno se dispuso a hacer lo mismo con el otro.

-“¡Ya está, muchacho!, puedes soltarlo. Gracias” -dijo satisfecho.

Ya suelto, corrió salvajemente y se enervó el cordero, que  obcecado fue a embestir contra Relámpago. Este se divertía retozón, pues el macho, ahora mocho, no llegaría ni a tocarlo nunca más, poniéndose a la altura de una simple e indefensa oveja.
Le habían cortado los “vuelos” al macho. El entregado pastor ya estaba tranquilo y nadie le reprendería por posibles embestidas. Así que cogió los trozos de cuernos amputados y se lo dio al muchacho para que hiciera con ellos un yoyó, y si era diestro con la navaja, alguna figura sencilla de adorno.


Tras despedirse, el muchacho arrancó a correr para que Relámpago lo siguiera y le lanzó uno de aquellos inertes huesos para jugar y que este se lo devolviera. Relámpago fue a buscarlo con presteza y encontró rápido entre las hierbas el preciado juguete. Pero no lo devolvió, tal como esperaba el muchacho: con él en la boca, se fue corriendo para alardear ante sus amigos, pues había conseguido  afianzar las defensas de un carnero muy agresivo, el que antes lo perseguía pafra importunarle a diario en los encuentros con el rebaño.
UN VENADO DEL ÁLBUM DE MI AMIGO PEDRO OTAOLA