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martes, 26 de diciembre de 2017

NOTICIAS FRESCAS

CRISTÓBAL ENCINAS SÁNCHEZ

            Los días de un sofocante calor de final de primavera y unas noches inacabables de insomnio, me llevaban hacia la desesperación. Había cogido unas cortas vacaciones, y no sabía adónde ir. Mis amigos habían pensado en salir a las islas Canarias. Uno de ellos me envió más tarde un e-mail diciéndome que me fuera directamente a Lanzarote. Ya no me daba tiempo a buscar un billete de avión para que me llevase, salvo que pagara demasiado por él, dada la época. Así que me dediqué a rebuscar en e-mail antiguos, que suelo guardar, sobre todo los de viajes que me mandan de las agencias, por si luego me decidiera por alguno en concreto.
Después del almuerzo, mirando me encontré con el e-mail más antiguo. Ya estaba un poco adormilado, y leí que me hablaba de mis hijos, de la custodia de ellos y de lo que tenía que aportar económicamente. Eso ya lo sabía, y lo consideraba demasiado. Pero seguí amodorrado, con propensión al sueño.
De repente, me incorporo a la realidad al oír el sonoro timbre de mi teléfono antiguo de la entrada. La voz decidida y cromática -agradable- de mi abogado me dice lo que estaba esperando desde hacía tiempo: "Noticias frescas. Tu ex-mujer se ha casado".
Ipso facto, no lo dudé ni dos segundos, llamé a la operadora del aeropuerto: "Por favor, un billete en primera línea para Lanzarote. A ser posible, que sea para hoy".

jueves, 14 de diciembre de 2017

NO HUYAS PRIMAVERA


CRISTÓBAL ENCINAS  SÁNCHEZ

Los campos tristes y solos se quedaron.
Aromas de azucenas y otras flores,
se los privaron de ellos tus amores: 
tus huellas en sus mentes se grabaron.

Anhelan todos tu pasado; amaron
en toda hoja escondida tus colores;
mas no encontraron rastros ni rencores;
sinsabores dejaste, marchitaron.

Se va pudriendo todo, pero esperan
el amor que tú les diste en tu lecho.
Sí, ni la paz ni la vida prosperan.

Anhelan tu regreso; y yo te echo
pesares del esfuerzo que reiteran,
amores que tenemos sin despecho.

domingo, 10 de diciembre de 2017

HE OÍDO COSAS

Cristóbal Encinas Sánchez

He oído cosas,
como que te marchas.
Y no puedo permitir que te diluyas
después de tanto tiempo transcurrida en mí,
que te inmiscuyes como música
en vívidos tránsitos de mi vida:
mi cabeza no descansa.
Salirte al paso y echarte el lazo,
para que no escapes,
es lo que pretendo,
sin forzarte.
Me subiré al árbol guarnecido
para que no me veas
en ese bosque de los ojos tuertos
y de los silencios simulados
de las bocas aturdidas e insalubres
que manan puros rejalgares.
Te hablaré con palabras de arrullo,
de suave aleteo,
y sorprenderte para que callada quedes
y confiada vengas a mis brazos,
como antes,
sin que le des oído
a las cosas displicentes
que la gente diga.
Si no pudiera atraerte,
daría mi condición de ser sincero,
con la agravante pena en mi corazón

de no ser un ente nunca más completo.

sábado, 9 de diciembre de 2017

UN DÍA SIN HABLAR


Cristóbal Encinas Sánchez

         A primera hora de la mañana, a un empleado que entró a su puesto de trabajo le dijo el encargado: “Hemos discutido esto muchas veces y hoy hemos pensado en tener el día sin palabras. Todos los demás están de acuerdo y espero que tú también. Si fuera urgente o necesario, no dudes en hablar; pero piénsatelo si el tema no tiene importancia".

Trataban de comprobar si el día sería altamente aprovechado y rentable para la empresa, con todas las garantías de hacerlo con los requisitos y exigencias establecidas previamente. 
Veía, el recién llegado, cómo sus compañeros se dedicaban a su tarea. Esto sería el principio, para ir atando cabos y tomar ciertas actitudes. A las dos horas el operario ya se hacía un montón de preguntas. Alguien les volvió a recordar la obligación de hablar en caso de necesidad, pero nadie puso oído al consejo.

Él intentó llamar por teléfono para confirmar el estado de ciertos permisos concedidos verbalmente, pero después de tantos días, se podía esperar a mañana.
Cayó en la cuenta de que nunca le había preguntado a su compañera –le vino esa idea de pronto– si hubo algún tiempo en que ella lo quiso con frenesí o si lo había deseado alguna vez. Una mirada deseosa le lanzó ahora, pero ella no le dio la respuesta, porque no le comprendió. Fue una tontería, pero quería saberlo, precisamente hoy. "Mañana, mis deseos de preguntarle se harán más fuertes, después de estar pensando todo el día en ello", se respondía a sí mismo. Así se relamía los labios, intentando recordar una frase sugerente y justa, pero no sería consecuente con la premisa del día. Sentía temor por si las palabras no fueran apropiadas, convincentes o necesarias y se mordía la lengua para que no se le escaparan.

Recordó las expresiones de condolencia para un amigo –que su padre había fallecido–, y que en su momento, en el proceso de su enfermedad, no fue capaz de preguntarle, y que le dieron vueltas en la cabeza en aquel momento. Esto le amargaba ahora y le producía tan incontenible dolor que un compañero le hizo un ademán para preguntarle qué le ocurría, pero él le sonrió dándole a entender que no le pasaba nada, solo se había emocionado un poco. ¡Cuántas palabras había dejado de decir a su mejor amigo!, después de transcurrir dos años, sin hablarse casi, ni por teléfono, salvo una vez por Navidad. Tantas actividades realizadas juntos y sin haber referido nunca lo bien que lo habían pasado.
Ahora pensaba en la necesidad de tener que expresar tantas cosas que echaba en falta. Pero eso no podía ser este día. 

Notó que la gente iba solo a lo suyo,y no merecía la pena pararse con muchos de ellos, y perder tres segundos de su tiempo. Sin embargo, aprendió que a otros debería de haberles prestado más oído, incluso preguntarles con fruición para que se explayaran con su sabiduría.

Al final de la jornada hubo algunos maleducados que al irse no dijeron ni adiós. "¡No merecemos ni un adiós!", llegaron otros a comentar ante las miradas que comenzaron a ser odiosas, inquisitivas, distantes, torvas. Varios dieron muestras de irse con un gran dolor de cabeza, de impotencia y de improvisada cortedad, al evitar todas las preguntas.
"¡Adiós!", "Pues adiós".


miércoles, 22 de noviembre de 2017

CUENTA SALDADA


Cristóbal Encinas Sánchez
            Había estado a la espera toda la noche. Cuando su amo entró en el establo, le dio suelta y salió al patio como un torbellino. Su pelo negro y su crin larga al viento me hicieron presagiar que realizaría un encuentro completo. El día anterior no hubo suerte, pero hoy Tritón presentaba más disposición y ahínco.
            Castellana era una yegua soberbia, de buena planta, de más de uno cincuenta metros de alzada. Su pelo, de color tordo pistacho, brillaba como signo de buen cuido. Ahora esperaba, al sol del mediodía, atada a un olivo. Su cuerpo cautivo no tendría la posibilidad de escabullirse.
            El amo se aproximó al caballo y lo atrapó. A continuación le entregó las riendas al mozo para contenerlo un poco apartado. Después se dispuso a hacerle las ataduras de rigor a la hembra, en estos casos. Con dos cuerdas hizo sendos nudos escurridizos por encima de las pezuñas de las patas traseras. Los otros dos extremos de las cuerdas los pasó por la parte superior de los húmeros de las patas delanteras, y tensando los anudó. Para terminar la delicada y peligrosa labor de sujeción, ató los dos cabos sobre su lomo. Así no podría cocearle ella, si no estaba lo suficientemente receptiva al garañón.
            El caballo estaba muy nervioso ante aquella tediosa espera. El amo trató de calmarlo y lo llevó, por fin, a los pies de la infecunda. Estaba un poco desarbolado por el fallido intento del día anterior, pero ahora se disponía a conseguirlo en la inminente incursión.
            A la voz exhortativa de su amo, respondió el gañán encaramándose y apoyando sus manos sobre los gruesos costados de la bien hallada. Ella, recelosa de lo que pudiera acontecer, no hacía más que moverse para tratar de quitárselo de encima. No lo conseguía, dado el estrecho margen que le permitía la elasticidad de las cuerdas. El insigne caballo tuvo que hacer una renuncia y desmontar. Enervado, relinchaba, jadeante, sin cejar en su empeño. Entonces hizo un gesto único y sorprendente: elevó la cabeza y abrió la boca esbozando una expresiva sonrisa. Era el preludio del intento definitivo, y el amo lo aprobó.
            Enhiesto, pero torpe, el unicornio no llegaba a localizar la precisa angostura y, zigzagueando, la buscaba. Era el momento de la ostentación portentosa de sus atributos. La bordeó con su badajo, se centró y, por fin, la penetró. 
No hubo tiempo para más. Tras una tenue sacudida, reculó el caballo y, de estar ovulando la hembra, era seguro que la fecundaría. Como impelido por un volcán y apoyando sus cascos delanteros en la tierra, dejó claro que su cuenta estaba saldada.
Acto seguido, sin demorarse, el amo deshizo las ataduras para liberar a la esclavizada.

Con una buena gavilla de alfalfa y un pienso extra, mimó al fiel Tritón. Ahora, laureado y tranquilo, intentaba recuperar sus desgastadas fuerzas. 

            (FOTO DE CABALLO TOMADO DE INTERNET Y ES PROPIEDAD DE SU AUTOR)

sábado, 11 de noviembre de 2017

SI TE VIENES AL ALBA


CRISTÓBAL ENCINAS SÁNCHEZ


Por un mirar de tus ojos
no sé, morena,
de esos tus ojos negros
los más bonitos de todos.
Por un beso de tu boca
no sé, morena,
de esa tu boca de azúcar,
de todas la más sabrosa.
Por una sonrisa tuya
no sé, morena,
me vuelvo el más loco de todos.
¿Te vienes, niña, conmigo,
en mi caballo a los campos
a coger fresas y trigo
y a subir por los barrancos?
Te traeré una rosa
por una mirada,
y sin ninguna espina 
en la madrugada. 
Te traeré el rocío, mi amor,
mi vida en un arca
con sus tesoros dentro,
si te vienes al alba.

sábado, 4 de noviembre de 2017

LA ESTRELLA


Cristóbal Encinas Sánchez
Los dulces sueños los tengas siempre;
que en ellos mantengas mi recuerdo presente.
Que seas más alegre en todos tus días
y que no albergues nunca melancolías.
Que tu cara y tus labios, al yo pasar,
con breves susurros me hagan temblar.
Que cada mañana, en cada momento,
llegue más luz a tu pensamiento.
Y cada noche, cuando te duermas,
que sepas que pienso en velar tus sueños:
invoco al silencio.
¿Recuerdas la estrella que te mostré?
El cielo la guarda
y aún lleva el encargo que yo le dejé:
“Vela por ella en todos sus días,
en todas sus noches y en su amanecer”.

jueves, 2 de noviembre de 2017

LA LUNA SE VA A ACOSTAR

CRISTÓBAL ENCINAS SÁNCHEZ

Se está la luna arreglando 
para meterse en la cama. 
El sol, como que es su dueño,
la tiene bien adiestrada. 
Mañana saldrá más tarde, 
mejor vestida y más guapa,  
con velo de tul de seda 
ocultándose la cara, 
y que no la vea su amo 
pues la tiene secuestrada.  
Que apague la luna el último 
que en su sueño la adorara, 
no vaya a ser que la roben
cuando llegue la alborada.

viernes, 20 de octubre de 2017

DESATENTO EN PLENILUNIO


Cristóbal Encinas Sánchez
       De cómo empezó a suministrarse aquella sustancia tóxica , no sabemos nada. Solo se puede especular con que era una noche del ardiente verano y no durmió, que digamos, en aquella luna iluminada y radiante.
Sus ojos cantaban y sus miradas iban dirigidas, principalmente, a una chica morena con el pelo largo. Tres coincidencias que podían hacer una noche inolvidable: una buena compañía colmada de sueños en una noche de fiesta que crearon el majestuoso escaparate de ser libres durante unas horas.

Como la noche se presentaba cargada de entusiasmo y él era muy dado a lisonjear el oído de las chicas guapas, intentó crearse un entorno agradable, sobornable, con buen rollo. Los requiebros afloraban a su boca con tanta elocuencia que las chicas le sonreían y bailaban con él. Aceptaban sus miradas desafiantes, atrevidas y, cómo no, lascivas que no le daban descanso ni un momento. Tuvo una sucesión de momentos extáticos, sublimes, dignos de un cuadro costumbrista.    
Eran las cinco de la mañana. Al lado de la tapia, frente a un roble próximo  –galardonado con un premio a una obra maestra de la Naturaleza y al mejor árbol adornado en las últimas  Navidades–, los festejantes vitorearon al anfitrión, que dispuso de lanzarse a la piscina desde una gruesa rama que la cruzaba por una esquina. Su cara reflejaba un esplendor que le hacía estar por encima de todo lo que allí ocurría.                                                                                                                     
A modo de despedida, el galán henchido de su fantástico triunfo en el universo, presa de un estado eufórico, saltó gozoso desde su improvisado altar. Con la dosis que se había administrado, se creyó tener alas y que era indemne a todo, sí a todo menos a la altura.

jueves, 19 de octubre de 2017

PERRA MIRADA

CRISTÓBAL ENCINAS SÁNCHEZ
        Cuando el encargado de la finca llegó corriendo hasta el mejor cerezo, miró al muchacho que estaba subido en él a la altura de la primera cruz. Lo enviaba el propietario de la finca para comprobarlo, pudiendo constatar que José, tranquilamente, estaba comiéndose los apetitosos frutos.                                                                                  
El emisario, jadeante, se volvió por donde había venido para comunicárselo sin demora a su jefe. Este fue rápido adonde estaba el ladrón, y se dirigió a él con decisión y arrogancia:
—¡Oye, tú!, ¿cómo te has subido ahí? –le miró con desprecio.
— Pues, agarrándome y gateando por el tronco –le contestó José.
— ¡Bájate, que quiero hablar contigo! –le replicó en tono amenazante.
El joven se bajó del árbol y pasó inmutable cerca de aquel perro fiero, que estaba atado a una cadena en derredor al tronco, y en la dirección a su amo.
 —¡Dígame usted!
—¿Has subido al cerezo tan temerariamente, con este aquí atado? –señaló al mastín.
—Ya ha visto usted que acabo de bajarme y he pasado junto a él –le respondió el muchacho.

En ese momento se terminó la conversación. El perro miró con cara suplicante al furioso amo, al verle hacer un brusco movimiento de su mano hacia atrás. Este sacó la pistola de su funda y, a poca distancia, le disparó dos veces sin parpadear. Al instante, el animal cayó al suelo como una espuerta de barro.                    
El perro no fue tan fiero con aquel intruso que había hurtado las cerezas al amo de manera tan elegante. Lo peor para el patrón fue que también le robaran su prestigio y eso no se lo perdonó. Al no defender sus propiedades, no cumplió con su deber y eso le afrentó. 
Para el ofendido ese no fue un problema que no pudiera solucionar sobre la marcha, y sin inmutarse.
(NO A LA VIOLENCIA)

miércoles, 18 de octubre de 2017

POEMA AL AGUA


BELÉN ENCINAS HAYAS

Agua, agüita,
llueves menudita, 
mañana, tarde y nochecita.
Cuando vaya al colegio, párate,
descansa, que voy apresuradita.
Y si sale el sol
y sigues tu tarea,
el arco de colores
en el cielo te espera.
Rojo, amarillo, verde y violeta,
todos los colores
tu cuerpo atraviesan.
Oh, agua, agüita
del día y de la noche,
¡que seas bendita!

jueves, 12 de octubre de 2017

TERCERILLAS SOBRE TUS OJOS


Cristóbal Encinas Sánchez

Mis deseos confinados
lo están por tus ojitos,
que los tienes resguardados.
Con tu mirar, que es claro,
yo me encontré esta mañana:
todo el día fue un regalo.
Si me esquivas con tus ojos,
los caminos se retuercen
y nos perdemos nosotros.
El día treinta de abril
ya no te echaré los mayos:
no te fijaste en mí.
Cuando pases por el parque
dígnate mirar atrás,
que escondido espera alguien.
No me mires más, o mírame
sin pensar por qué me miras;
mírame así u olvídame.

miércoles, 11 de octubre de 2017

DONDE LOS SUEÑOS BUENOS

CRISTÓBAL ENCINAS SÁNCHEZ

Y ella, soñando, me invitó al lugar
de los sueños buenos y como siempre
no quiso apartarme de su lado.
Con sus buenos pensamientos me rodeó
y con la fuerza de su espíritu 
me apartó de las iniquidades.
Comencé a tener cabida en su cabeza,
y me envolvió con sus ideas mejores:
entonces me asenté en el paraíso.

Ella ahora no está a mi lado,
y recordarla me entristece.
No puedo resolver el pasado inaccesible
del absurdo transcurrir de aquellos días.

martes, 10 de octubre de 2017

SOL QUE ME FALTA

CRISTÓBAL ENCINAS SÁNCHEZ   
                                                      
Sol que me falta en irónica tarde
en la que siento que me quedo inerme
ante la noche en la que defenderme
sin luz, con una cerilla que no arde.

Sostengo en esta mano débil pluma,
que no atrae palabras cariñosas
ni descifra las frases caprichosas,
enredos, cumplidos, deseos, bruma.

Cansado de errar en el desatino,
me paro en cualquier receso y busco
a alguien que me ofrezca en el camino

las razones claras que aún rebusco
en el fondo de mi alma desquiciada,
que me saquen de sendas, pues me ofusco,
maltrechas de esta vida desolada.

martes, 3 de octubre de 2017

AMOR CANALLA

Cristóbal Encinas Sánchez

Lastras, como siempre,
de tu locura enfebrecida
mi silueta ya arruinada.
Desierta soy de lozano sentimiento,
y de amor desposeída con tal saña.
Tú que me infectas con tus besos
y ese mirar apasionado;
yo que me dejo caer en el olvido
de todas las cosas,
de mi cuerpo,
de mis palabras,
teniéndome a tu lado.
Aunque siempre me adules o castigues,
no me importa,
porque soy reliquia de molidos huesos,
por esos celos que en mi carne clavas
como un puñal avieso
que hundiéndose acaricia,
una vez y otra,
la recién herida suturada.
No añoro tu aliento perdurable
ni apartada estoy de tus deseos;
y sufrir, como mártir, me supone
comprobar tus equívocos.
Aunque me devuelvas el beso
de tus colmillos que me sangran,  
mi cuerpo lo soportará,
porque es ese tu deseo:
sufro como el animal triunfante,
que siempre ha de ser fiero.
Y me infectas con tu látigo
que te hace sentirme propiedad amenazada,
y a mí desprotegida, eviscerada;
porque para ti soy la conquista hecha
que todavía has de reconquistar.

Y si no soy así -me dijiste-
ya no seré nada.
¡Pero tú, tampoco serás nada,
el día que yo no mantenga mi silencio,
cuando alguien pueda hacerse eco
y escucharme decir estas palabras!  

jueves, 28 de septiembre de 2017

UN AMOR TEMPRANO


Cristóbal Encinas Sánchez

        En mayo pasado se cumplieron ocho años desde que me hicieras la primera confesión de amor, aunque tú no te dieras cuenta. 
El día en que te conocí, ibas a la escuela de párvulos, tan pizpireta y activa, tan embelesada en tus cosas que no reparaste en mí, pero yo te observaba siempre que te veía aparecer. Eras la distracción de todos, y con tus representaciones nos dejabas boquiabiertos.                                     
Fue en el día de nuestra Primera Comunión. Tú ibas con un vestido de seda blanco y una diadema de flores fucsias y amarillas. Estabas realmente encantadora, tranquila, dominando la situación. Recuerdo, desde mi ventana, al verte salir a la calle, cómo te recogiste el faldón para no pisártelo. ¡Qué soltura y donaire!, y tu madre cómo sonreía complaciente. Los ojos te destellaban y aquellos dos rizos, que te hicieron con tanta elegancia, redondeaban tus delicadas facciones. Tu boca, jactanciosa, mostraba dos filas de dientes bien alineados y radiantes.                                                                                                                                                      
Al llegar el momento de tomar el Pan, me miraste de reojo y tuviste una caída de ojos  que hizo distraerme y no pude salir, seguidamente, a recibirlo también. Después me di cuenta de que al hincarme de rodillas, volviste a posar tus humedecidos ojos sobre los míos, largamente, como asintiendo a mi pretensión de amor. Intuí que estabas hablándome puramente de amor,  a mí, que nunca me habías demostrado antes una pizca de interés. Desde ese día comencé a pensar en proponerte formalizar nuestro noviazgo.

Cuando entró el verano, a mi madre la trasladaron a Cataluña y tuvimos que irnos toda la familia. Era el último día de clase y nos despedimos en el aula, delante de tus padres y de los profesores, con un tímido adiós,  como si fuéramos a volver en septiembre. Pero no fue así.                     
En mi nueva residencia hice amistad con otras chicas, pero mi amor seguía teniendo el destino de aquella mujercita de mi pueblo, pues desde nuestra separación nos escribimos porque nos queremos.   
Cualquier día de estos le pediré, sin más dilación, que si quiere ser mi novia, si es que ella no se hubiera decidido aún a pedírmelo.

viernes, 22 de septiembre de 2017

OTOÑO PERFECTO


CRISTÓBAL ENCINAS SÁNCHEZ

El otoño va labrando con pulcritud exquisita
los perfiles y colores de todas las plantas.
El paso incansable de los días nos aproxima
al invierno donde todo permanecerá quieto,
latente, para resurgir luego cuando vengan
los cantos de la inusitada primavera
que dejará traslucir sus bendiciones.
Mientras, la estación callada va colgando
las últimas postales en su trayecto nostálgico.
¡Vive!, otoño, que todo lo sugieres y trasminas,
volviéndote a pares de colores infinitos.
Elogiando tu recuerdo
siempre hay alguien que te observa
y te enmarca en un dorado reflejo.

Y tú has de saber que en él
has conseguido ser perfecto.

miércoles, 20 de septiembre de 2017

UN CERDO OBEDIENTE

  Cristóbal Encinas Sánchez
   Un amigo le preguntó a otro, que tenía el raro oficio de porquero, que por qué siempre se jactaba de que sus cerdos le hicieran caso cuando les hablaba para que no se metieran en fincas ajenas. Le respondió que estaban sembradas de hortalizas y para que no las destrozasen los nombraba. Simplemente lo hacía por satisfacción docente, para que aprendieran. 
Reacio el amigo a creerse estas bromas, que le parecían una exagerada tomadura de pelo, le propuso que se echaran una apuesta, allí donde pacían, y comprobarlo por él mismo. El porquero le respondió que no tenía inconveniente en demostrárselo, lo que el otro aceptó de buen grado. Le preguntaría algo muy personal a uno de los cerdos y que este, seguramente, le contestaría. Y que la respuesta se la daría haciendo ligeros movimientos repetitivos de su extremidad trasera izquierda.
Comenzó la prueba. El cuidador se acercó al cochino y con voz susurrante le preguntó:
—¿Cuál es la patita del porquero?  
El cerdo lo miró muy atento, como pensativo, pero no hizo ningún gesto especial con su extremidad, por lo menos de momento.
—Te lo diré de otra manera –le hizo un extraño ruido con la boca: tlo, tlo, tlo...pero nada,
Se acercó un poco más al cerdo, mostrándole la mano y haciéndole un gruñido que él conocía bien: uhrrr, uhrrr... Acto seguido empezó a rascarle el lomo. Y al cerdo, quieto, parecía gustarle. Siguió rascándole por la barriga, pausadamente. Continuó de forma suave, hasta que el marrano dio muestras de querer tumbarse en el suelo. Se arrellanó, cómodamente, sobre su lado derecho. El hombre le rascaba sin prisa alguna y el cerdo resoplaba, ostensiva y placenteramente, de vez en cuando. Este rascar continuo se  alargaba en un ambiente de calma y al animal le producía una ligera somnolencia; le pasaba la mano por  la cabeza, la papada, el pecho, las nalgas.
Con una voz pausada se disponía a hacerle la misma pregunta otra vez, sin dejar de rascarle en el pabellón de la oreja. Le habló como si lo hiciera a una persona ávida de recibir sus palabras. Y en ese instante fue cuando le introdujo el dedo índice en el oído y lo sacudió varias veces a la vez que le decía:
—¿Cuál es la pata del porquero?
Automáticamente, como un resorte, el animal levantó su pata izquierda y con un movimiento convulsivo la zarandeó varias veces queriéndole decir:
—“Esta es la pata, esta es”.
Después de la demostración, descansó el cerdo llevando su pata sobre la otra en reposo.
Con clara notoriedad el porquero se dirigió a su amigo:
—¿Te has dado cuenta, hombre, cómo responde a mi pregunta?
El amigo se quedó un poco extrañado, pero se reía a carcajadas cuando insistió otras dos veces más con la misma pregunta y el animal siguió dando la consabida respuesta.

El porquero, que se había criado en el campo, sabía bien su oficio. Los cuidaba desde que amanecía y los tenía bien alimentados. Atendía solícito si los cerdos se aproximaban a las encinas, indicándole con ello que querían comer bellotas dulces. Él las vareaba y a la vez los nombraba para ver si se habían quedado satisfechos. Y en esas atenciones estaba cuando adiestraba a los más despabilados en cosas que podían hacer gracia a la gente. O por lo menos eso era lo que él decía. 

martes, 19 de septiembre de 2017

ACORRALADO


CRISTÓBAL ENCINAS SÁNCHEZ

         Aún no había amanecido cuando oyó movimientos extraños en el huerto y en la calle más próxima. Esto le causaba cierta zozobra y mal estado de ánimo. Se desperezaba un día de frío intenso, casi invernal. En el ambiente había intenso olor a humo, un poco atenuado por otro olor a cebolla que le resultó inusual.                                                                                                                                                                 Con la mosca en la oreja, se levantó muy suspicaz del lugar donde descansaba. Se puso algo nervioso al oír unas pisadas de botas que armaban mucho ruido, como si estas fueran apartando obstáculos del camino. Quiso acercarse a un pequeño agujero practicado en la pared hecha con ripios y yeso, mal encalada, para observar; pero se escondió tras una columna que había tras la puerta y aguantó la respiración, rígido, todo el tiempo que pudo para que nadie reparara en él. Justo en ese momento, oyó un grito que denotaba un dolor terrible,  mantenido durante varios segundos. Ante la situación empezó a temblar de tal manera que no se tenía de pie; por ello optó por echarse al suelo y tranquilizarse para evitar cualquier golpe que él que pudiera producir y lo delatara. 
Esperó recostado, y se cercioró de que la puerta estaba bien ajustada. Mientras tanto, los pasos de alguien se iban acercando, aceleradamente, y la conversación de aquellos madrugadores siniestros  la percibía con nitidez. Entonces, las cerdas de su cuello se le pusieron tiesas como leznas a la vez que un sudor frío le recorrió todo el cuerpo. El corazón le latía con ímpetu descontrolado, como nunca, desaforadamente.
Alguien de grupo deslizaba un útil metálico sobre otro, con cierta pericia, como si estuviera afilándolos. Otro decía, a varios metros de la puerta, que si hacía falta una antorcha para entrar. Una voz conocida y cálida para él respondió, suavemente, diciendo que sí:" Ven tú solo conmigo, los demás, atrás, que no os vea y lo cogeré por sorpresa, no se alarmará".

El  que estaba acorralado vio cómo se abría la vieja puerta de encina, igual que todos los días. Pero en vez de traerle un cubo con comida, su amo le mostró un gancho con la punta afilada y asido por el extremo curvo. Quedó estupefacto. Si en ese momento le pinchan no echa ni una gota de sangre. A continuación reculó hacia el rincón de la zahúrda donde había dormido plácidamente.          
El matarife se le acercó circunspecto pero tratando de propiciar una irónica sonrisa que no cuajaba. De golpe, le echó el gancho a la papada y tiró hacia sí, quedando atrapado por debajo de la mandíbula. Entonces chilló desesperadamente, no podían hacerle sufrir sin razón alguna.        
Suplicó una y otra vez pidiendo clemencia, él era inocente. No le hicieron caso, y lo transportaban casi en volandas. No tenía escapatoria: lo llevaban al cadalso.

sábado, 9 de septiembre de 2017

UN DELITO IMAGINARIO


C ristóbal  Encinas Sánchez

       El señor alcalde, que era muy beato, predicaba las buenas acciones y la reconciliación fraternal. Solía ir al campo a diario para hablar con los braceros, contándoles historias para que pasaran mucho mejor su jornada, que era las más de las veces trabajosa y cansada. Cada día desde su ventana, cuando alguien pasaba por la puerta del ayuntamiento, se fijaba y apreciaba la aceptación que tenía la bandera enclavada en el balcón. Este detalle lo tenía muy en cuenta, y si le hacían el saludo o se cuadraban delante de ella un instante, le satisfacía.
Con el paso del tiempo comprobó que uno de los transeúntes nunca miraba al emblema ni se paraba a hacer, por lo menos, el paripé, cosa que le disgustaba profundamente. Por ello, al señor alcalde se le ocurrió llamarlo, ya que mostraba siempre tan rebelde talante. A través de la ventana de su despacho, le hizo una señal, dando unos ligeros golpes en el cristal, para que entrara a verlo con premura.
A pesar de su asombro, el que fuera llamado supo reaccionar al momento y entró donde se le requería. El alcalde le dijo que si podía hacerle el favor de llevarle una carta urgente al comandante del puesto de la Guardia Civil del pueblo de al lado, para una acción inminente. Ante este panorama, el hombre se prestó a hacer este servicio sin ningún impedimento ni retraso dada la imperiosa necesidad, y guardó la carta en el bolsillo interior de su chaqueta y lo abotonó no fuera a perderla.

Transcurrió una hora y media hasta llegar al cuartel andando, presentándose con la carta en la mano ante el soldado que estaba de guardia. Preguntó por el comandante y si podría entregársela personalmente ya que se la enviaba una autoridad del pueblo. El del puesto le instó a sentarse tranquilamente, pues el jefe estaba ocupado. Le avisaría y, cuando llegara, podría entregarle aquel documento tan importante. Al cabo de un buen rato se abrió la puerta de la pequeña oficina y el comandante entró dando los buenos días. Él se levantó rápidamente de la silla y le respondió con cortesía a la vez que le confiaba la singular carta, sin haber osado siquiera mirar su contenido. Con un gesto recatado y benevolente, el jefe leyó para sí con un suspiro prolongado: "Haga usted el favor de meter a la persona portadora de esta carta, por un período de tres días, en la prevención, por haberle negado el saludo a nuestra bandera". Tras unos segundos de perpleja espera, el comandante, cogiéndolo por el hombro, lo acompañó a la puerta exterior del recinto. Y no solo no mandó ejecutar la inusitada orden sino que le advirtió de que no debía de ser tan cándido y no portar, en adelante, documentos de nadie que le inculparan de un delito imaginario.

sábado, 27 de mayo de 2017

VACUAS PALABRAS

Cristóbal Encinas Sánchez

        Se paró frente al escaparate de una antigua tienda de regalos. Contempló un taco de cartas escritas a mano que estaban atadas con una cinta rosa. Le traían viejos recuerdos, pues tenía varios corazones dibujados junto al nombre del destinatario.

A ella le hubiese gustado guardar las suyas, eran tantos los sueños que albergaban y que podrían haberse hecho realidad. Pero no se hicieron. Tuvo que devolvérselas a su ex novio porque él no quiso dejar una prueba de que había incumplido sus promesas. 


miércoles, 24 de mayo de 2017

EL ÚLTIMO VERSO


CRISTÓBAL ENCINAS SÁNCHEZ
Arde el pabilo del candil a punto de extinguirse.
Cojo mis gafas para leer algún poema antes de acostarme.
A la luz de la luna he podido leer el último verso
con letras aún más grandes, en mayúsculas: 
TE QUIERO.
Ahí quedó el poema que te escribí anoche,
antes de que me dieran tu carta.
Después de leerla me quedé sorprendido,  
recapacitando: ¡si no entiendo su significado...!
Pasó el día y me atrevo a seguir leyendo,
sin aceptar la razón que ella me diera.
Enciendo otro pabilo y espero,
esta vez con mi corazón maltrecho,
con un llanto apenas contenido,
porque no encuentro tampoco ese motivo
que dé lugar a borrar el último verso.

viernes, 5 de mayo de 2017

Y TÚ QUE DEJAS PASAR LOS AIRES


Cristóbal Encinas Sánchez

Y tú que dejas pasar los aires
que te rozan y te roban el perfume.
A mí, en esta cueva, alejado de todo,
se me acerca un aire improvisado.
¿Es suyo?, me pregunto.
Sí, todo el aire es suyo,
cargado del tiempo que adornó su cara,
que envolvió sus besos,
sus manos, su figura,
y que es todo lo que aún recuerdo.
Es todo lo que recuerdo desde que no sueño.

miércoles, 3 de mayo de 2017

LOS QUE GANAN MENOS DE 700 EUROS


CRISTÓBAL ENCINAS SÁNCHEZ

Cuando empezaban la recogida de la aceituna, siendo apacible el día, eran las nueve de la mañana y solían echar tres horas y media o cuatro hasta el almuerzo. El resto, hasta siete, lo hacían después. Se tardaba en comer entre cuarentaicinco minutos y una  hora, de común acuerdo. En ese receso, a los aceituneros les gustaba ponerse al calor de la lumbre y tomar el sol, que apetecía tanto, y sobre todo en los días escarchados  en los que el blanco manto se prolongaba hasta las doce y mientras se quedaban  la cara y las orejas acartonadas.
En un día del mes de enero, se le ocurrió decir a uno de los más jóvenes recogedores que tenía frío, y que encendiera la lumbre uno de los hombres mayores,  pues hacía viento y el sol permanecía oculto tras la montañas. No serían aún las once, pero el manigero se negó a encenderla, porque no hacía la suficiente rasca, y que no se podía perder el tiempo, unas veces porque algunos comían entre horas; otras, porque se iban a hacer sus necesidades y no tenían cuando volver;  y otras veces, que si habían caído unas ligeras gotas de lluvia...                                              
Alegaba, en su razonamiento, que si todos llevaran un régimen de trabajo con energía, dando el callo como él, el cuerpo generaba el calor necesario para no sentir frío. Pero como algunos tenían mucha galbana, les pasaba estas cosas. Él era quien tenía que justificar por la noche lo que se gastaba en peonadas; y aparte, no podía permitir que le tomaran el pelo. Era algo que no podía asimilar, y por eso se ponía a arengar a la gente. No dar la pesada máxima con la aceituna recogida, le ponía nervioso, y le parecía como si él no mandara nada. Así que, como no le salían sus cuentas, por la mañana, metía diez minutos de más y por la tarde igual. Aquel esfuerzo de todos nunca se lo agradecía la empresa, pero su orgullo, y viendo las necesidades que había por aquellos años, le obligaba a hacerlo.                               
La gente estaba muy sujeta y, si alguno se ponía contestón, lo despedía y se quedaba tan tranquilo.

Esta forma de proceder era algo que ocurría a mediados del siglo pasado. Pero peor es lo que está pasando ahora. En los últimos años hay muchos empresarios que, en cuanto pueden, se aprovechan y el sueldo lo rebajan más de un treinta por ciento. Lo malo es que, incrementando sus ganancias, las empresas no se quedan conformes y cometen otros abusos para sacar más dinero. Claro está que con esta reforma laboral que han impuesto los últimos gobiernos, es obvio llegar a estas situaciones: el empresario es más rico y miserable, y el trabajador está más desprotegido en todos los ámbitos y tiene menor sueldo. O si no que se lo digan a los que ganan menos de setecientos euros.

jueves, 27 de abril de 2017

SE PREGUNTÓ QUÉ HACÍA AQUELLA LLAVE DEBAJO DE LA MESA


Cristóbal Encinas Sánchez
Eran las dos de la tarde, la hora justa del almuerzo. Solía reunirse la familia en torno a una gran mesa ovalada, y acostumbraba a respetar los horarios porque todos estaban muy atareados. Se juntaban seis comensales aunque uno, el más pequeño, siempre estaba liado con el ordenador metiendo programas nuevos. Su madre le avisaba de que la mesa estaba puesta y entonces lo dejaba todo y bajaba corriendo las escaleras. Las dos hermanas mayores estaban pendientes de que él llegara a tiempo para comer. Tenían algo especial con el joven Antoñito. Todos los hermanos se llevaban dos años, un tiempo prudencial para que se respetaran.
Cuando llegó Antoñito y acercó su silla para sentarse a la mesa, esta quedaba desequilibrada y procedió moverla repetidas veces. Algo sólido yacía bajo una pata, se agachó para recogerlo y vio que era una llave antigua. Parecía que nadie sabía cómo había podido llegar hasta allí, pero todos sabían que correspondía a la puerta de la azotea donde subía su madre a tender las sábanas.
Durante los últimos dos días nadie subió a tender nada. Había llovido muy intensamente. Lauro, el único hermano, apuntó:
–A ver si alguien realiza otros menesteres que no debemos de conocer  y por las prisas se le ha caído–. Al decir esto, se aseguró de que la criada no estuviera en el comedor. Otros empezaron a concebir nuevas ideas.
La madre contestó:
–Hoy ha venido un carpintero a traer una caja con las bandejas para la estantería. Tardó cinco minutos en ponerlas junto a la puerta del balcón y se fue, ¿no es verdad, Eleuterio? –dijo la madre, que se dirigió con rotundidad a su marido, el cual asintió–, y yo no advertí que se le cayera nada.
La criada que trajo la olla para que empezaran a servirse se atrevió a decir:
–Yo no he sido. Ayer, después de subir a la terraza persiguiendo a una escolopendra, que desapareció por una rendija, la dejé en el llavero –era muy expresiva y pormenorizaba todos los detalles que hizo con el afán por buscarla. Recordó que esos bichos le causan horror a la señora.–Al final tuve que desistir.
Antoñito no se creía lo que con tanto desparpajo les contaba. Tenía un fino olfato para detectar cuándo alguien mostraba un interés excesivo en algo. Como al resto de sus hermanos no les oyó resollar, él hizo lo mismo. Su madre, que solía reprocharse algunos fallos de memoria, se limitó a decir que subió también por la mañana a recoger unas botas que lavó el día anterior y las dejó en el suelo, y que tal vez al bajar dejara la llave encima de la mesa. Probablemente, al poner el mantel, se le había caído sobre la alfombra.
Al instante, el hermano mayor corroboró que vino de campar por ahí y le dio a su madre las botas. Podría haber sido que, después de barrer la criada el comedor por la mañana, no se diera cuenta; o que sábado no barrió la chica el suelo por estar prácticamente limpio. Los indicios apuntaban a que ocurrió algo imprevisto.
Hacía años que los tejados de la casa y las terrazas estaban a la misma altura de los otros dos contiguos de sus vecinos. Los tres los había construido un maestro albañil que hizo una reforma en la casa, subiéndola un piso cuando era propiedad de los abuelos. A raíz de aquella reforma, los dos vecinos admiraron la obra y optaron por hacerla igual cuando se decidieron a ampliarla. Por eso todas las terrazas estaban a un andar.
Pues bien. Antoñito ató cabos e intuyó que podían estar ante una situación bien calculada. Si el novio de la criada, un muchacho joven como él, que vivía dos números más arriba, podía fácilmente pasarse hasta la suya en cualquier momento.
Después de terminado el segundo plato, tomaron una pieza de fruta y estaban ya dispuestos a levantarse de la mesa cuando alguien tocó el timbre de la puerta. Antoñito se levantó de un salto para abrir, esperaban a que viniera un policía del ayuntamiento para recoger la  maleta olvidada que su padre encontró en el taxi y que había denunciado hacía un par de días. Pero no fue así.
– Soy yo, Carlos, y perdonen por interrumpirles. Traigo unas botas que estaban en mitad de la calle. Se ve que una racha de viento las ha tirado del muro de la terraza donde  estaban –habló el que era el novio de la criada.
Los de la casa no creyeron lo que tan bien expresaba el que al otro lado de la puerta estaba. Era una buena excusa para venir a aquellas horas intempestivas en que ellos estarían almorzando. Algo le tendría que decir a la chica y por eso no esperó a más tarde. La comida se había alargado hablando y el novio calculó mal el tiempo, encontrándoselos a todos comiendo.
Ahora, la interpretación de los hechos se orientaban en otra dirección. Antoñito volvió a suponer que era muy fácil desplazarse por las terrazas y verse con la criada en el último rellano de la escalera, sin que ningún vecino pudiera verlos.
La madre recordó que el día anterior, subió y puso las botas encima del muro para que se orearan. La puerta estaba entornada. Allí vio allí a Carlos en la terraza del vecino, que trabajaba apretando unas bridas que sujetaban a la pared la antena de la televisión. Él aparentaba estar muy concentrado. Ella hizo igual al verlo trabajando como otras veces. Ante la situación, cuando ella terminó de tender, al darse la vuelta, miró hacia el suelo, y tras la puerta, se encontró una llave igual a la que usaba. ¡Qué raro! –se dijo– pero pensó que sería la duplicada que se les había perdido hacía un tiempo. A continuación, se amagó para recogerla, haciendo un gesto simulado como si se le hubiera caído algo al suelo. Una vez recogida, la introdujo en la cerradura y echó el paletón a la primera.
Antoñito le dio las gracias a Carlos por llevarles las botas, cerró la puerta y prosiguió hablando del tema largamente con la familia. La criada permaneció en la cocina fregando y no se inmutó, ni dijo nada al oír la voz de su prometido mientras lo veía por la ventana despedirse.
A otro día, la chica del servicio le dijo a Eleuterio que le había salido una oferta de trabajo con otra señora más cercana a su casa, que solo tenía a su marido y a un hijo pequeño, que le pagaba algo más y echando menos horas. Y que así tendría un horario más flexible y entonces podría estar más tiempo con su novio.