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miércoles, 26 de octubre de 2016

EL VOTO LIBERTADOR


CRISTÓBAL ENCINAS SÁNCHEZ

        Esta mañana de diciembre he madrugado. A pocos metros de mi casa me he topado con los cálidos rayos de un sol espléndido que da alegría. En mi corto paseo me encuentro con personas totalmente alejadas, distraídas. Es lunes y se comprende que cada uno tiene sus quehaceres y no los puede abandonar. No piensan en el momento de levantar airosamente sus cabezas, porque quizás les pesen mucho los problemas que han de resolver, o no estén de humor para pagar un recibo atrasado del impuesto de circulación del coche, o tengan pendientes de pago las tasas de la universidad donde a su hijo no le han concedido una beca este año ni el anterior.

Llevo andando ya varias horas y el sol está alto. A medida que avanza, veo que el ceño de la gente se relaja, y su frente se despeja. Hay más trasiego de gente joven que se saluda recíprocamente con la mano, tal vez afanados en ir preparando sus compras y regalos de Navidad.                                     
Al final de mi calle, junto al colegio,  hay una pequeña plaza recoleta donde han montado un teatro de farsas. Dos polichinelas discuten sin resolver nada, pero se dan de estacazos, alocadamente, en la cabeza. Lo mejor de todo es que provocan mucha risa entre los distanciados transeúntes que se paran. Así se olvidarán del contradictorio mundo que continuamente les está aturdiendo, para llevarlos a una situación relajada en la que sea posible discernir lo que puede pasar tras las votaciones de este fin de semana. El panorama no es muy halagüeño.

martes, 25 de octubre de 2016

LOS CALCETINES ROJOS

Cristóbal Encinas Sánchez
            Le decía a mi mujer que hiciera el favor de buscarme los  calcetines rojos que me puse el domingo. Los dejé encima del váter, solo los tuve puestos en el acto de conmemoración del día de la Hispanidad. Después no he salido a la calle, por la gripe. Mi mujer se empecina en decir en que llevo diez años sin ponérmelos. Ahora, porque no me pegan con la ropa verde, pero antes tampoco porque vestía de color gris.                                                                           
Acaban de llegar mis tres amigos, para un pequeño refrigerio, y nos oyen discutir. Miré por la ventana y los veo sonreír y hacerse guiños. ¿Qué pensarán de mí? Mientras me pongo los pantalones y una camiseta, para recibirlos reparo en que no me había peinado después de ducharme. Me obsesionó tanto la búsqueda de los calcetines rojos que se me olvidó que estarían al llegar.  Busqué entre la ropa, debajo de la cama, en la azotea, pero nada. Yo sé que soy cabezón pero es que mi mujer lo es más. Me dice que no podré encontrar los calcetines porque no los saqué de la maleta donde se guardaron hace años.Y eso me sacó de quicio.  
                                                                             
Cuando pasaron mis amigos al recibidor, me vieron un poco enrojecido. Ellos ya le habían quitado yerro al asunto. Pero me tacharon de ser muy caprichoso. Que adónde iría con los calcetines rojos -dice uno-; que si iba ir vestido de amarillo, parecería una  bandera española, dice otro. Y el otro se aventuró a decir que se los habría llevado el perro, porque a ellos les gusta el olor a pies, cuando yo no tengo perro. Se sonrieron y eso me hizo caer en la cuenta, como en otras ocasiones, de que  ya estaban con el  cachondeo y no se tomarían nada en serio. Yo, cuando digo la verdad, no me echo atrás, y no es porque tenga interés en sacar mi cabeza por encima de todos.                                                                                                                            
Seguimos hablando y siempre me convencen de que hay cierta probabilidad de equivocarme. Yo asiento, tengo el convencimiento de que me equivoco más que nadie. Entonces cedo. Después me quedó como una insatisfacción y un reconcomio que me bajó la autoestima, pero al advertir la tranquilidad que parece haberles entrado a todos, incluida mi mujer, me uno a ellos.                                                                                                         
Llamaron a la puerta y era el repartidor de pizzas con el encargo que hice. Nos sentamos para comerlas. Tras la primera ingesta, nos levantamos para brindar por el compañerismo y por la buena voluntad. Yo me quedo perplejo cuando mi mujer, sentándose la última, dice mirándome a la cara: " Has llevado muy bien el ocultamiento de la prescripción de tu oftalmólogo. Me dijo, cuando lo llamé, dado que tardabas mucho en volver,  que deberías de tener mucho cuidado al cruzar los pasos de peatones, pues te había diagnosticado daltonismo". 
Menos mal que me han salvado mis principios, y ser razonable y prudente. Pero lo que peor me sentó, después de todo, fue la última frase que dijo mi mujer. Y no podía negarlo.

domingo, 23 de octubre de 2016

ENSEÑOREÁNDOTE


Cristóbal Encinas Sánchez

Más me importa de ti el brillo de tus ojos
y cómo mantienes tu garbo y tu destreza.
Esa lozanía en todo tu cuerpo
que redondea el espacio
y te hace volar.
Que el día no se te haga interminable por no romper la exhaustiva dieta
que te has impuesto.
Sé feliz a cada momento,
para así disimular esos kilos
que solo pretenden enseñorearte,
piropeándote,
porque tu cara irradia como un sol
todas las esperanzas que te contienen. 

viernes, 21 de octubre de 2016

IRREDENTOS CANTOS


Cristóbal Encinas Sánchez

Por irredentos cantos mi caminar deambula
con vértigos y miedos, con incontables fatigas. 
Tirito al recibir el viento tempestuoso,
perdido intento desperezarme solo. 
Acuden en mi ayuda almas que me sonríen. 
Las aprecio, me acurrucan en sus brazos como en nido materno, 
reconozco su aliento y el poder en sus manos;
se me abre el camino hacia mi sueño. 
Al dormirme, descanso;
al despertar noto otra vez desasosiego,
estoy desamparado, el alma se me hiela,
me sorprendo asido a la baranda 
que me protege de la futura caída.
Oh, sueño, hazte en mí infinito,
ya no soporto caer pesadamente, 
y que mis esperanzas estallen, 
en ti florece aún mi vida. 
No transijo con el miedo que se hará veloz, 
que siempre me encoge el corazón
y me comprime el cerebro,
que me aprieta el habla 
y no me deja ver entre suspiros. 
Después de la vorágine entro en el receso plácido
de un amor humano, y así me regocijo.
No huyo de alguien, más bien me entrego,
no quiero más andar por los abrojos de mi sino.
¡Humanos!: quiero ahora el calor vuestro,
y sentirme al amor de vuestras manos
que sois el sustento y el apoyo míos,
los inquilinos de mis días más largos.

martes, 18 de octubre de 2016

TODOS SOMOS ALGO

Cristóbal Encinas Sánchez

Todos somos algo
alguna vez en la vida,
si tenemos una buena canción,
una estrategia acertada
y un lugar donde exhibirla.
Pero hay que buscarla,
y demostrar que la puedes bailar.
Esta noche te amaré,
como pareja única en el baile,
con esa canción excepcional
que aprendimos hace ya

en las estelas del tiempo.

lunes, 17 de octubre de 2016

EL AULLIDO DEL LOBO


CRISTÓBAL ENCINAS SÁNCHEZ

          La solitaria  muchacha  se encontraba posando sobre una roca sobresaliente del terreno, de forma que su silueta se vislumbraba en el horizonte a mucha distancia. Nadie podía sospechar que a aquellas horas de la madrugada alguien pudiera observarla con cierta pasión. 
El destello de un  rifle antiguo entre los árboles denunciaba la presencia de alguien que merodeaba a varios cientos de metros de aquel lugar tan espectacular. El arma se había utilizado en la última cacería y resultaba efectiva y estar en perfectas condiciones de uso. Su portador cargó el arma con un solo cartucho. El silencio parecía cortar el aire en los primeros albores.
 La silueta de la chica se prestaba para ser un  blanco idóneo pero execrable. A la distancia a la que se encontraba, y con un teleobjetivo, el éxito era seguro. El cazador encaró el arma hacia la luna llena para hacer puntería y la situó en centro de la mira. La cruz fue bajando y buscando la silueta como si de una diana se tratase: un blanco perfecto.

Pero él no iba a hacerlo. Aquel corazón que había sido suyo, no podía desgarrarlo, ni romperlo,  pese a lo que le había hecho sufrir.
Desenfocó la mira telescópica y un aullido hizo estremecer al monte. Un lobo audaz le había perseguido.  Volvió el cañón hacia aquel objetivo móvil, apuntó y apretó el gatillo contra el animal hambriento.  Se oyó, tras el brusco encontronazo, caer un pesado cuerpo sobre la base del acantilado que le había protegido la espalda.
                                         LA FOTO ES DE MI AMIGO PEDRO OTAOLA

domingo, 16 de octubre de 2016

¿COSAS QUE MÁS ME GUSTAN DE TI?


Cristóbal Encinas Sánchez


Me gusta que me mires cuando estoy durmiendo
y de pronto me despierto.
En ese momento me abstraigo de tu mirada protectora
y me abstengo de contarte lo que estoy pensando,
pero tú me lo adivinas cuando abro los ojos;
verte entusiasmada al final de la noche
y cómo comienzas el día con las cosas sencillas
bebiéndote el agua de la vida
de todos los pozos insalvables;
tu pelo trenzado con las hojas de laurel
en que afloran prendidos galardones:
tus principios, tus ideas y tus razones.
Tu deseo inmedible de entenderme,
y al no conseguirlo, tu cara de sorpresa;
tus desaires y ademanes concebidos
para desalentar al infortunio;
el potente grito que de tu garganta sale
y que no puedes acallar,
pidiéndome socorro.
Me gusta el último catorce de febrero,
tus regalos de besos y caricias,
tus corazones sangrantes, como albricias,
pintados en las sábanas y en los espejos,
debajo de las lámparas y de los libros.
El no saber tus pretensiones
que siempre me ponen en vilo,
como ir al aeropuerto y despedirnos,
vislumbrar el trazo en ascendente vuelo
que en dos minutos, en el cielo difuso,
el monstruo desaparece
y ya no sé si te volveré a ver,
de eso sí te acuso.
Me gustan, de tus sencillos y claros pensamientos,
los que siembran mi esperanza,
y que bordan de ilusiones y alegrías
el alimento imprescindible de mi vida.


sábado, 15 de octubre de 2016

POSTRADO

                                                                                                                 
CRISTÓBAL ENCINAS SÁNCHEZ  

                                                                                                      
Heme aquí postrado, abierto en carnes, 
                                                                                           
acuciado por los tubos que me mantienen
                                                                                  
privado de la libertad que tanto echo en falta.   
                                                                    
Ando como perdido, de mi casa apenas salgo 
                                                                                                    
ni al borde de la acera. 
                                                                                                                                               
No acepto la esclavitud que me ronda con inquina.  
                                                                                   
No saboreo el alimento que me administran   
                                                                                         
por vía nasal imperativa;    
                                                                                                                         
ni disfruto del aire y su perfume  
                                                                                                                    
por tenerlo enlatado y dolorido     
desparramándose por mi cara inexpresiva.    
                                                                                           
El tiempo se me paró hace un mes    
                                                                                                         
y pasa los días haciéndome de estragos: 
                                                                                                                          
la inmovilidad, que adelanta mi caída,   
                                                                                                              
los pensamientos irrefrenables, que me azotan. 
                                                                                                          
Sé que no domino ni el día ni las horas,   
                                                                                       
tampoco la noche ni la aurora.    
                                                                                                              
Caigo en la cuenta, de repente, 
                                                                                                                                     
que soy uno entre los que me acompañan,
                                                                                                   
y entonces los miro con más recelo, más veces. 
                                                                            
Cuando me duermo y despierto con angustia,    
                                                                                                       
algo me atraganta y me obstruye el paso  
                                                                                                  
del aire más silencioso.       
                                                                                                                          
Heme aquí como volviendo a renacer hoy,                                                                                                  
día del año nuevo, aunque cada día lo sea.   
                                                                                  
Nada espero que se oponga a mi destino. 
                                                                                                    
Soy como escritura adornada y sencilla,  
                                                                                                       
que habla en paz con la palabra escasa.  
                                                                                                               
De mis recuerdos pende todavía mi vida: 
                                                                                                  
de niño que fui rebelde caminando  
                                                                                                                
y corriendo por las calles, por el campo, 
                                                                                       
donde aún me encuentro con los amigos 
                                                                                                          
y saco el coraje para seguir viviendo;                                                                                            
juego y aparezco incansable.                                                                                                                            
Así soy también ahora, pienso.
                                                                                                                      
Frente a mí se abre una ventana sigilosa 
                                                                                                                 
y entra un aire fresco impregnado de la lluvia   
                                                                                          
del invierno que tenue apareció hace unos días.    
                                                                                           
Y un alivio improvisado le habla bien a mi cuerpo.                                              
                                                   

martes, 11 de octubre de 2016

SOY VIEJO


CRISTÓBAL ENCINAS SÁNCHEZ

No te creas, soy más viejo que tú
porque años me rondan el ombligo,
hasta el doble de los que yo te digo.
Muy gratamente estoy entre el bambú.

Tenso estoy bien y más cuando respiro,
pero no me complazco resignado,
me conformo con estar muy obligado
teniéndote a mi lado, tú, conmigo.

Estoy cuando te llega el cloroformo,
confortado vigilo tu respiro,
dormirte de placer, te lo propongo.

Retuércenme las veces en que aspiro
al sitio de tu cama, allí esperando
al eco justiciero: el desvarío.

                 
                DICE EL LETRERO; JAÉN, CAPITAL MUDIAL DEL ACITE DE OLIVA          

UN JORNAL MUY DISCUTIDO


   Cristóbal Encinas Sánchez  

       La veraniega noche se había echado encima. Después de una jornada dura, aquella le había sorprendido trabajando. Por la senda hacia el llano de trigo, casi totalmente segado, iba caminando Sergio junto a la filas de haces, poniéndolos bien. “Es una gran satisfacción rendir lo que se cobra”, pensaba. Estaba seguro de que al año siguiente lo llamarían para hacer el mismo trabajo.                                                                                                                  
Su perro, Relámpago, no le perdía de vista y le acompañaba sin quedarse nunca atrás. A veces se ponía junto a él, incluso cuando iba a beber agua, para que supiera que él también tenía sed.
Sergio había recogido todo su hato con las cosas personales y se disponía a irse a casa, pues al día siguiente se acabaría la siega. Colgó su hoz a su cinturón por la empuñadura, en la rabadilla. Ya en la vereda y sin darse cuenta, se le fue acercando el encargado de la finca. Venía solo y para no hacer ruido había dejado su mula cerca de la era, allá en lo alto. El segador reparó, en el último instante, en que alguien se aproximaba. Volvió la cabeza hacia atrás, y los dos hombres encontraron sus miradas, sin saber ninguno la mismas, pues la noche venía oscura. Se aproximaron, tranquilamente.

      –¡Que sea la última vez que cazas a estas horas con el perro! -dijo el manigero.

      –Yo no cazo ni de día ni de noche con el perro, porque no sabe el oficio, solo juega con todos los animales que se encuentra–, dijo el jornalero con voz íntegra y clara, pues aquella conversación no tenía por qué comenzar en aquel tono desafiante.

      – Tu perro siempre va indagando por todos los majanos y olisqueando en todos los cubiles, que lo veo yo.

      –Sí y escucha todos los ruidos que hacen los animales, pero le puedo asegurar que nunca le ha hincado el diente ni a una gallina. Yo le doy bien de comer y no me gusta que vaya por ahí atrapando cosas muertas o pidiendo las sobras a los compañeros a la hora del almuerzo. Como no es depredador, tampoco lo echa en falta.                                                               
      -¡No me vengas con esas!, que tiene espantados a todos los conejos y perdices que hay por aquí. Así que el perrito mañana te lo dejas en tu casa o lo atas y por la tarde lo sacas a pasear, porque tú no tendrás que echar horas extras, otros sí. ¿Me has entendido?, no lo traigas mañana.

      –No querrá usted que haga esa tontería, cuando sabe mejor que nadie que el perro se porta bien y que en todo el día no se retira de mí, apenas.

      –Tú a mí no me corriges, ni me insinúes que puedo estar equivocado, o tonto y no me doy cuenta de las cosas. Hazme caso y no te arrepentirás. ¡Cállate y vete ya a descansar, que mañana te interesará cumplir bien!

La noche se había cerrado totalmente, y ellos  no se veían las caras apenas. El segador le  contestó al instante:

     –Ahora mismo me voy, pero... de juerga, porque la feria empezó esta mañana y nos juntamos los amigos en el recinto.

     –Si tú te vas de juerga, que yo no te vea porque si no lo vas a notar.

     –¿Me vas a dejar sin dar el jornal? –le habló de tú a tú sin remilgos.

     –O algo peor. Me vas a tener que pagar el dinero que pediste como adelanto, pues el amo me ordenó que te lo diera del mío propio, pero no me lo repuso.

     –Tú no le has adelantado el dinero a nadie nunca, me consta, porque no eres generoso y la envidia te corroe.

Las cosas se estaban poniendo tensas y el manigero echó mano a la vara de olivo que tenía para fustigar a los semovientes y la hizo sonar en el aire. El segador permaneció en el sitio, sin moverse. El otro habló descaradamente:

      –Os he dejado muchas veces recoger las bellotas de las encinas dulces que lindan con el monte y los higos verdales de las higueras del barranco, buenísimos, cuando yo tenía cerdos para alimentar –dijo subiendo la voz en forma irrespetuosa  y debido a la escasa distancia a la que se encontraban le llegaban algunos perdigones a su interlocutor.

      –¡A ver si te vamos a agradecer hasta el aire que respiramos en estos trigales!

Se cortó de golpe la conversación. Las estrellas daban una tenue señal luminosa. El jornalero, sigiloso, descolgó la hoz de su cinto, la aprehendió con destreza, la elevó silenciosa hasta el cuello de la camisa del encargado, y sin que este lo advirtiese, le comentó:

      –Te apremio a que no te exaltes tanto y bajes el tono de tu delicada voz, porque mi mano empieza a temblar y sabes que esta herramienta canta en un tono elevado también y corta el pescuezo de un gallo, como tú, en menos tiempo en que hago una manada de mies.  

El avasallador sospechó algún ardid e intuyó, como una ligera mordida, los dientes de la hoz en su camisa, pero no veía nada en absoluto.

      –No te lo tomes así, pues te lo digo por tu bien. El jefe tiene previsto despedir a alguno en el otro pedazo y ha pensado en ti. Pero yo le he quitado las ideas.

      –Tú dices eso sabiendo que a mí no me despedirá. Él también sabe que soy el primero que está en el tajo cada día. Y no me arredro ante el trabajo, haga frío o calor. Siempre me quedo a recoger las gavillas que otros han dejado aisladas, para que no tengáis argumentos contra nadie. Y ahora, estás acabando con mi paciencia.

Hacía un momento en que un viento malagueño se había levantado. La hoja bien templada de la hoz había atravesado la tela de la camisa por debajo de la tirilla del cuello y había mordido la piel del encargado. Este la oía vibrar muy cerca de su oreja, y en mano de un segador tan diestro, la hoja seguiría fiel a su deseo. Sergio no esperó más para decirle en un tono ya apaciguado:

      –Cuando quiera nos despedimos, jefe, pero que sepa a lo que estoy dispuesto a hacer  ahora mismo. Hasta estoy por concederle el gusto de no irme a la feria si se empeña.

Ahí cambió, a mejor, el cariz que había adquirido la conversación.

      –No me lo tomes a mal, muchacho, pero lo que te he querido decir es que si trasnochas, luego, puede ser que no llegues de los primeros al tajo, o que no puedas rendir lo que te pagan. Y yo sé que tú tienes ese orgullo.

     –Sabe usted que sí, pero no me cabree, pues estoy harto de amenazas. Estoy dispuesto a no pasar otra por alto.

El perro, fiel a su amo, les rondaba pusilánime y escurridizo, presintiendo un desenlace bravo y sangriento. Daba vueltas y es que olía el miedo del contrincante.

      –Perdona, Sergio –dijo el afrentado–. Es tarde y no podemos andar discutiendo. Acuérdate de invitar al resto de tus compañeros en esta noche de feria. El amo tuvo la atención de decírmelo esta tarde cuando fui a por el agua. Os lo merecéis porque rendís en demasía. Dile al camarero que os sirva la bebida que deseéis, que la pagaré yo –dijo el muy pelotas.

Sergio fue separando la hoz con mucho cuidado del cuello de su encargado. Tenía la mano bien sentada y sabía manejar con precisión aquella herramienta peligrosa. La bajó con aplomo y la llevó paralela al cuerpo hasta la altura del muslo y ahí se quedó hasta que el otro se marchó a por la mula. De haber seguido en su empeño aquella noche pudieran  haberle  hecho cambiar de opinión con otro "argumento".

      –¡Buenas noches, Sergio! ¡Arre, mula!   
   
      –¡Buenas noches!, señor encargado.

Se despidieron afablemente los contertulios, dando síntomas de que allí había una claridad obvia en la exposición de pareceres.


Salió un poco la luna y Relámpago se quedó vislumbrando en el horizonte al que se alejaba, una figura desgarbada y cheposa con la suerte de llevar aún la cabeza pegada al cuerpo. Dio dos pequeños ladridos de alivio y se colocó de un salto delante de su querido amo, mostrándole el camino hacia su casa, donde le estaba aguardando una abundante comida que tanto necesitaba. 
                   LA FOTO ES DEL ÁLBUM DE MI AMIGO JUAN QUESADA ESPINOSA

sábado, 8 de octubre de 2016

El TIEMPO LANGUIDECE

                     Cristóbal Encinas Sánchez                                                                                               
                                                                                         
Que el tiempo languidece   
con la mezquindad con que se obra;                                                 
que del todo, nada hay que dar por concluido,
ni decirlo todo, a veces.
Así somos, no a conformes manifiestos,                                            
que siempre te he de saludar primero                                                 
en el preciso momento de cruzarnos.                                            
¿No ves mi mirada resuelta a no mirarte,                                  
que caza el impacto de tu aspecto?
Tienes la presencia inquieta,                                                         
el movimiento de los ojos fuera de su ámbito,                              
negando la expresión del rostro                                              
en el ignorado transcurrir diario.                                      
Está como cansada tu cabeza                                                           
y el respirar entrecortado te delata.                                           
¿No será quizá por miedo a dar respuesta                                        
a tus vaivenes obcecados                                                    
que te tienen anclada a la palabra?       
Que sea de otro el tiempo aletargado,                                         
que el mío yo lo ofrezco en canto vivo                                         
que nace de horizontes claros                                              
de crecer a la vida prontamente      
y surge al próximo suspiro                                                                 
de aferrarme al abrazo con el mundo 
que necesita así ser aprehendido.