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viernes, 19 de diciembre de 2014

AL FELIZ PAVO

Cristóbal Encinas Sánchez

        Revolotea el joven pavo al ver llegar al que cada día le da la comida en su mano y vigila por que no le falte el agua.
Cuando tenga seis meses de vida y pese diez kilos en canal, no sabe el pobre  que está próxima su hora definitiva. En el puesto del mercado, sin ningún tipo de pudor, lucirá su carne desgarrada sin plumas y con la cabeza cortada. Será observado por ojos escudriñadores que, cuando les toque el turno de comprar, dirán al carnicero: “Póngame ese, trocéelo a cuartos y deshuese la pechuga. No quiero las patas”. Ahí se verá  la desvergüenza y la infamia. ¡Cómo despreciarán sus fuertes extremidades, las que fueron su soporte! Y lo mismo con su hermosa y altiva cabeza.
La de cosas que se harán con sus muslos: exquisitas sopas y filetes que alimentarán a los hijos pequeños de la casa y les dará el vigor que necesitan tras el esfuerzo en la escuela y en el parque que habrá sido demoledor.                                                                                                                  Ahora, ya no quedará ni un momento para el recuerdo. ¡Pensar que siendo un pavo arrogante estaría siempre con los suyos en el campo, preparado para disfrutar de la naturaleza, procrear y ejercer la libertad a su capricho!
El que lo alimentaba lo engañó, procurando que tuviera un ambiente tranquilo, administrándole también medicamentos para combatir sus  enfermedades. Ese, con un sesgo definitivo de guadaña, segará su cuello o dará la orden a otro ejecutor más especializado. En ese momento, toda la granja estará en el silencio más terrible.                                                         ¡Que sepáis, apreciadas aves de corral,  que todos asumimos vuestro destino sabiendo que vuestras células formarán parte de nuestros músculos, huesos y cerebro.  Esto, tal vez, os reconforte y el saber que también estaréis algunos muy bien presentados en el día de Navidad. 

lunes, 15 de diciembre de 2014

POR CONTESTÓN

CRISTÓBAL ENCINAS SÁNCHEZ

       A la entrada de la bocamina nos juntábamos por la mañana a primera hora, antes de comenzar el trabajo para revisar el material que teníamos que llevar. Yo esperaba al ingeniero que se retrasaba, pues me tenía que dar instrucciones. Mientras, eché una ojeada a mi libreta de trabajos pendientes. No tuve que esperarlo mucho pues divisé por los comedores su casco blanco inconfundible. Se fue acercando a mí hasta que a unos cuatro o cinco metros me voceó inesperadamente:
—¿Tiene la lista de trabajadores ahí? -yo no le contesté porque él no me había saludado. Con voz afable y sonora le lancé:                                                                                                                                 —¡Buenos días, don Marciano! -me miró por encima de sus gafas negras mientras yo seguía acercándome. Cuando estuve a dos metros de él, me alargó un plano de zapatas.                                  —Tome este plano y compruebe si ayer terminaron de poner los estribos en los corrugados para continuar con el hormigonado -yo seguía sin responderle a sus preguntas.
 —¡Buenos días, don Marciano! -le espeté y me esperé unos cinco segundos por si quería dedicarme dos palabras de buen recibimiento. Me aproximé un poco más a él y le dije otra vez con menos agrado:
—¡Buenos días, don Marciano! Que sepa usted que no le voy a contestar a nada de lo que me pregunte hasta que no me dé los buenos días. ¿Es que usted se cree que es más que nadie aquí?, cada uno tenemos nuestra función y usted no es más que yo, que también tengo mi orgullo. Y si no fuera por nosotros, usted no haría nada -le dije muy claramente-. ¿Tanto le cuesta a usted decir buenos días? -a lo que me respondió irónicamente:
— Es que a mí no me gusta decir buenos días a nadie y menos aún si no he desayunado.                                                                        —Pues, ¿sabe lo que le digo?, que eso es de tener muy mala educación. A cualquier persona se le saluda y más nosotros, siendo compañeros. ¡Que no es la primera vez que usted hace esto, hombre!, y ya está bien.
—Ya le he dicho que no es de mi agrado dirigirme en ese tono al comenzar la jornada. Pero ya que insiste tanto y no tengo más ganas de discutir, le diré "¡BUENOS DÍAS!".
A primeros del mes siguiente, al recibir el sobre vi que en el apartado de "PRIMAS" no había ningún cantidad; no me habían dado lo que a todos los trabajadores nos complementaban desde que llegamos a la obra. Sin pensarlo dos veces, por la tarde me fui a ver al ingeniero jefe.
—Don Juan: Se ve que este mes no he tenido el ingreso que todos tenemos por realizar nuestro  trabajo con diligencia y alegría. La prima nunca se la han negado a nadie mientras yo he sido el encargado aquí. Ahora se me niega y quiero saber por qué.  Creo que no me he portado mal y los plazos de la obra van muy adelantados. Le pido a usted, por favor, que me lo diga, si puede averiguarlo.                                                                                                     
—No se preocupe, pero ha tenido que ser por un error. No lo dude. Esa actuación no es propia de nuestra empresa y se corregirá, usted tranquilo.
A los dos días volví  a la oficina a ver si el jefe tenía la respuesta que yo necesitaba, y me contestó:
— Le dije ayer a la secretaria que se le hiciera el ingreso de la cantidad estipulada por ese concepto. He indagado y me han dicho que se la habían negado porque usted era un contestón.
—¡Don Juan, usted sabe que eso no es verdad! Le puedo informar de lo que pasó con esa persona.
—Perdone la broma. No hace falta, pues ya me lo han contado él. No volverá a  pasar                                                                     Desde aquel momento tuve la osadía de que cuando don Marciano venía, yo me giraba, mirando algún detalle en un plano, o simplemente hablando con algún oficial. Él no me decía nada pero mandaba a su ayudante para que me comunicara lo que estimaba conveniente.
Antes de terminar la presa lo enviaron a otro lugar y a mí me dejaron hasta que acabaron las obras. Después me pidieron que me quedara allí para el mantenimiento de la central y así lo hice. Me quité de estar bajo las órdenes de gente tan mal educada y tan orgullosa.

viernes, 12 de diciembre de 2014

DEOGRACIAS

LEMA: UNA QUE SEA FÁCIL

CRISTÓBAL ENCINAS SÁNCHEZ

         Les había puesto a cada uno de los asistentes un gran vaso de ponche de frutas bien cargado de ron. Con la sonrisa en los labios fueron saboreando el delicioso alimento que ella preparaba al comienzo del verano. Era divertido asistir a aquella verbena, que después se continuaría en todos los bailes los fines de semana y que tendría su apogeo en esas noches acariciadoras del plenilunio.  Deogracias presentó al grupo de música pop con unas palabras de reconocimiento y a los presentes les auguró una velada divertida, joven y romántica.                                                                                  Cada uno se tomó tiempo para ir buscando a su pareja de baile, después de entonarse con la primera pieza.                                   Uno de los jóvenes, un poco socarrón, dijo a sus amigos: "Voy a ver si  me encuentro con la esbelta Deogracias". Y ojeó detenidamente, desde la escalera de acceso, todas las cabezas de los que no danzaban, sin poder vislumbrar a la despampanante chica. Al no encontrarla siguió comentando: "Voy a ver si me cojo bien a la Deogracias y estaré con ella toda la noche; ya sabes que se me da muy fácil. Lo pasaremos bien".

Los músicos propusieron seguir con otra canción que se escuchaba a todas horas en la radio. Inmediatamente fueron aplaudidos por los que danzaban.                                                                                      A dos metros de distancia del  presumido joven, en otra pequeña reunión junto al muro que circunscribía el recinto, permanecía a la expectativa la chica que con tanto afán buscaba. Entonces se dirigió a ella, perplejo y en voz baja le susurró: "¿Bailas, por favor ?, ahora iba a buscarte".                                                                                    Ella no le  respondió y, haciéndose de nuevas, le sonrió dispuesta a recibirle. Con los brazos extendidos al máximo y con una lentitud medida, se los dejó caer sobre los hombros a modo de palanca. Él pensó que estaba de broma.                                                                No le permitió acercarse a ella en toda la noche.

sábado, 6 de diciembre de 2014

CONSEJO PARA AHORRAR

Cristóbal Encinas Sánchez
       
       Su calor corporal, acumulado en sus apretadas carnes, lo podía aprovechar íntegramente, por lo que hacía pequeños ejercicios gimnásticos. Todo ayudaba en el día gélido del solsticio de la nueva estación: el invierno; el pronóstico del tiempo era que nevaría por la noche.                                                                                                 El doctor le sugirió que no dejara las ventanas del piso abiertas más de cinco o seis minutos, tiempo suficiente para oxigenar las habitaciones. Si las paredes y el suelo se enfriaban demasiado, para tener después un ambiente confortable, habría que gastar una cantidad de energía mucho mayor, con el consiguiente despilfarro económico para la comunidad.  
A primera hora de la mañana del día siguiente, el doctor se la encontró en su consulta, con mucha ropa y con una gran bufanda enrollada al cuello, por lo que le dijo:

-¡Muchacha!, ¿te has resfriado? ¿Hiciste caso de lo que te dije ayer?

A lo que ella respondió con voz muy afligida y con ademán cómico:

Es que ayer me pilló el frío
al no poder secarme pronto,
después de caerme al río.

jueves, 4 de diciembre de 2014

UN SUCEDÁNEO

CRISTÓBAL ENCINAS SÁNCHEZ

       Cuando me quedé parado por primera vez, me dediqué a las tareas propias de la casa. Iba a la compra, cuidaba de los niños, los sacaba al cine, fregaba y hacía la colada. Mi mujer bastante tarea tenía con realizar su trabajo diario y mantener económicamente el hogar.
Yo tenía mis amigos, con los cuales me reunía una vez al mes, durante los dos primeros años. Luego lo fui dejando porque me ceñía a mis labores con tal intensidad que me absorbía todo el tiempo.                                                                                                    Mi mujer permanecía cada día menos horas en casa porque tenía reuniones de trabajo, viajes y fiestas con sus compañeros. Tomó la táctica de vivir más en la calle que con nosotros, incluso alguna noche la pasaba fuera. Yo comprendía todo esto, que hasta cierto punto era razonable, pues era la cabeza de familia.                                                 
Yo seguía en el paro y sin cobrar nada. Me adapté a esta forma de vida esclavizada y sin pretensiones. Me acostumbré a no salir a ningún sitio porque podría gastar un dinero que no ganaba y ella estaba de acuerdo, por lo que a menudo me lo recordaba. Este hecho me sacaba de mis casillas y hasta me cambió el carácter. Se podría decir que me habían rodeado como a un calcetín. 

Pasaron varios años y mis hijos terminaron el bachillerato con buenas notas. Y se prepararon para ir a la universidad, hecho que me  liberó de mis tareas rutinarias. Comencé a salir con amigos en las asociaciones del barrio. Uno de ellos me comentó que no era vida la que yo tenía. Él participaba en una asociación de separados y conocía a muchas mujeres en la misma situación y, siendo buenas personas, no habían tenido la oportunidad de que les reconocieran sus derechos más legítimos.                                                                                       
Empecé a tontear con una chica más joven que yo. Entonces fue cuando le dije a mi mujer que ahí se quedaba, que cogiera el cesto de la compra y que había llegado la ocasión de que pusiera sus trapos en la lavadora y que planchara. 

Antes de separarnos me buscó trabajo de ayudante de jardinero en el ayuntamiento. Eso me daría plena libertad para rehacer mi vida, de lo cual ella no se percató.
Como ella ganaba un buen sueldo, no me pidió nada en principio. Después, cuando hablábamos de los niños me informaba de que las matrículas valían mucho, de que les tenía que comprar ropa y que ella no podía hacerse cargo de todos los pagos. Se había quedado con la casa, con los dos coches y la cartilla donde teníamos los ahorros.                
Como yo no le hacía mucho caso, empezó a llamarme con más insistencia y con el mismo tema. Indujo a mis hijos -que ya se habían puesto a su favor- a que me llamaran y me pidieran también dinero. Yo, con el sueldo que tenía, no podía hacer frente más que a mis propios gastos, así que no les mandaba nada.

La última vez que la llamé, hace ya cinco años -y no pienso hacerlo más-, me insultó de una forma imperdonable.  Me dijo que la había abandonado como no hace un hombre que se precie, cuando ella se había preocupado de alimentarme a mí y que así era cómo le pagaba. Le hice caso omiso, alegando que me había tratado como a un guiñapo, solo porque ella era la que traía el dinero. Después de tanto aguantarla, lo último que me dijo fue que si es que me daba miedo acercarme por la casa, que era un cobarde. Y preferí cortar la conversación.

Desde entonces vivo tan feliz, nadie me llama; primero, porque no tengo teléfono y segundo, porque a mediados de mes voy al banco para sacar la renta que me ingresa el inquilino de mi casa, pues mi mujer pidió el traslado a donde están mis hijos realizando sus estudios. Ahora, cuando quiero saber algo de ellos, me meto en Facebook en la biblioteca y miro lo que han colgado en su muro. Sé que esto es un sucedáneo, pero por ahora me conformo.


domingo, 30 de noviembre de 2014

ORGULLO

CRISTÓBAL ENCINAS SÁNCHEZ

       Mientras maldecía, subía su tensión arterial hasta el punto de querer salírsele las guitas del cuello. Especulaba, vociferando, haciéndose eco de su mala suerte, de que estaba solo.                Súbitamente, se había dado cuenta de su olvido de mantener a salvo su orgullo siempre tan protegido. A un prestidigitador como él, que había actuado ante multitudes de personas en convenciones de todo el mundo, lo habían hecho descender hasta el peldaño más bajo de la ridiculez. Fue capaz hasta de hincarse de rodillas ante ella, delante de todos sus seguidores -cosa que no había hecho nunca-, para insistirle en que se quedara. 

Aquella mujer le había sacado de quicio, mas no la volvería a engañar. Porque la obligaba.

miércoles, 26 de noviembre de 2014

EL DESEO DE DOMINIO

CRISTÓBAL ENCINAS SÁNCHEZ

         Había previsto con esmerado detalle dotar a toda la infraestructura, donde se ubicaban los desplazados, de un medio de información  altamente valorado en el momento: colocar en los barracones un altavoz. También se habilitó uno de ellos como capilla, con todo lo necesario. Posteriormente se invitó al señor obispo para que bendijera aquel lugar de culto y este asignó a un sacerdote para la administración de los oficios litúrgicos. Todo el mundo, al parecer, quedó contento, si acaso faltaron algunos, los más reticentes, que no mostraron ningún agrado.                          Cuando llegara la hora diaria de la misa,  los feligreses podían asistir plenamente a la misma, en un acto de hermandad.                                                                                 Comoquiera que llegara el buen tiempo, muchos dejaron de asistir a ella. A partir de entonces, empleaban aquella hora en hacer sus compras en el economato de la empresa. Como el grado de  participación se había reducido drásticamente por tal motivo, pensó el administrador de los sacramentos que sería mejor que se cerrase el establecimiento en la hora crítica. Tocó  los resortes apropiados y consiguió que se cerrara.                                                                     A la gente no le cayó nada bien la decisión impuesta por redaños, y como la construcción de la presa iba un poco atrasada, optaron por echar aquella hora como extra y ya comprarían sus provisiones  por la noche.
Cuando el  ingeniero, que llevaba a cargo a todos aquellos trabajadores, se enteró de que estos habían cambiado la forma de vivir debido a la insistencia de aquel clérigo decidido a que se oyeran sus discursos más que la Santa Biblia, optó por mediar en el asunto. Simplemente se había equivocado al llevar aquel asunto y pidió al párroco que dejara de administrar su servicios eclesiásticos y se marchara. Y así lo hizo.                                                                El sufrido personal retomó sus actividades rutinarias y dejó de echar tantas horas extras. Cuando le interesaba a alguno asistir a las liturgias, se desplazaba tranquilamente al pueblo de al lado.         Y no porque le obligaban.
                                              

martes, 25 de noviembre de 2014

EN DERREDOR DE LA LUMBRE

CRISTÓBAL ENCINAS SÁNCHEZ

Saltan crepitando las pequeñas chispas
arropadas con  estilizadas láminas
que dan su calor al cuerpo gaseoso.
Se acarician unas a las otras y yo miro,
mientras tanto, acercándome,
a una lumbre en el hogar de piedras,
metiéndome en sus entrañas,
Pero ellas, al herirlas, más se inflaman.
Una llanura de tormentas se conforma:
tizones humeantes que azulean  
con penachos inyectados de gas,
que son dagas de su alma.
Sus tintes de coraje contenido
agotan al pulmón que los abastece de carbono.
Arde todo como monte castigado
por un rayo fiero hambriento
que se consume al poco en su rescoldo.
Un extenso mar de llamaradas
se enarbola como aguerrido ejército
de afiladas lanzas que se alzan sin miedo.
¡Oh!, cómo tú me acompañas y me das sosiego;
tranquila es la estancia que me preconizas  
y un profundo respirar en mis adentros.
Mis pensamientos cabalgan por enervadas hachas,
llenas de crestas de arados y de troncos aserrados
que dieron vida a tierras despobladas.
Y en los inviernos fríos, a nosotros dieron
el calor en la noche y en las alboradas. 

viernes, 21 de noviembre de 2014

OTOÑO PERFECTO

CRISTÓBAL ENCINAS SÁNCHEZ

El otoño va labrando con pulcritud exquisita
los perfiles y colores de todas las plantas.
El paso incansable de los días nos aproxima
al invierno donde todo permanecerá quieto,
latente, para resurgir luego
cuando vengan los cantos de una inusitada primavera
que dejará traslucir sus bendiciones.
Mientras tanto, la estación callada
va colgando las últimas postales en su nostálgico trayecto.
 ¡Vive!, otoño, que todo lo sugieres y trasminas,
volviéndote a pares de colores infinitos.
 Elogiado tu recuerdo, siempre hay alguien que te observa
 y te enmarca en un reflejo.
Y tú has de saber que has conseguido ser perfecto.


jueves, 20 de noviembre de 2014

NEFASTO

CRISTÓBAL ENCINAS SÁNCHEZ

         Nefasto era abominable por costumbre, cada día, nada más que levantarse. Podía estar alegre y dicharachero por la mañana pero siempre acaba estando contra todo.                                     Nefasto se propuso el día de su cumpleaños ser más transigente y no tan desgraciado. No lo conseguía porque  no era su forma más natural  de ser, y en eso no podía dar más de sí. Tanto si iba a favor o en contra, era muy obstinado.
Parecía vivir en la contradicción, por eso cuando hablaba nadie le escuchaba, y cuando lo hacían se sonreían irónicamente, con la mirada perdida, sin mover un solo músculo del rostro, para ver si así se daba cuenta. Sus amigos pasaban de su conversación, manifestando estar ausentes. Esto le ofuscaba, porque se estaban riendo de él. No quería ser así y se esforzaba al tratar de no liarla por cualquier motivo.  Decidió no hablar casi, incluso cuando le preguntaban varias cosas, lo cual agradecía y le alegraba, pero se reprimía en contestar.                                                                                 No quería tocar ya las flores, porque al hacerlo, seguro es que se deshojarían. En el parque nunca pisaba la hierba por si dejaba de crecer. Cuando se cruzaba con alguien, simplemente hacía un movimiento de cabeza, acompañándolo de un abrir y cerrar de ojos; ya no se atrevía ni a decir buenos días por que se no se fueran a tornar malos. Nefasto fue cambiando  poco a poco su actitud con la gente, siendo propicio y agradable. Sonreía y hablaba  con dulzura, incluso llegaba a ser simpático con los niños.                                                                                                                                             La gente, sin reservas, comenzó a estar encantada con él.



miércoles, 19 de noviembre de 2014

EL AFILADOR

Cristóbal Encinas Sánchez


       Abajo, se oye un silbido lejano, especial, que todo el mundo conocemos.  Si te asomas a la ventana lo puedes comprobar, y nunca falla.
La gran rueda que lleva un hombre moreno, vestido con un mandil de cuero negro cargado de hollín y chamuscado, la acelera a golpe de pedal, con parsimonia, sin prisa. A la gente que acude en corro le ensimisma verlo, cómo dota de un filo cortante a los cuchillos y otros útiles de cortar que le llevan.
Dicen que ese hombre a la vez que afila se lleva otras cosas. Hasta siete le han contado a alguno: son siete las vidas que a veces siega.                                                                                                                     No es razonable ponerle oídos a los bulos que corren por ahí y que están cargados de amenazantes supersticiones. Pero ten cuidado de que el afilador no se pase por tu puerta.

martes, 18 de noviembre de 2014

EL ESCAPULARIO

CRISTÓBAL ENCINAS SÁNCHEZ

       La apesadumbrada chica esperó hasta que pasara la última columna de soldados. Al final de la estrecha calle avanzaba un carro tirado por un triste caballo. Los mutilados cuerpos, exangües, eran zarandeados por los vaivenes cuando las ruedas pisaban  las piedras sacadas del pavimento. En uno de ellos, un brazo se extendió y en su muñeca mostró el mismo escapulario que ella le había regalado la tarde anterior.  Los labios se le quedaron congelados  y no pudieron soltar ni una palabra, solo se le oyó gemir.  Como una desquiciada se precipitó hacia el carro para comprobar si era el de su amado, pero su cara no estaba visible. El cabo que comandaba la fila ordenó a un soldado pararlo.  Tras desplazar los  cuerpos que se amontonaban sobre el que la chica había indicado, comprobó que una tupida barba le cubría el rostro. No podía razonar qué pudo ocurrir. Tal vez, en el último momento de la vida de aquel pobre hombre, le habrían consolado  ofreciéndole la santa imagen para hacerle más llevadero su inminente trance.                                                                             Con cierta resignación, la chica se retiró, de súbito, del inmundo carro para cobijarse en una lejana esperanza.

ESPECIE PROTEGIDA

CRISTÓBAL ENCINAS SÁNCHEZ

       Todos contemplaban asombrados, desde la lejanía, cómo aquel soldado acompañaba a los buitres mientras desgarraban los trozos de carne que les había arrojado desde las almenas. Montaban el jolgorio concertado como un ritual apasionante.                                                       Nunca le atacaron porque conocían perfectamente a su bienhechor. Desde su infancia, durante los fines de semana, él ayudaba a su padre en su alimentación. En aquella época eran ya una especie protegida.  

lunes, 17 de noviembre de 2014

PUES TE ESPERABA


Cristóbal Encinas Sánchez

Hay un huerto dulce y maquillado
producto de la ansiada primavera,
envuelto en un perfume que me embriaga,
cuando asomaste tú por la vereda,
cargada de flores, una en la cabeza, 
haciéndote acompañar  de cantos atrayentes 
que a tu garganta afloran elocuentes.
Yo, mientras, en la copa de un árbol 
observándote,
presumiendo de que no me vieras.
Tú, concentrada, con la Naturaleza conversando.
Entonces osé hablarte y así, candorosa, respondiste:
"Ahí estás, pues te esperaba;
llevo días en que sostengo tu mirada fresca, 
insinuante y atrevida que me dice: 
¡Vámonos ya, amor, a la floresta!".

lunes, 10 de noviembre de 2014

UNA SUPUESTA COMIDA

Cristóbal Encinas Sánchez

        Una hora antes de empezar a servir las comidas en el restaurante de la planta baja hay todo es un trasiego de gente con carnes y pescados selectos dispuestos para ser cocinados con el mayor esmero. Hervir de ollas y sartenes chamuscadas, ensaladas a condimentar con las más exóticas hierbas y especias con el deseado aceite de oliva virgen extra, es lo que suponemos. Un efluvio ascendente emerge por las paredes próximas a mi dormitorio que quiere trasminarte y dejarse comer.
Mi mujer y yo nos barruntamos los platos que van a ser hoy elaborados, los que van a tener la suerte de disfrutarse en la mesa los comensales. Nos suponemos entonces los ingredientes que están utilizando por los olores que percibimos y nos ponemos a continuación a cocinar nuestro supuesto plato.
Al final de la sobremesa comprobaremos quién ha cocinado mejor, si los de abajo o nosotros y cuál el de mejor paladar.

A nosotros nos asiste el privilegio de la altura. Con todos los preparativos, los fogones harán su trabajo en la consecución de los platos de renombre y la mano de los jefe de cocina que sabrán mezclar en proporciones idóneas todos los componentes.
A la hora de sentarnos a la mesa -cada uno en su lugar- saborearemos como un cliente normal y decidiremos sin miedo a equivocarnos si nuestras comidas superarán sobradamente, o no,  a las que ofrecen en el restaurante.

Yo no quiero porfiar, pero mi mujer en esto de la cocina es un encanto.

sábado, 8 de noviembre de 2014

LA MATANZA DEL CERDO

Cristóbal Encinas Sánchez

        Eran las ocho de la madrugada, apenas se veía. Subidos a la tapia del corral, varios niños esperaban la matanza del cochino más grande que habían visto. Decían los de la casa que pesaba más de veinte arrobas. Se habían levantado muy temprano para ver con todo detalle los pormenores de tan meticulosa operación.
El matarife afilaba sus cuchillos de varios anchos y larguras. Un gancho grande con un gran curva por un lado, desentonaba por el otro con un pincho retorcido. Mientras, el agua hervía en la caldera de una manera escandalosa, producto de la rápida combustión de las aliagas.
Una botella de aguardiente seco se coge a la mano del más sediento para echarse un trago y lo comparte con los que forman el cortejo fúnebre. Este acompañará, en la retaguardia, al osado matador hasta la zahúrda, donde duerme el marrano. La algarabía que le despierta no es usual pues hasta lo asusta a esas horas tan promiscuas de un día un tanto raro.
Los niños se quedan a la zaga y ven cómo el agresivo portador del nefando instrumento se acerca silencioso al indefenso cerdo, si acaso lanzándole un ligero gruñido de confianza, para calmarlo. Mal lo lleva si no lo engancha bien por la barbilla. Da un tirón con el gancho y clava debajo del labio, en el maxilar inferior. La comparsa  le socorre al momento con unas empeñadas manos a las orejas, al rabo  y a los cuartos traseros.
En peso se eleva el que será sacrificado y, sobre un banco con fuerte armazón de madera, se tumba al desdichado. ¡Qué pena, cómo chilla!, afligido viendo venir todas las traiciones. Cada uno de los asistentes tira para un lado, lo tienen atado, casi no puede respirar y le están dando la  irritación más impresionante de su vida. Los cardenales le están brotando por todo el cuerpo. Hay un hedor de muerte que trasmina y que es más fuerte que el de las heces que se le escapan, abundantemente, al maltratado.
Un surtidor de sangre caliente, casi hirviendo, sale de la mano del matador tras el cuchillo asesino. Cae imperiosa al lebrillo y removida por una mano delicada, que la estruja, se va haciendo la molleja. Atrás quedan las horas de comidas abundantes de higos, tomates y bellotas. También, en el verano,  las revolcadas  que se prolongaban durante horas en la charcos del huerto y bajo las higueras. La vida no le durará ya más que unos minutos.                                                                                                                      Alguien le dice a los chavales que le den vueltas al rabo,  porque es la manera de que no se le quede ni una gota de sangre en el cuerpo. Después del último estirón, los niños, frunciendo el ceño, van con el dedo dispuesto para investigarlo todo y van tocando las orejas, los ojos, la lengua del muerto. Han comprobado que ya no se quejará más, después de tantos quejidos y esfuerzos en vano.

De sus carnes saldrán los chorizos, las morcillas, los tocinos y la butifarra. Su manteca se utilizará para hacer los mantecados y las tortas de chicharrones, aparte de untarla  en el pan tostado a la lumbre.        
Todo de él se aprovechará, menos la gracia de sus andares. Pero quedará impregnada en sus jamones que serán salados y conservados  para el disfrute de su exquisito paladar y que será alimento de los que lo criaron. 

jueves, 6 de noviembre de 2014

ASÍ LLEGÓ MI VIOLETA

Cristóbal Encinas Sánchez


La primera vez que se emitió en TV la serie de El pájaro espino, nació mi hija. Los protagonistas principales fueron Richard Chamberlain, Rachel Ward y Bárbara Stanwyck , entre otros. Fue una película romántica y nos gustó mucho. Cuando terminó esta, nos acostamos.
A las tres de la madrugada me despierta mi mujer, diciéndome:  "He roto aguas". Sin demora nos levantamos y nos preparamos para ir al hospital. Cogí la bolsa con todo lo necesario y mi Renault 5, que lo había comprado  cuatro  meses antes previendo  lo mismo, y nos pusimos en camino.  Nos hicieron el ingreso y solo quedaba esperar tranquilo a que todo se sucediera  con normalidad,  aunque con lentitud hasta el alumbramiento.
Los dolores comenzaron a  manifestarse flojos a las 03:40 h como un amago para entrar en faena.  En ese momento cogí  un papel que yo había dejado antes en la mesilla y apunté la hora. A  continuación le puse un asterisco y lo aclaré: "significa que el dolor es aún pequeño".
A medida que van llegando los dolores, y mediante convenio tácito con mi mujer, establecemos que  según  la intensidad de los mismos en esta sucesión irregular de ellos y hasta que acabara el proceso, me lo haría saber  con un simple apretón de manos. Al siguiente dolor, me apretó  con mayor fuerza. Yo apunté dos asteriscos y la duración que tuvo. Así, transcribiendo al papel estos datos, me iba yo haciendo una composición de que el proceso seguía con regularidad. Al menos eso creí.
Sobre las siete de la mañana, cuando el doctor Martínez la llamó para llevársela al paritorio, acabarían mis sobresaltos.  Llegué a apuntar hasta cinco asteriscos, que fundamentaban el mayor sufrimiento. Mis manos también lo agradecieron, porque varias veces llegó  mi mujer a clavarme las uñas, cosa que nunca me hizo con anterioridad.

Pasó un cuarto de hora cuando el doctor preguntó: "¿ A  ti qué es lo que te pasa?", diciéndoselo a mi hija recién llegada. Porque ella no lloraba desconsoladamente, sino que mascullaba disconforme con una simple imitación al lloro. Daba la impresión de que la había despertado de un apacible sueño del que la habían sustraído sin su permiso. Sencillamente, estaba un poco molesta.

martes, 4 de noviembre de 2014

UN APACIBLE SUEÑO

Cristóbal Encinas Sánchez                                                                    (A LA MEMORIA DE JAVIER JOYANES)


Quiero que entre todos le inventemos, 
y que nadie le traiga ramos de crisantemos, 
que todavía él no se fue.
No quiero llanto para su apacible sueño 
sino Justicia que a lo lejos veo; 
tampoco un rosario de rojas perlas en su boca. 
Recorre mi cuerpo un estremecedor escalofrío. 

Solo quiero que hoy me regale su sonrisa,
que le adorne la cara 
y que la muestre a todos en la calle.

No quiero abrazos impotentes
ni hondos suspiros de pechos lastimados, 
solo su mirada profunda y sus sonrisas: 
a esas las quiero yo todos los días. 

Libradme de todo lo restante, 
de sus ausencias hasta que las reparen 
y que por fin, tranquilamente, duerma. 

No quiero ungüentos fragantes 
ni esencias que merodeen por su aposento;
quiero voces que clamen su injusticia 
porque todos debiéramos de acompañarle.

Queremos de ti poder abrazarte 
con el profundo querer de tus quereres vivos, 
no pasar de tu vivo color a la desidia; 
que mañana vuelvas a tus cosas 
y a salir temprano con tus amigos. 
¡Qué pronto te escogieron para ir por el camino
diferente al que elegiste 
y que nadie se hubiera imaginado!

Hoy deseamos que tu corazón viva; 
que tu sangre, entera y bien nacida, 
por todos sea recuperada.
Que no caigas en el incalificable olvido 
para no despeñarnos en la desesperanza
y porque esperamos, para ti, Justicia.
Solo con eso, ya nos conformamos. 
                                                                                                                                                                                                                                                

martes, 28 de octubre de 2014

UN LIBRO MUY GRANDE

Cristóbal Encinas Sánchez

      Una noche estaba mi nieta leyendo sus libros de texto, muy ensimismada. Parecía que los disfrutaba, así que le dije: "A mí sí que me costaba estudiar, no como a ti. Tenía que llevar el libro cargado en la burra, de lo pesado que era. Sus hojas eran grandísimas y cuando las iba a pasar se ondeaban y no las podía sujetar, así que las soltaba y volvían casi siempre a  la misma posición.
Cuando me fui a la mili, dejé el libro sobre la burra, no lo descargué. El gallo que tenía para que me despertara -encerrado en una jaula en la terraza de mi dormitorio- se lo regaló a mi madre un señor que le vendió un cupón de la ONCE que luego salió premiado.  Ella me lo había dejado para que me despertara  pronto. Así me prepararía con tiempo la lección. Pues a él también lo dejé subido en la burra.

Como tardé en volver más de un año -estuve en África- a mi regreso me esperaban todos con los brazos abiertos. Saludé a mis padres y a mis hermanos, y a todos nos dio gran alegría de vernos. Al rato me indicó mi madre que fuera a ver a la burra, al fin y al cabo era compañera de fatigas. Quedé casi sin voz cuando entré en el patio y vi que la tenían cargada con el libro. Me pareció que la pobre estaba medio despanzurrada, cansada. "Nadie ha sido capaz de quitarle la carga" -dije apenado-.
—No -respondió mi padre un poco risueño-. Es que te la hemos preparado para que mañana puedas seguir yendo a la escuela.

El libro parecía haber crecido, pues era más grande que cuando lo dejé.
Por la noche metí en mi macuto unas pocas cosas que me tenía mi madre reservadas y unos zapatos nuevos. A otro día, me levanté cuando cantó el gallo y entonces fue cuando no pude esperar más. Decidí preparar mi reenganche en el Ejército.

Pero eso, muchos días, se lo repito a mi nieta y no se lo cree: "Ahora sí que es fácil estudiar".

domingo, 26 de octubre de 2014

A LA LUZ DE LA LUNA

Cristóbal  Encinas  Sánchez

       Entre las junqueras del estanque las ranas croaban incansables su resuelta partitura, complaciendo a la noche cálida y buscando ansiosas, tal vez, a sus parejas. Las sopranos tenían sus cuerdas bien templadas, dando unos tonos sonoros, brillantes.
Pendiente estaba yo de aquellos cantares anfibios cuando recordé la rana del cuento a la que besó un príncipe y se convirtió en hermosa doncella, a pesar de que su piel resbaladiza no era apetecible para ser besada.
Todas las tardes del verano cantan a coro, y en una de ellas me acerqué sigiloso al agua cristalina que transmitía las suaves ondas de sus imperceptibles saltos. Los resueltos ojos semiescondidos bajo la superficie escudriñaban sin ser vistos, y sin alterarse, mi figura. Me agaché y me fui hacia la parte más tupida de las junqueras altas, con una lentitud tan exagerada que hasta pude cazar a una. En mis manos la contemplé y la acerqué a mi cara. Entonces se me ocurrió darle un ligero beso. Con las patas estiradas, me miró atenta. Yo la observaba, como esperando una transformación instantánea. Como no ocurría nada, le secundé con otro beso, dándome la impresión de que me sonreía. Nada de eso. La puse suavemente en la palma de mi mano y al final se decidió a dar un salto olímpico con un estilo impecable que la llevó hacia el centro del estanque.
Esta tarde cuando anochecía me he pasado otra vez por el estanque cuando estaban en una sinfonía plena. Oigo algunos chapoteos. ¿Pensaría la rana que estuvo en mis manos que al darle el beso, quizá, fuera yo el que se transformara en su príncipe?

En esas noches del verano cuando la luna está en su plenilunio y resuenan cantos entregados, yo me imagino que estoy nadando en un lago rodeado de verdes arboledas e inundado de exóticas fragancias. Y que allí hay una mujer escondida que se me acercará para hablarme con voz apasionada. Entonces, los dos nos vamos nadando hacia una pequeña isla interior, en la claridad de una noche solazada.

jueves, 23 de octubre de 2014

UNA VOZ QUE TRATA DE ACALLAR

CRISTÓBAL ENCINAS SÁNCHEZ

Tose una voz que trata de acallar las voces groseras
 y tortuosas de la calle donde no hay control de nadie,
 ni custodia, como tampoco hay voluntad de mejorar nada.
Hasta una docena de noctámbulos juerguistas pululan
alarmando con sus gritos al que duerme
o que administra su silencio.
Zozobran las horas machaconamente hasta la madrugada,
pero es la calma la que se espera deseada
porque un policía hace su ronda
y vigila a los desaliñados que se empeñan
en ensuciar las aceras de colillas
y el aire de exabruptos:
están llenos como odres de alcohol, empedernidos.
Guarda la calle, ahora, el silencio al alba,                                                       cuando ya la noche no tiene compostura.

miércoles, 22 de octubre de 2014

NO ERES COMO ANTES

Cristóbal Encinas Sánchez

Ahora te comprendo.
No puedes ver lo que yo 
pues soy más viejo.
No tienes la cabeza donde crees.
Tus manos las veo temblar
y disimular tus equívocos no puedes.
Te veo caminar por tristes pensamientos
que no son los mismos que antes paseabas.
No sabes volver a tus orígenes
y tú mismo te destrozas.
No admites las contemplaciones
para que nadie reconozca tus torpezas;
aunque razones tengas,
pero ninguna de ellas te es satisfactoria.

Ahora miras con ojos de viejo desoído
desde la atalaya del soberbio resabiado,
como antes te miraban a ti
y a donde  no puedes dirigirte ni mirar.
Como nadie de los de tu clase,
tú tampoco sabes soportar                                                               que tu caída es segura y desesperante.

domingo, 19 de octubre de 2014

UN HOMBRE QUE VIVIÓ EN EL FRÍO

 Cristóbal Encinas Sánchez   
                                                                                                                                 
UN HOMBRE PASÓ FRÍO EN LOS CAMPOS NEVADOS DE LA MUERTE
 AL LADO DE LOS CUERPOS YERTOS DE SUS AMIGOS,
 MUCHO TIEMPO.
 ÉL ESTABA ABRIGADO PERO SINTIÓ AÚN MÁS FRÍO 
 CUANDO NO PODÍA TAPARSE CON UNA PALABRA DE CARIÑO 
 QUE LE HICIERA ENTRAR EN CALOR.
 CUANDO VOLVIÓ A SU CASA DESPUÉS DE LA CONTIENDA 
 TENÍA LA LUMBRE ENCENDIDA DÍA Y NOCHE, INVIERNO Y VERANO. 
 AQUEL PAISAJE DE FRÍO DESOLADOR 
 SE LE QUEDÓ ENGANCHADO AL ALMA. 
 PERO AÚN ESPERABA QUE ALGÚN AMIGO CAÍDO REGRESARA 
 Y LE DIERA SUS CÁLIDAS PALABRAS.



sábado, 18 de octubre de 2014

PALABRAS A DESTIEMPO

Cristóbal Encinas Sánchez

      Estoy pensando en que ayer te hablé apresuradamente en el trabajo y por ello tuviste una respuesta desafortunada. Pasé una tarde de zozobra hasta que fui a esperarte a tu casa. Tú no te podías imaginar que te esperaba allí con el fin de terminar la conversación y te enojaste. Todas las explicaciones que me diste no te las iba a pedir porque no eran necesarias. Solo quería recordarte, como en otras ocasiones, que improvisas mucho cuando comprendes que estás en alguna situación estresante o contradictoria, y tus comentarios van destinados a sacarte del apuro. Lo mismo te ocurre cuando alguien te quiere coger en alguna de tus frases ingeniosas o deslumbrantes. Le das énfasis a cosas sin sentido, en las cuales reconocemos todos una ingenuidad exagerada y que me causa desconcierto, como de que estuvieras en la cuerda floja.
Sé que hay días en que escuchas ciertos debates en la radio, en la cama antes de levantarte, que te hacen mella. Tú misma lo has dicho, y a consecuencia de ello tienes un vocabulario agresivo, que provoca  malestar. Tú no te das cuenta pero hay ciertas palabras que se te graban en la memoria, aunque trates de no decirlas en tu emisión. Esas palabras, por algún motivo, has decidido que sean relevantes o especiales y las llevas al hilo de tus conversaciones con los invitados al programa. Y es evidente que montas una estrategia desafiante y tormentosa que después irás puliendo poco a poco para no ser descubierta y, consecuentemente, escarnecida; pero ya es tarde.
Para este comportamiento, te digo, no encuentro respuesta. Opino que deberías de cambiar de emisora y escuchar canal Radio Clásica que es de música.
¿Sabes que tus jefes no te controlan casi porque eres desenvuelta e innovadora? También porque consigues que nada se anteponga a tus proyectos. Eso es bueno.

Otra vez intentaré acercarme a ti con la simpatía y la dulzura que mereces, en voz baja y cálida, como buen amigo. Entonces, será seguro que me escucharás como si estuvieras tomando un baño de espuma, plácidamente.


viernes, 17 de octubre de 2014

¡DÉJALAS, QUE SE LAS LLEVE EL RÍO!

Cristóbal Encinas Sánchez

Los árboles tiran las hojas,
los pájaros están sombríos;
y de la mujer que quiero
su amor me tiene perdido.

Los árboles están sumidos,
ya las hojas se cayeron,
los pájaros se marcharon
y yo, muriéndome, quedo.

Las hojas están ya secas,
todos los ríos se llenaron
del agua de aquellas lluvias
que del invierno brotaron.
Yo no sé si ellas regaron
el campo que yo regué:
el campo del corazón,
más intenso y más bravío.
Mis ojos vacíos se quedaron de llorar.

Las penas que a mí me acosan
son de alto poderío;
ningún querer me la roba
pues teme salir vencido.
Solo tú puedes quitarlas,
solo tú, con tu cariño,
estas penas del corazón mío.
Mas, yo a este le digo:
¡Déjalas, que se las lleve el río!,
ese río del olvido;
que se vayan solas,
solas sin mi abrigo.
¡Penas solas!, id solitas,
que no os tenderé la mano
y me quedaré tranquilo.

¡Déjalas, que se las lleve el río!.
Y mi corazón responde:
Penas solas van solitas,                                                                                                      que sin ellas, vivo.

jueves, 16 de octubre de 2014

UN RECUERDO LEJANO TUYO

Cristóbal Encinas Sánchez

Tu cara la guardo en una estampa
que yace pegada a fina seda
en una amplia habitación blanca.

Tu aliento lo guardo en un estambre
de color amarillo ensombrecido;
cuando quiero olerlo, me entristezco,
porque él me evoca tu ausencia.

Tu mirada la tengo almacenada,
tus palabras me sirven de consuelo
porque arrancan del fondo de mi alma
para hablarme con suave caricia.

Tus manos blancas -son de terciopelo-
susurran en mi cara en el pasado,
como auroras boreales en invierno;
irisando la luz inabarcable.

Tus largos cabellos que aún sostengo
recogidos en dos trenzas moldeables,
se columpian en sueños por la brisa
sin saber separarse de mis manos,
ávidas y quedas a intervalos.

Tus pechos duros como el fruto henchido,
bien puestos como álamo en la alameda,
prestos para alimentar al hijo
del hombre que te quiere como a nadie,
son como un manantial de aguas cálidas.

Tus sueños de antaño perviven hoy
en mi almacén de los viejos recuerdos,
porque todos me asaltan en la noche;
tus ojos me inundan por las mañanas,
y, al salir el sol, lo abarcan todo,
recién vestida y clara; sosegada
vas andando por la arena sola,                                                                                           buscándome hacia atrás con la mirada.

martes, 14 de octubre de 2014

GRACIAS, PAULA

Cristóbal Encinas Sánchez

Tengo la necesidad de darte las gracias
pero no soy capaz de ir a buscarte.
Tal vez es que soy tímido
pero es que no quiero
que tus compañeros me vean acercarme.
Quiero que sepas que todos los días,
al llegar la hora del tonto percance,
lo recuerdo y te digo:
“Gracias, Paula, por abrirme los ojos y escucharme”.
Fuiste seria y tan comprensiva,
que si doy el salto por aquel camino
me hubiera, seguro, arrepentido,                                                                porque no era el natural para encontrarte.