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lunes, 30 de septiembre de 2019

CITA PREVIA


CRISTÓBAL ENCINAS SÁNCHEZ (Dedicado a mi cuñado que se jubila hoy)

En el mes de junio estuve en las oficinas de la Seguridad Social para que me informaran de cuánto me quedaría de pensión de jubilación, previa valoración de las cuotas que pagué durante cinuenta. A los los veinte días me contestaron diciéndomelo.
El día que me jubilé tuve más suerte que un "quebrao". Fue en septiembre, y amaneció un día espléndido; cogí mi automóvil y me dirigí hacia la capital, presentándome en menos tiempo de lo habitual en la misma oficina donde estuviera hacía tres meses. Me dispuse a sacar número. Cuando salió mi número reflejado en la pantalla, me dirigí hacia el puesto. Al hombre, que me atendió de buen grado, le dije que quería iniciar el trámite para solicitar la prestación de jubilación. Mi sorpresa fue grande cuando me contestó:
–¡No se puede hacer su tramitación porque usted tenía que haber pedido cita antes!
–Mire usted –le contesté–, a mí me dijeron el día que visité esta oficina por primera vez, que me presentara hoy. Pero no recuerdo que tuviera que pedir cita, pues ustedes lo sabían –a lo que el funcionario, con buen semblante, me respondió:
–La cita previa, para estas cosas, es imprescindible, porque no se puede reportar este trabajo, ya que se tarda mucho tiempo en realizarlo. No le sorprenda a usted lo de la cita, porque hace unos diez años que así lo venimos haciendo. Pero como está usted aquí, voy a intentar pedírsela a través de otro ordenador –señaló al que estaba libre en un puesto próximo y se desplazó hacia él . En ese momento me apuntó:
–¡Ha tenido usted más suerte que un "quebrao". Véngase dentro de una media hora y espere a que ese reloj –su dedo le apuntaba –marque las 11:53 horas. En ese momento introduzca su D.N.I. y le dará la hora a la que podremos atenderle hoy.
Yo quedé conforme. Me salí de la oficina y esperé dando un paseo, mirando escaparates. Cuando comprobé que se acercaba la hora prevista, volví a entrar. Pero el reloj no aceptar mi D.N.I. Acto seguido me dirigí al señor que me atendió y le dije que no había nada que hacer pues, tras varios intentos, la máquina expendedora de citas se negaba a dármela. En esos momento había mucha gente en la sala y la máquina no atendía las solicitudes de los que esperaban ansiosos. Nada, que se había atribulado y no daba ningún número. Viendo el pequeño caos y que la gente manifestaba su disconformidad, se levantó otro funcionario para atender él, personalmente, ante la rebelde máquina. Yo me puse a la cola y, cuando me tocó, resultó que tampoco me daba número, así que volví otra vez al mismo funcionario, para informarle de mi infortunio: no había forma de conseguir la cita de aquella máquina. Este solicitó a otro de sus compañeros que hiciera el favor de buscar la cita previa que anteriormente ya me había sido concedida, para imprimirla. ¡Y ahora, sí! Esta vez tuve la suerte mencionada y me dio la hora definitiva para ser atendido intantáneamente. ¡Qué descanso!, respiré con gran relajo. El funcionario mostró su alivio y entonces me pidió todos los datos y papeles necesarios. Rellenó mi solicitud, la firmé y me despedí, dándoles las gracias por ser tan eficaz.

A los pocos días recibí en mi domicilio una carta de la Jefatura Provincial de Tráfico, requiriéndome el pago de una multa por exceder el límite de velocidad en la autovía. Estaba fechada el día y la hora en que fui de viaje para solicitar mi jubilación. Yo me dije: "Menos mal que tenía la suerte de mi lado".

            

sábado, 21 de septiembre de 2019

EXISTIRÉ PARA TI


Cristóbal Encinas Sánchez

Hoy hace una tarde desapacible para salir de compras. El viento insolente me da opción para quedarme en casa, pues soy muy friolero. Enciendo el ordenador pensando en conocerte un poco más, aunque no sé tu nombre solo tu dirección de correo. Leo muchas frases tuyas en los mails que le envías a mi hermana, y cuando ella lo deja abierto, con la pretensión de que le eche un vistazo y que me interese por tus fotos, voy y ella se pierde.

Cuando se pone a preparar la cena, olvida apagar el ordenador para  después enviarme a que lo haga yo. Eso me ha dado ánimos para seguirte día a día. Pienso ir a visitarte mañana en The Clothes Reports donde sé que trabajas. Y estaré apostado en las columnas de los soportales para observarte.                                                                                                              
El pasado fin de semana aprecié, por tus correos, que te interesan mis aficiones, lo que escribo en internet. No quiero que mis opiniones, intrascendentes, te ocupen mucho tiempo, pero sí el suficiente como para que sepas mi parecer sobre la moda del año que viene y sus complementos.
Esta mañana he pensado en ti. Eres una chica divertida, de trato afable en tus relaciones cosas que admiro. Lo deduzco de tu talante, cuando hablas con los clientes, cómo les miras y cómo se mueve todo en derredor tuyo. Te miran complacidos, acatan todos tus asesoramientos. Me doy cuenta de su embeleso cuando ondeas al aire cualquier prenda. Después, al marcharse, te demuestran la satisfacción por la compra bien hecha.  Eres un portento.
                                                                                                         
Dentro de un rato saldré a ver las rebajas de temporada en el escaparate y trataré de que tú me vendas algo que me siente bien. Necesito hacerlo para que te fijes en mí directamente, que seas consciente de que existo y de que no vivo alejado. Quiero conectar mi realidad a la tuya, y me gusta anticipar cómo serían nuestras vidas juntos.

viernes, 20 de septiembre de 2019

OTOÑO PERFECTO



CRISTÓBAL ENCINAS SÁNCHEZ

El otoño va labrando con pulcritud exquisita
los perfiles y colores de todas las plantas.
El paso incansable de los días nos aproxima
al invierno donde todo permanecerá quieto,
latente, para resurgir luego
cuando vengan los cantos de otra inusitada primavera
que dejará traslucir sus bendiciones.
Mientras tanto, la estación callada
irá colgando las últimas postales
en su trayecto nostálgico.
 ¡Vive!, otoño, que todo lo sugieres y trasminas,
alardeando de colores infinitos.
Elogiando tu recuerdo,
siempre hay alguien que te observa
y te enmarca en un espejo.
Y tú sabes que otra vez
has conseguido ser perfecto.

miércoles, 18 de septiembre de 2019

LOS QUE GANAN MENOS DE SETECIENTOS EUROS


CRISTÓBAL ENCINAS SÁNCHEZ

Cuando empezaban la recogida de la aceituna, siendo apacible el día, eran las nueve de la mañana y solían echar tres horas y media o cuatro hasta el almuerzo. El resto, hasta siete, lo hacían después. Se tardaba en comer entre cuarentaicinco minutos y una  hora, de común acuerdo. En ese receso, a los aceituneros les gustaba ponerse al calor de la lumbre y tomar el sol, que apetecía tanto, y sobre todo en los días escarchados en los que el blanco manto se prolongaba hasta las doce y mientras se quedaban la cara y las orejas acartonadas.
En un día del mes de enero, se le ocurrió decir a uno de los más jóvenes recogedores que tenía frío, pues hacía viento y el sol permanecía oculto tras la montaña.  Sugirió que alguno de los presentes, mayores, encendiera una lumbre. No serían aún las once cuando el manigero se negó a encenderla, porque no hacía la suficiente rasca. Y no se podía perder el tiempo, unas veces porque alguno iba a la talega, entre horas, y comía un trozo de torta o unos higos pasados; otras, porque se iban a hacer sus necesidades, otras por la lluvia...Este alegaba, en su razonamiento, que si todos llevaran un régimen de trabajo enérgico, dando el callo como él, el calor acudiría al cuerpo desapareciendo el frío. Alguno tenía mucha galbana, y por eso estaba helado.
El manigero tenía que justificar por la noche lo que se gastaba en peonadas, y ver el rendimiento.  No podía permitir que le tomaran el pelo, era algo que no podía asimilar, y por eso arengaba a los trabajadores.
Algunos días la pesada en la báscula era mínima, y esto le ponía muy nervioso; le parecía como si él no mandara nada y podían sustituirle en el puesto. Así que, como no le salían sus cuentas,  metía diez minutos por la mañana o otros tanto para finalizar la peonada. El esfuerzo extra de todos nadie se lo agradecería, ni la empresa, pero su orgullo - y con las necesidades que había-  le incitaba a hacerlo. La gente, entonces, estaba muy sujeta y si alguno se ponía contestón pues se le despedía.
Esta forma de proceder era algo que ocurría a mediados del siglo XX. Pero lo que está pasando ahora tampoco tiene nombre. En los últimos años hay muchos empresarios que, en cuanto pueden, se aprovechan y el sueldo lo rebajan más de un treinta por ciento. Lo significativo es que las empresas siguen incrementando sus beneficios y, no quedando conformes, cometen otros abusos. Claro está que, con esta reforma laboral que han impuesto los últimos gobiernos, es consecuente llegar a estas situaciones: el empresario es más rico y el trabajador está más desprotegido en todos los ámbitos. O si no que se lo digan a los que ganan menos de setecientos euros.

domingo, 15 de septiembre de 2019

SI CREES QUE YO TENGO LA CULPA


(Cristóbal Encinas Sánchez)
Si crees que yo tengo la culpa
cuando ella te dice que me ama,
estás equivocado.
Tú entenderás que no le llegas
a hacer la más tenue huella
con tus palabras ni con la intención
que tu corazón le manda.
No llegas a entusiasmarla en el intento
más ardiente de admirarla.
Si otro le hace sentir, mirándole a los ojos,
que la transporta a apasionados mundos
y el cuerpo se le inflama con reclamos de ternura,
debes pensar que no la tienes ganada.
Si tú crees que yo tengo la culpa
de que me mire y me preste
de sus ojos arrogantes su mirada,
es que algo aún no entiendes
y que no has sido capaz de enamorarla.

sábado, 14 de septiembre de 2019

UN DÍA DE CARNAVAL

CRISTÓBAL ENCINAS SÁNCHEZ


Eran las cinco de la tarde del día veintitrés de febrero. Anochecía. Estaba lloviendo copiosamente y amenazaba con tormenta. Yo estaba justo en la esquina del Burger esperando. Un hombre se desplazó hacia mí, inesperadamente, cuando yo le señalé hacia arriba. El cable del tendido del tranvía se partió. Un rayo fundió el soporte del cable de la línea de postes. Fue terrible y el estruendo peor. El cable no tocó el suelo, pero dio un fuerte golpe contra un árbol. Presuroso me fui hacia el hombre porque vi que le caía encima una gran rama. Temí lo peor. Dada la proximidad a la que nos encontrábamos, me dio tiempo a sobreponerme y evitar que le golpeara. La luminosidad de otra descarga me cegó y caí al suelo.
El hombre iba vestido de una forma rara, con el disfraz de Pluto. Su silueta me era conocida. Yo traté de sacarle la cabeza de aquel entramado y lo conseguí. ¡Qué tacto tenía la tela de la que estaba confeccionada!, suavísima y transmitía sensación de bienestar. Al separarla de su cara reconocí a mi amigo Sebastián. Vi que respiraba con dificultad y me miraba sorprendido. El aire que venía muy fresco portaba las preciosas notas de una canción especial: "The Carnival is over". Aquella música me traía lejanos y gratos recuerdos. Apareció al momento un coro muy dispar de personajes cantando canciones acordes con el día. El director, disfrazado de Charlot, manejaba su batuta con gran alborozo, con todos los gestos que pudieran imaginarse y cuando todas las maravillas podían ocurrir a la vez se oyeron las majestuosas notas de El cascanueces, de Tchaikovski.
Sucesivamente me encontré una serie de personajes. La princesa Pirlipat discutiendo con la señora Ratona. Alicia que iba vestida de arco iris y derrochaba mucha alegría. Un gato silvestre que no hacía más que corretear detrás de una bonita figura vestida de amarillo a la que amenazaba con comérsela. Ella daba saltos y se ponía histérica, pero le atizaba con una varita mágica para evitarlo.
Entre tanto alboroto, caí en la cuenta de que yo llevaba puestas mis botas viejas. Mis ropas deslustradas me dieron muy mala impresión. Mi gorro rojo, de plátano y mi bufanda descolorida presentaban agujeros. Tal aspecto tenía yo que me aproximé a un charco de la calle y me miré en él. Contemplé un bigote minúsculo y una barba lampiña. Estaba muy raro, me sentía como si fuera otro: iba caracterizado de Cantinflas.
Una ambulancia que cruzaba las vías se paró a mi lado. De ella se bajaron dos enfermeras y un médico que me hablaron un tanto preocupados. Automáticamente se agacharon y con delicadeza me echaron en una camilla. Una comenzó a mirarme la cabeza y a lavarme la cara. Con voz apacible me dijo que me tendrían que dar algunos puntos de sutura. Todos los que se acercaron iban disfrazados y me hacían musarañas, soplando sus matasuegras y otros pitos de caña. Aquel panorama me hizo pensar. No recordaba cómo había llegado a estar tumbado en mitad de la calle. Fue cuando caí en la posibilidad de que aquella gran rama desgajada me hubiera propinado un tremendo golpe en la cabeza. ¿Me habría desmayado?

Una fiesta nos esperaba en el Teatro Infanta Leonor dentro de una hora, un tiempo suficiente para que me vendaran la cabeza y después continuaría con mi marcha. Habíamos ensayado durante dos duros meses la representación de nuestra propia vida y no era cuestión de desaprovechar la ocasión, y ya de paso quitarle un poco de dramatismo a la misma.

UNA VOZ QUE TRATA DE ACALLAR

CRISTÓBAL ENCINAS SÁNCHEZ

Grita una voz que trata de acallar las groseras voces
tortuosas de la calle donde no hay control de nadie,
ni recelo, como tampoco hay voluntad de mejorar nada.
Hasta una docena de noctámbulos juerguistas pululan
alarmando con sus gritos al que duerme,
o al que administra su silencio, insultando.
Zozobran las horas machaconamente hasta la madrugada.
Es la calma la que se espera ansiosa y deseada.
Un policía hace su ronda
y vigila a los desaliñados que se empeñan
en ensuciar las aceras de colillas y de estiércol,
y el aire vomitado de exabruptos: 
están llenos como odres de alcohol.
El policía ahora guarda la calle, con el silencio al alba,
cuando ya la noche no tiene compostura,
pero dejó de ser, de momento, amarga.

viernes, 13 de septiembre de 2019

CANCIÓN DE UN JUBILADO
(Cristóbal Encinas Sánchez)
¡QUE NO BAJE MI PENSIÓN!
NO ME QUEDARÉ EN MI CASA,
PORQUE DESDE LUEGO QUE VOY
A CONCENTRARME A LA PLAZA.
CON LA CATEDRAL DETRÁS,
PLAZA DE SANTA MARÍA,
MIRANDO AL SOL CADA DÍA
PLANTÁNDONOS A LUCHAR.
ESPERAMOS DESDE EL MARTES
PARA PODERNOS JUNTAR,
PLATAFORMA DE JAÉN,
Y DE PENSIONES HABLAR.
A LAS DOCE DE LOS LUNES
HAGA CALOR, LLUEVA O NIEVE,
A LUCHAR POR LAS PENSIONES,
ALLÍ ESTAREMOS PRESENTES.
QUE LA INCREMENTEN POR LEY
LO QUE EL COSTE DE LA VIDA.
Y NO NOS PUEDAN BAJAR
NUESTRA PENSIÓN ADQUIRIDA,
TRAS EL PASO DE UNOS AÑOS
DE ENTREGA MUY AGUERRIDA.
CON EL INTERÉS PATENTE,
LOS VALIENTES JUBILADOS,
CON UN JÚBILO CRECIENTE,
SE PRESENTAN ABRAZADOS
ESTOS LUNES EN LA PLAZA,
MIRANDO AL CIELO, DESPIERTOS,
SIN MIEDO Y CON CONFIANZA,
SABIENDO QUE, A CIENCIA CIERTA,
SU FIEL PENSIÓN NO LES FALLA.
¡QUE NO BAJE MI PENSIÓN!
NO ME QUEDARÉ EN MI CASA,
PORQUE ESTE LUNES YO IRÉ
A CONCENTRARME A LA PLAZA.