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jueves, 14 de octubre de 2021

MI BOLÍGRAFO

 

Cristóbal Encinas Sánchez

 

         Pensé que era mi bolígrafo el que había utilizado para rellenar un impreso, y después lo metí en el bolsillo de mi camisa. La dependienta del establecimiento me avisó de que se lo devolviera. Yo me disculpé, pues no tenía intención de llevármelo ya que otros podrían necesitarlo.

            A mí me suelen regalar algún bolígrafo de vez en cuando, se ve que notan mi afición por este adminículo; siempre suelo llevar uno encima, y lo presto si alguien lo necesita. Me gusta apuntar cosas entre las páginas vacías de las libretas antiguas que encuentro en mis estanterías, para aprovecharlas. Cuando voy a alguna consulta médica, también subrayo lo interesante que encuentro en las revistas. Durante la espera, tomo cualquier trozo de papel que me haga falta para anotar un dato . Ya en casa, lo echo al cajón de mi mesa, lo amontono con otros que pasarán por sucesivas revisiones en los siguientes días. Algunos de estos papelillos se quedan en mi chaqueta, tan bien, que están como pegados a las paredes de los bolsillos.

           Cada año, al entrar el invierno, me encuentro estas pequeñas notas con renglones dispares e inextricables, y me sugieren diferentes temas y matices. Entonces me doy cuenta de que he cambiado algo.

            Se puede uno imaginar que cada bolígrafo nos sugiere ideas diferentes según su aspecto, su forma, tacto o por el color de la tinta contenida. Algunos son más de diario y otros se preservan para lucirlos en la firma de documentos. Estos nos sacan de la rutina y, cuando se gastan, van al depósito, una caja transparente de plástico. En general, los suelo guardar un tiempo por si puedo aprovechar cualquier parte si otros se rompen y también porque han sido los que me han hecho no permanecer inmutable a lo que me acontece, y fueron capaces de tirar de mis ideas y de encauzar mis pensamientos  en momentos convulsos.

            En fin, mi bolígrafo me ayuda diariamente a pensar y a salir con maña de la inercia represiva de la inactividad que nos acecha. Y, aunque él tenga un peso insignificante, liviano, es suficiente como para echarlo en falta cuando salgo de casa. Si no lo llevo encima, rápidamente vuelvo a por él, por eso de no estar, de alguna manera, retraído. Y porque también me sujeta fuertemente la cartera en el bolsillo izquierdo de la camisa.

sábado, 18 de septiembre de 2021

UN GATO CON INGENIO

 

CRISTÓBAL ENCINAS SÁNCHEZ

          Estaba el gato tendido en la puerta de su casa cuando vio pasar a una mujer cargada con dos bolsas, en una de las cuales llevaba algo que le despertó su interés. A la mujer le gustaban  mucho los gatos y este no se hizo de esperar.  En el trayecto, la mujer iba bisbiseando al animal, diciéndole bonico y "mini, mini". Él se le iba acercando y tratando de portarse como ella deseaba, aunque no del todo, pues no se conocían. El gato se rozaba con las paredes y con los árboles muy mimoso, y la rodeaba son sigilo como queriendo ser más cercano.

–¡Oh, minino guapo!, acércate que quiero verte –el gato se acercó más pero no para dejarse acariciar–.¡Qué tímido eres!, pero se te ve muy atento.

El camino era largo y la pobre mujer se puso a descansar en un banco de madera, soltando las bolsas. Entonces se le acercó el felino y, de repente, como una furia endemoniada, saltó sobre una de las bolsas, la que contenía el pescado. Con sus uñas la trinchó y esparció el contenido por el suelo, atrapando una hermosa sardina de un bocado en el lomo y se dio a la fuga el descarado. La mujer quedó perpleja de ver cómo se las había ingeniado para engañarla.

Moraleja:"   Si ves a un hambriento gato               

                    que da muestras de estar solo,

                    te engañará si, a propósito,

                    se puede llevar bocado.

domingo, 12 de septiembre de 2021

UN JORNAL MUY DISCUTIDO

 


Cristóbal Encinas Sánchez

            La veraniega noche se había echado encima. Después de una jornada dura, aquella le había sorprendido trabajando. Por la senda hacia el llano de trigo, iba caminando Sergio próximo a las filas de haces, poniéndolos bien. “Es una gran satisfacción rendir uno lo que le pagan”, pensaba. Estaba seguro de que al año siguiente lo llamarían para hacer el mismo trabajo.

Su perro, Relámpago, no le perdía de vista y le acompañaba sin quedarse nunca atrás. A veces se ponía junto a él, incluso cuando iba a beber agua, para que supiera que también tenía sed.

Había recogido su hato con las cosas personales y se disponía a irse a casa, pues al día siguiente se acabaría la siega. Colgó su hoz por la empuñadura a su cinturón, a la altura de la rabadilla. Ya en la vereda, se le fue acercando el encargado de la finca que venía solo andando, para no hacer ruido, habiéndose dejado a su mula próximo a la era. El segador reparó en que alguien se aproximaba. Volvió la cabeza hacia atrás, cuando los dos se encontraron de frente, sin saber la intención del otro. La luz crepuscular desaparecía. Se aproximaron un poco más.

–¡Que sea la última vez que cazas a estas horas con el perro! –dijo el manigero.

–Yo no cazo ni de día ni de noche con el perro, porque no sabe el oficio, solo juega con todos los animales que se encuentra –dijo el jornalero con voz decidida y clara. Se sintió molesto porque aquella conversación no tenía por qué comenzar en aquel tono.

–Tu perro siempre va buscando por todos los majanos y olisqueando todos los cubiles de los conejos, que yo lo veo.

–Sí, él escucha todos los ruidos que hacen los animales, pero le puedo asegurar que nunca le ha hincado el diente a estos. Yo le doy bien de comer, y no me gusta que vaya por ahí atrapando lo que pille, animales muertos o pidiendo las sobras a mis compañeros en el almuerzo. Como no es depredador, no lo echa en falta.

–¡No me vengas con esas!, que espanta a todas las perdices que hay. Así que el perrito te lo dejas mañana en tu casa o lo atas en aquel chaparro, y cuanto acabe la jornada lo sacas a pasear, porque tú ya no tendrás que echar horas extras, los demás sí. ¿Me has entendido?

–No creerá usted lo que me está diciendo, cuando sabe mejor que nadie que el perro se porta bien y que en todo el día no se retira de mí.

–Tú a mí no me corriges, ni me insinúes que puedo estar equivocado, o que estoy tonto y no me doy cuenta de las cosas. Hazme caso y no te arrepentirás. ¡Cállate y vete ya a descansar, que mañana te interesará cumplir bien!

La noche se había cerrado totalmente, y ellos  no se veían las caras. El segador le contestó al instante:

–Ahora mismo me voy, pero... de juerga, porque la feria empezó esta mañana y nos juntamos los amigos en el recinto.

–Si tú te vas de juerga, que yo no te vea porque si no lo vas a notar.

–¿Me vas a dejar sin dar el jornal? –le habló de tú a tú sin remilgos.

–O algo peor. Me vas a tener que pagar el dinero que pediste como adelanto, pues el amo me ordenó que te lo diera del mío propio, pero no me lo repuso.

–Tú no has adelantado tu dinero a nadie nunca, porque eres avaricioso y la envidia te come.

                 Las cosas se estaban poniendo tensas y el manigero elevó la vara de olivo que tenía en su mano y la blandió en el aire. El segador permaneció en el sitio, sin moverse.

–Os he dejado muchas veces recoger las bellotas de las encinas dulces que lindan con el monte, y las brevas de las higueras del barranco, buenísimas, cuando yo tenía cerdos que alimentar –dijo subiendo el tono de la voz, desaforadamente, dándole algunos de sus "perdigones" en la cara.

–¡A ver si te vamos a agradecer hasta el aire que respiramos!

Se cortó de golpe la conversación. Las estrellas daban una tenue señal luminosa. El jornalero, sigiloso, deslizó su mano por la cintura y descolgó la hoz del cinto; la aprehendió con destreza y la elevó silenciosamente hasta que rodeó con ella el cuello de la camisa del encargado, y sin que este lo advirtiese, le comentó:

–Te sugiero que no te exaltes tanto y que bajes el tono de tu delicada voz, porque mi mano empieza a temblar –en ese momento se levantó aire y la herramienta vibraba en un tono susceptible de ser oído– y corta el pescuezo de cualquier gallo en un verbo.

El avasallador sospechó algún ardid e intuyó, como en una ligera mordida, los dientes de la hoz en su camisa, pero no veía nada en absoluto.

–No te lo tomes así. Ahora te digo que el amo tiene previsto despedir a alguno en el otro pedazo que nos queda y había pensado en ti, pero yo le he quitado las ideas.

–Tú dices eso sabiendo que a mí no me despedirá, pues él sabe que soy el primero que está en el tajo cada día. Y no me arredro ante el trabajo con todo el calor que hace. Después me quedo a recoger las gavillas que otros han dejado aisladas, para que no tengas argumentos contra nadie. Y ahora estás acabando con mi paciencia.

                 Nuevamente otro golpe de un viento malagueño se había levantado. Los dientes de la hoja bien templada habían atravesado la tela de la camisa por la tirilla del cuello mordiendo suavemente su piel. Vibraba muy cerca de su oreja, y en la mano de un segador diestro la hoja seguiría fiel el deseo de este. Sergio no esperó más para decirle en un tono más calmado:

–¡Cuando quiera, jefe, nos despedimos!, pero que sepa que estoy dispuesto a no recibir más amenazas. Hasta estoy por concederle el gusto de no irme a la feria si se empeña – ahí cambió radicalmente el tono que había adquirido la conversación.

–No me lo tomes a mal, muchacho. Lo que te he querido decir es que si trasnochas, puede ser que no llegues el primero al tajo, o que no puedas rendir lo que te pagan. Y yo sé que tú tienes mucho orgullo.

–Sabe usted que sí, pero no me cabree, pues estoy harto de sus chuminadas y estoy dispuesto a ponerle freno.

                 El perro, fiel a su amo, les rondaba pusilánime y escurridizo, presintiendo un mal desenlace. El miedo se adueño de él y se apartó.

–Perdona, Sergio –dijo el afrentado–. Es tarde y no podemos andar discutiendo. Acuérdate de invitar al tus compañeros en la feria. El amo tuvo la atención de decírmelo esta tarde cuando fui a por el agua. Os lo merecéis porque rendís en cantidad. Dile al camarero que os sirva dos rondas y cuanta comida deseéis, que la pagaré yo –dijo el muy pelotas.

                Sergio fue separando la hoz con mucho cuidado del cuello de su encargado. Tenía la mano bien sentada y la bajó con aplomo hasta engancharla otra vez en su cinto. El otro se marchó por la mula. Se despidieron los contertulios, dando síntomas de que allí había mucha claridad en la exposición de pareceres.

                 Después salió la luna y Relámpago se quedó mirando a una figura desgarbada y cheposa que se alejaba en el horizonte. Dio dos pequeños ladridos de alivio y se colocó de un salto delante de su querido amo, mostrándole el camino hacia su casa.

sábado, 17 de julio de 2021

POR AFINIDAD

 

Cristóbal Encinas Sánchez

El violín prodigaba sus notas con gran complacencia. Decían de él que lo había construido Antonio Stradivarius. Ella era casi desconocida: una viola, fabricada en época reciente, siempre lo acompañaba . Ambos hacían una pareja envidiable en todos los auditorios que actuaban, sobre todo en la interpretación de la sonata para violín "El trino del Diablo", de Giuseppe Tartini.

Para el Concierto de Año Nuevo se presentó un joven violonchelo para sustituir al más viejo de la Filarmónica. Con sus aterciopeladas vibraciones entusiasmó a todos los asistentes y no dejó insensible a la viola. Este detalle no pasó desapercibido para su violín, que le susurró:

–¿Por qué has acortado la nota al finalizar el movimiento?

–No lo sé, supongo que ha sido porque las notas del nuevo violonchelo me han distraído.

–¿No será que te ha sorbido el tiempo?

–No, solo he apreciado por un instante la elegancia de su voz.

            Su melodía la había dejado embelesada. Cuando terminaron la última obra, tras la ovación del público, los instrumentistas fueron a guardar sus instrumentos. Ella, con mucho recato, le dijo al suyo que la pusiera junto al nuevo violonchelo, para así tratar de sincronizar sus vibraciones. El instrumentista le respondió que debería ir junto a su violín que, de no hacerlo así, alguien podría pensar mal. Pero ella se mantuvo en la misma tesitura.  

–¿No crees que, ante los demás, eso podría tomarse como una infidelidad? –le espetó nuevamente.

–No se lo tome así, que solo es por afinidad.

martes, 29 de junio de 2021

LA VENGANZA DE GARBANCITO


Cristóbal Encinas Sánchez

       Después de pasar aquel mal trago, tras cometer el error fatal de tumbarse tranquilamente a echar la siesta debajo de la apetitosa col, no le quedó en mente otro pensamiento que el de darle un cambio a su forma de actuar. Arrepentido, le haría caso a sus padres en todo lo que le ordenaran y hasta adoraría las palabras más duras que le dijeran. 

–¡Qué alegría de veros, papá, mamá! Gracias por dejarlo todo y acudir en mi búsqueda, ya me asfixiaba en la barriga del buey. Os quiero tanto que os haré caso en todo. Os lo prometo, por siempre, siempre.

–¡Hijo!, debiste de hacerme caso a la primera –le replicó su madre–. Te dije que tuvieras mucho cuidado, porque eres pequeño de estatura y no te ven. Ha sido una suerte que tu vocecita retumbara en la barriga del buey y así pudiéramos oírte y rescatarte sano.

–Espero que seas siempre respetuoso y obediente, y nunca cuestiones nuestros consejos –le respondió, muy cortante, su padre–, que somos los que más te queremos en este mundo.

       Cuando llegaron a la puerta de su casa, Garbancito se puso alegremente a jugar a la rayuela. Pasado un rato, y haciendo caso omiso a lo que prometió a sus padres, se alejó muy veloz hacia el prado. En el camino se entretuvo en cortar una buena vara de avellano y se fue con dirección al buey para ajustarle las cuentas por habérselo tragado.

lunes, 21 de junio de 2021

REVOLOTEAS FELIZ

 

CRISTÓBAL ENCINAS SÁNCHEZ

        Revoloteas, joven pollo, cuando ves llegar cada día al que te da la comida. Es el encargado de llenar el silo desde donde va repartiendo el pienso y el que vigilará que el agua no te falte. Cuando tengas tres meses de vida y peses alrededor de dos kilos en canal, no sabes, pobre, que está próxima tu hora.

             En el puesto del mercado, sin ningún tipo de pudor, expondrán tu carne abierta y destrozada, exangüe, y tu cabeza cortada estará amontonada con otras. Será escudriñada por muchos ojos y, cuando les toque el turno de comprar, le dirán al carnicero: “Póngame ese, trocéelo a cuartos”,  “deshuésele la pechuga" o "no quiero las patas”. Ahí se verá la desvergüenza de los clientes, cómo desprecian tu cuerpo, tus dedos, los que fueron soporte e hicieron desplazarte por la granja cuando empezabas a vivir.

              La de cosas que se harán con tus exquisitos muslos: una abundante sopa que alimentará a los hijos pequeños de un hogar y les dará el vigor que necesitan. Una buena ración de albóndigas , o en salsa de la abuela (otro día detallaré cómo se hace), que les calmará el apetito canino, pues el ajetreo en el colegio y en el parque habrán sido formidables. Y después no quedará un momento para tus recuerdos, de cuando eras un pollo muy joven y pensabas estar siempre con los suyos en el campo, preparados para procrear y ejercer la libertad en pleno.

               El granjero, el que tanto cuidaba de vosotros procurando un ambiente saludable y tranquilo, que os administraba medicamentos para combatir las enfermedades rutinarias, ese un día te asesinará con un sesgo definitivo de guadaña, cortando tu esbelto cuello, o dará la orden a otro ejecutor más especializado.

               Quiero decirte que todos asumimos tu destino, sabiendo que tus células formarán parte de nuestros propios músculos, sangre, huesos y cerebro. Y esto tal vez te conforte, y el saber que ya no sufrirás más.

                Lo más penoso queda para nosotros, que vemos tantos sufrimientos en el mundo cada día, y no nos hacen caso cuando pedimos a otros asesinos que cesen las matanzas. Pero debemos de insistir y no cansarnos, solo así lo conseguiremos, con la seguridad de que la Humanidad puede vivir mejor, en base a nuestros buenos deseos y a lo que hayamos aprendido –si queremos recordarlo– en el transcurso de nuestra vida.

             

lunes, 14 de junio de 2021

ESPERA INÚTIL

 

Cristóbal Encinas Sánchez

         Se abre inesperadamente la puerta del ascensor que he llamado. Son las seis de la tarde. Toco el timbre de la puerta, aunque está abierta. La enfermera me dice que pase. La sala de espera es acogedora y fresca en estos días del verano. La habitación contigua es la de la consulta del médico. Me siento tranquilamente, y me pongo a contemplar los cuadros de las paredes. Hay muchos y estoy ansioso por contemplarlos. Algunos son fotos de representaciones escénicas, y mirándolos me entretengo mientras llega mi turno. La enfermera ha puesto una música excelente y sugestiva de John Barry. Me fijo en la foto de un castillo imponente que me recuerda la película protagonizada por Sean Connery y Audrey Hepburn.

            Un paisaje marino al fondo, donde la playa, se extiende hasta el final de una tarde lánguida, y sugiere un idilio amoroso. Estoy solo. En otro cuadro, que se advierte un manto receptor de la oscuridad de la noche que se avecina entre una hilera de montañas equiláteras, perfectamente alineadas, me dan una sensación placentera. En otro paño se ve una escalera donde unos transeúntes suben o bajan, no se sabe; se produce un efecto óptico. Sobre una mesita ornamental hay una alabeada figura de cerámica con una mano en alto, parece pensativa, y me mira sosegadamente. Esto me induce a pensar que el diagnóstico sobre mi salud será favorable, ¿o no? También, de forma sesgada, parece que mira hacia el suelo, dándole a entender, al que salga de la consulta, que nadie sabe el tiempo que aguantará su enfermedad. ¿Tendrá remedio? ¿Se sorprenderán entonces los pacientes y la figura no querrá mirarlos a la cara? Por eso mira con la cabeza inclinada hacia el suelo, lejanamente. ¿Habrá un complot entre ella y el doctor? Pero eso es seguro: el doctor le aportará un remedio a sus males. Mientras tanto, no se oye ningún ruido, ni un susurro de un paciente quejoso; ni las palabras de consuelo del profesional que dictamina lo que debe hacer el enfermo para curarse. Por un momento me paro a pensar: ¿El doctor habrá llegado? Me escamo. La enfermera no me ha informado de si está o no. Yo estoy en que sí, en que está pasando la consulta. Llevo cuarenta minutos aguardando. Entro en dudas.

            Son las siete de la tarde y ningún paciente sale de la consulta. Me he dormido. La enfermera permanece callada, como si también ella estuviera a la espera, mirando el libro de citas y apuntando. No ha tenido la delicadeza de informarme. Nadie más ha llegado después de mí, solo una mujer para pedir hora. El doctor no acaba de llegar.

            Me ha dado tiempo de pensar muchas cosas. De prisa, cojo mi sombrero que lo sostenía la figura de cerámica, y me dirijo hacia la puerta. Digo adiós a la enfermera. Ya estaba harto de imaginarme cosas que luego no tendrán confirmación. Yo, por ahora me encuentro bien, sin enfermedades, ¿qué más quiero? No quiero ninguna revisión ni seguir calentándome la cabeza.

sábado, 5 de junio de 2021

UN CAMIÓN CARGADO DE LADRILLOS


Cristóbal Encinas Sánchez

         Era un día del mes de julio. Después de subir una buena cuesta, de pendiente pronunciada de tres kilómetros y muchas curvas, con la intención de que el viejo camión se refrescara -iba bien cargado de ladrillos de Bailén-, el conductor decidió apartarse en una cuneta. El sitio era el idóneo, donde comenzaban unas rectas con visibilidad total, pero ya estaba anocheciendo. Era sin duda el mejor tramo de la carretera nacional con una amplia cuneta. Las hierbas secas habían crecido tanto que disimulaban posibles trampas.

El conductor detuvo el vehículo, y echó hacia atrás para aparcarlo bien, fuera del asfalto. Cuando menos se lo esperaba, notó que el camión derrapó y se inclinó. Su rueda trasera derecha se hundió y él no pudo maniobrar para impedirlo. Impresionado por tan inesperado comportamiento, salió de la cabina con dificultad y fue a comprobar dónde se había metido. ¡Sorpresa!, una atajea, en el lugar más imprevisible y espacioso de la carretera, había aparecido de pronto. El cansancio se había hecho notar y él se había confiado en exceso a la primera de cambio. Las ruedas se introdujeron enteramente en el foso. Las hierbas, muy crecidas, eran las culpables, habían camuflado el peligro. Estuvo un rato pretendiendo sacar  de allí su camión, pero no había forma, había que descargarlo primero -llegó a la conclusión-.  A la hora que era, prefirió dejar el camión allí. Tras señalizarlo, debidamente, se fue andando hasta el pueblo, que estaba a unos cuatro kilómetros.

Al día siguiente volvió al lugar con refuerzos nuevos. Estos se pusieron manos a la obra y lo descargaron rápidamente. Ya liberado del excesivo peso, el conductor arrancó el motor y pudo salir del pozo con escaso margen. Y otra vez más procedieron a cargar los ladrillos.

Por aquellas rectas, alegremente, descansaba el conductor y el camión resollaba, celebrando, después de todo, que no tuviera ninguna avería. Estaba de suerte y el día era prometedor. 

Los muchachos, sentados encima de los ladrillos, cantaban triunfantes cortando el viento.

martes, 25 de mayo de 2021

COMPLOT EN LA BUHARDILLA

 Cristóbal Encinas Sánchez

      A las nueve y cuatro minutos de la noche se había producido una explosión en el tejado de la iglesia. La policía se presentó en el lugar varios minutos después. Nadie sabía qué había sucedido ni el porqué de aquella aberración, la suerte fue que solo se había quedado en un aviso.

–Ha sido una pequeña carga plástica sin metralla –comentó nerviosamente el sargento.

      A cuatrocientos metros de allí, en la buhardilla del hotel rural San Jorge, se reunirían a las 10:45 h, en una extraña cena, los cuatro miembros de la Asociación Aquasol. Estos vestían prendas de colores pálidos para no llamar la atención. Cada uno había  entrando al hotel por libre, y distanciándose en el tiempo para que el recepcionista no pudiera relacionarlos. La noche se presentaba intempestiva, por lo que era mejor estar a buen recaudo. Todos, desde su juventud, habían tenido ideas parecidas y avanzadas como para tomar decisiones importantes sobre la marcha.  

  –El plan originariamente consistía en darles el susto. Creo que hemos cumplido con nuestra misión. Ahora debemos esperar –dijo Martin, juntado las palmas de las manos y entrelazando los dedos–, incluso darles más tiempo.

–No estoy de acuerdo, Martin, te equivocas  –respondió Ernest–. Exactamente no era eso lo que pretendíamos; les habíamos propuesto en las elecciones que el partido dominante nos informara de sus pretensiones hidráulicas. Pero no debemos de infundir el terror.

–Ernest, no te llames a engaño. Esta gente no hablará. Las ideas propuestas deben de ser cumplidas, para que el pueblo confíe. ¿Es que los poderes políticos no se dan cuenta de que esto va en serio? Como no hemos actuado antes, ellos creen que somos incapaces de movilizarnos, pero esto se ha convertido en un desafío. Nuestra mano ahora se mostrará dura, y se lo demostraremos –se dejó caer el notario.  

–Así me gusta, Ambrosius. Si antes de las doce de esta noche no han contestado con las cinco dobles campanadas, demoleremos la presa. Tú darás fe de nos han obligado a tomar esta resolución. Espero vernos, pues, en Gibraltar, a las 2 h 55 m, donde tomaremos un avión que nos llevará a Londres – afirmó con rotundidad el jefe.

     No se recibió la señal sonora, y al dar las doce la cuadrilla se separó con mucho sigilo. En tres horas menos cuatro minutos la estación de radio emitían perfectamente y Ambrosius lo comprobó recibiendo el s.ms. que se esperaba del otro componente que aguardaba a las afueras del pueblo cerca de la presa.  

    Cada uno, por tiempos, se fue hacia su propio coche y en direcciones distintas. Ambrosius, el notario, se fue por el camino camino de la presa para darle la supuesta orden al dinamitero y largarse.

    Dos coches patrulla de la policía los estaba esperando a la salida del túnel, donde los pararon. El teléfono móvil conectado dentro de un florero los había delatado.

lunes, 26 de abril de 2021

PADRE NUESTRO

 

Cristóbal Encinas Sánchez

Padre Nuestro que todo lo puedes,

yo te pido que nos mires otra vez,

aunque nosotros no queramos verte.

Ahora, que tanto lo necesitamos,

échanos un capote

y corta la enfermedad que nos acosa,

que nos impide vivir como personas.

Danos la visión íntegra del mundo

y enséñanos a discernir plenamente

lo que es bueno y a mantenerlo;

y amar a todos los mundanos,

que son nuestra familia,

los que Tú dijiste que éramos hermanos.

Haz que aprendamos de lo que nos está ocurriendo

y que, para otra vez, nos coja vigilantes

para tomar las decisiones importantes

sabiendo a qué atenernos.

Señor, te pido, humildemente,

que los políticos hagan caso de los médicos,

y que no miren tanto por intereses vanos.

Que todo el que profesa la convicción de ser humano,

tenga las puertas abiertas y todos lo comprendan,

para retornarnos a la sabiduría.

No olvidemos a los que nos ayudaron

a sobrellevar esta vida.

Confórtanos, tranquilízanos,

para que no seamos como fieras,

que al menor descuido se devoran.

Por último, recordar

que debemos preservar nuestra memoria

y podamos transmitir los sentimientos

y alegrías a todos los que van a sucedernos.

Amén.

sábado, 24 de abril de 2021

LLUVIA

 Cristóbal Encinas Sánchez


La lluvia es de sorpresas

si el agua mansa es menuda:

para los campos es vida,

para nosotros, fortuna.


martes, 30 de marzo de 2021

EL SEÑOR DEL CABALLO

 Cristóbal Encinas Sánchez 

                En el mes de julio se hace la recolección de los garbanzos. Los braceros están avisados para el día del comienzo. Se saldrá muy temprano para desplazarse caminando hasta la finca. Son malos años y aunque el tiempo es seco no se puede retrasar un día la recogida de las semillas, porque hay miedo a las tormentas y al hambre.

Los braceros se van poniendo uno al lado del otro para formar un frente común. Por melgas o “luchas” se van arrancando las matas. El sabor a salitre se propaga con intensidad.

Al coger la mata y tirar de ella, las manos indefensas se adolecen y resbalan. Cada vez más se ve el color de la tierra ya despoblada. Pronto les comenzará a doler también la rabadilla.

 Un señor a caballo les va siempre a la zaga, viendo cómo llevan la tarea y les alerta de que no se queden gavillas sueltas ni haces mal atados.

 Hace varias horas que se disfrutó del almuerzo y toca un pequeño descanso para echar un cigarro. Algunos llevan picadura de “caldo de gallina” y allí mismo fabrican, con la destreza de sus manos encalladas, un cigarrillo, liando las hebras con un papelito engomado de librete.

El manijero mira el reloj. Transcurridos varios minutos, parece tener una avidez nerviosa por terminar el cigarro recién encendido y le da un bocado. Trata de disimularlo escupiéndolo en un pañuelo. Cuando pasa otro minuto le propicia otro bocado, y así durará menos el receso.

Antes de lo previsto, todos vuelven al corte para aprovechar bien el tiempo, esa es la consigna. Y el calor se deja caer como si fuera plomo derretido.

 Subido al caballo, el señorito merodea por detrás del grupo de trabajadores. Ostenta una elevada posición ecuestre que no todos quieren apreciar.

El bocado de acero entre los dientes del caballo, le hace segregar a este una espesa saliva. Para quitársela del belfo, resopla y se esparce en la cara de una joven muchacha que, sorprendida, se yergue de su postura y se encara con el jinete:

–“¡Señor!, haga usted el favor de retirarse de nosotros y de tenernos en consideración. Estamos postrados toda la mañana, y usted está pendiente de que no dejemos el trabajo ni un momento. Y, por si fuera poco, nos acosa con el pobre animal, que bufa, inquieto , y nos lanza sus babas a la cara. ¡Ya está bien! Y encima, ¡qué bien agarradas están las matas a la tierra!

 A la joven le salieron del alma aquellas palabras. Todavía no había aprendido a ser prudente o a dejarse humillar. A partir de entonces, la tarde estuvo muy laboriosa y ensimismada.

El jinete se mantuvo alejado del grupo de trabajadores mientras caía el sol. Cuando este se puso, el haza estaba ya limpia de las pinchudas matas, formando haces dispuestos en hileras para ser cargarlos en mulos y barcinados a la era. Ahora se podía descansar con toda la tranquilidad.

El viejo avasallador vagaba distante, callado y torvo, como receloso. Los de más edad sabían que nunca hay que fiarse de las apariencias, porque los tiranos nunca se cansan.

domingo, 7 de marzo de 2021

UN SUEÑO AMARGO

 

CRISTÓBAL ENCINAS SÁNCHEZ

           Esta noche encuentro en los posos de este vino amargo reminiscencias de la vida que tuvimos. Ya llegó el momento para no seguir fingiendo que supimos llevar de forma conveniente nuestra apresurada vida.

Ajeno a todo, me cobijo en aquel cuarto de los trastos de la vieja casa de mis abuelos, donde había jáquimas colgadas, tablones, azadones, hoces y rastrillos revueltos en el suelo. Yo buscaba mi entretenimiento preferido bajo la pequeña ventana, en el rincón: la albarda del mulo Romero. Me subía encima y comenzaba a recordar cuando trotaba por los campos de cereal  casi recién nacido, por las orillas de los ríos y por los límites de las alamedas.

Me imaginaba corriendo por las veredas hacia los llanos del Banco con algunos compañeros de la escuela, para ir a asomarnos a los altos farallones que dan al Torcal y desde allí bajar para visitar las cuevas, con el peligro de caernos en alguna sima.

Después, subía a las cámaras, donde jugué muchas veces con mi hermano. Nos escondíamos y subíamos encima de los haces de esparto almacenado que sobraron cuando mis familiares hicieron el tejado.

Escrutábamos todo: dos cencerros grandes que pendían de un clavo, los cestos con semillas, las sarrietas. Otras veces nos armábamos allí con cuchillos, a modo de chuzo o lanza, para defendernos, en caso necesario, de algún “sacamantecas”  que estuviera escondido. Con una corneta deslustrada, calada en bandolera, intentábamos llamarnos con su toque, pero no sabíamos impulsar el aire por la boquilla.

Con un sable herrumbroso y con una bayoneta, intentábamos imitar las peleas del cine. Por ser yo el mayor de los dos, me apropiaba de la espada. No podía blandirla ni con las dos manos, pero nunca nos herimos, porque teníamos mucho cuidado.

Bajo unos mantones grandes, que servían para recoger la aceituna, teníamos escondida una  arquilla que contenía incontables objetos: botellitas con raras esencias y de colores verdosos y lapislázulis; cartuchos de postas con una espoleta exterior, lentes y otros objetos.

Lo que más me llamó la atención fue encontrar un viejo tebeo que estaba resguardado, como pegado a una de las paredes laterales de la arquilla. Era de Pepe Iglesias “el Zorro”, aquel hombre tan amable, que nos haría reír en las noches del solitario invierno, con su programa de radio.

 Eran momentos felices los de antaño, en los que la libertad se manifestaba y se apreciaba de forma continua. Ahora, la indiferencia por todo se hace más patente; las buenas relaciones familiares no tienen aquella alegría y en el trabajo no se tiene la disposición y la responsabilidad de entonces; la preocupación por poseer todo lo que se nos ofrece en el mercado nos han hecho más agresivos, cínicos, fríos y pasantes.

Pensar como antes en el futuro no es ya posible: aquellos sueños cándidos, envueltos en el fino tul de la fantasía y la confianza, se han vuelto amargos.

 Cabe esperar un giro de tuerca en nuestras pretensiones y exprimir un poco más nuestro intelecto para extraer las ideas de prosperidad y erradicar la codicia que nos está engullendo.

Salir del inextricable enredo que nos atenaza, aprendiendo una manera nueva de luchar    –no con espadas y otros artilugios infernales–, que será el objetivo que ofrezca a nuestros hijos un porvenir saludable y lleno de horizontes soleados.

                            

MI PUEBLO, ARBUNIEL, FOTO DE MI AMIGO JUAN QUESADA ESPINOSA


viernes, 5 de marzo de 2021

HECATOMBE

 Cristóbal Encinas Sánchez 

Se avecina con las fauces abiertas

la fiera insumisa de zarpas mortíferas,

infectando viejos cuerpos e indefensos

con necesidad de los días inmisericordes

que arrasarán sus bocas y sus besos.

 

Haces de gritos corren en la tarde

para reclamar derechos soslayados,

mientras miles de cornadas infernales

van abriendo sendas inauditas.

Arrancaron de Atocha a las cinco con la marcha

y se prolongaron por avenidas y plazas

exigiendo justicia,

para no dejar sola a quien padece.

Allí se leen brillantes manifiestos

contra la violencia de mujeres maltratadas.

Por días y años, sin tregua,

se mostraron las muertes.

De los nuevos nominados,

¿se sabe cuál será su número?

¿Quiénes serán los que ahora caigan?

Serán muchos más, los que viven en residencias,

será ahí donde más se cobre vidas el coronavirus,

en esas trampas ya estudiadas con impensables estrategias,

y pensar que eran para un merecido bienestar.

¡Qué torpeza!

Hay cientos de hecatombes que amenazan

a estos reductos perfectos

cubiertos  de  indecencia.

 

lunes, 22 de febrero de 2021

SOPLE EL VIENTO

 


Cristóbal Encinas Sánchez

Hace un fuerte aire

complicado y siniestro.

Nos metemos en la cueva,

y sople el viento;

la cabeza tapada,

apenas lo siento.

Esperamos a que los demás hagan cosas

y ya de paso no nos enfrentamos a nada.

Ahora, más que nunca,

pasa lo más grande,

y nadie se mueve.

Es triste pero no vemos los momentos graves,

los que están pasando;

nos tapamos la cabeza,

y sople el viento.

viernes, 12 de febrero de 2021

UNA HISTORIA EN 45 PALABRAS

 

CRISTÓBAL ENCINAS SÁNCHEZ

1976, febrero. Reunión en el pasillo de las aulas. Hay discrepancia de ideas entre los asistentes. Se levanta uno y se dirige hacia el aula, el profesor espera. 

Tensión. 

Comienza la clase de Motores Térmicos. Después llega otro alumno que también ha interrumpido la huelga.

lunes, 25 de enero de 2021

UNA ROSA


Cristóbal Encinas Sánchez

                A las afueras del barrio de Los Cinco Almendros había un muro paralelo a la cuneta de la carretera donde pintaban los jóvenes sus corazones atravesados por unas largas flechas. Los nombres de ellos estaban en clave de instrumentos musicales; los de ellas, de flores: azucena margarita, hortensia... Como algunos no tenían muchas expectativas de que se echaran por novia a alguna de aquellas señoritas, solían poner debajo de los nombres una fecha imposible, como el 2512 o el 1349 a.C.

Llegó la Fiesta de Santiago y por la noche había una verbena en el barrio. Asistieron chicas del pueblo en cuantía de quince o veinte.

Uno de los jóvenes, muy enamoradizo y ágil en su conquista, le daba sonoros besos a su amada muy repetidamente y con una mínima duración. La chica que era un poco tímida, en principio, los aceptaba pero sin ser vista. Cuando pasaron unos minutos fue teniendo más confianza en él, y su forma de besar ya no la escandalizaba.

Durante el descanso de la orquesta, se fueron "el Flauta" y "la Rosa" detrás de unos jardines próximos en un pequeño parque. No había mucha iluminación, al ser las farolas escasas y todavía no había salido la luna. Ya distanciados un poco, él no se lo esperaba cuando ella se abalanzó de forma que lo sentó en un banco de madera próximo. Le sujetó la cabeza entre sus manos y se la acercó de súbito a su boca. El primer beso fue largo, voraz e inolvidable. "Te quiero, Rosa", decía él cuando pasado un minuto lo dejaba respirar. Y ella volvía a secundar con otro beso aún más pasional y prolongado. Los demás jóvenes, con su cachondeo característico, de uno en uno iban pasando, vigilantes, cerca de donde estaban los enamorados, y se dejaban caer con un "que te asfixia", o "te vas a poner morao".

Retomó la orquesta su actividad. Todas las parejas se aproximaron para bailar un dulce vals. A los enamorados no se les vio más el resto de la velada, y algunos se miraban suspicaces, haciéndose musarañas.

A otro día, en el muro había una inscripción debajo de dos corazones ensartados que decía:"              

A cien metros de aquí, por pocas si se produce la defunción del Flauta, por falta de aire".

Y en el lugar quedó prendido un perfume a rosas recién cortadas.

sábado, 23 de enero de 2021

NOTICIAS FRESCAS

 


CRISTÓBAL ENCINAS SÁNCHEZ

Los días de un sofocante calor de final de primavera y unas noches inacabables de insomnio, me llevaban hacia la desesperación. Había cogido unas cortas vacaciones y no sabía adónde ir. Mis amigos me propusieron salir a las islas Canarias. Uno de ellos me envió el día anterior un e-mail diciéndome que me fuera directamente a Lanzarote. Ya no me daba tiempo a buscar un billete de avión que no costara caro, dada la época. Así que me dediqué a rebuscar en los e-mail antiguos, y sobre todo los de viajes que me mandaron varias agencias, por si alguna vez me decidiera por algunos de ellos.

Después del almuerzo, encontré el e-mail más antiguo. Ya estaba un poco adormilado cuando me tropecé con otro que me despabiló. Este hablaba de mis hijos, de su custodia y de lo que tenía que aportarle, económicamente, a mi ex-esposa. Lo releí y volví a considerar que su cuantía era excesiva.

Como no tenía mucho que hacer, seguí amodorrado hasta que me dormí. De repente, al oír el sonoro timbre de mi teléfono, volví a la realidad. Descolgué el auricular y escuché la voz decidida, cromática y agradable de mi abogado que me decía lo que estaba esperando desde hacía tiempo: "Noticias frescas. Tu ex-mujer se ha casado".

Ipso facto, no lo dudé ni dos segundos. Llamé a la operadora del aeropuerto: "Por favor, un billete en primera línea para Lanzarote. A ser posible, que sea para hoy".

Por una vez, ni reparé en el precio del billete.