CRISTÓBAL
ENCINAS SÁNCHEZ
Eran
novios desde hacía nueve meses. Se habían conocido en el Instituto de Enseñanza
Secundaria donde trabajaban desde el comienzo del curso. Ella había llegado del
Reino Unido, y era licenciada en Filología Hispánica aunque impartía clases de
inglés. Él daba clases de yudo, cinturón negro primer dan. Hacía dos meses que
habían decido formar pareja de hecho y querían alquilar un piso amueblado en el
centro de la ciudad.
Hablaron con la chica de una inmobiliaria para ir a ver un
piso de dos habitaciones, amplio y soleado. A ella le gustaba que pintaran las
paredes de color pastel fucsia, salvo la entradita, de pastel de crema.
Los techos de color esmeralda para los dormitorios, la cocina del color del
trigo y fucsia, y el salón de azul celeste. A él le daba igual el color de los
techos siempre que no fueran de color rojo ni muy cargados.
Se acercó la hora de la cita con la chica de la
inmobiliaria. Él llegó una hora antes de lo previsto y se sentó a la mesa del
bar de la esquina, próximo a la finca que iban a visitar. Hacía mucha calor a primeros
de junio, así que se refugió bajo el toldo del establecimiento y se tomó dos
cervezas a plena satisfacción mientras pensaba en la distribución que tendría
el piso. La pintura sería blanca para su gusto, salvo el dormitorio que sería
azul celeste, algo que había discutido con su novia.
La chica de la inmobiliaria llegó a la hora convenida, se presentó a él y se
sentó a su mesa. Él quedo impresionado
al verla: mujer sensible, elegante y de un color trigueño. Se pusieron a hablar
de las condiciones del contrato. Le informó de que hacía varios días que lo
habían pintado todo de blanco, cosa que a él le gustó. A ella se le veía muy
risueña y afable, muy despierta. Tenía una bonita cara, su pelo negro a lo afro
y con un hoyito en la barbilla. Él le aseguró que el piso era un encanto, bien
orientado, espacioso e íntimo. Un pequeño lunar sobre el labio superior le daba
un aspecto como de diva.
La novia no llegaba.
Ellos esperaron sin prisa, pero dada la tardanza se atrevieron a tocar temas varios:
trabajo, la preparación de las vacaciones...; y por fin llegaron a tutearse. Él
miraba insistentemente su teléfono por si lo llamaba su novia. Siguieron
esperando, a la vez, encantados con la conversación. Se sorprendían mutuamente,
se divertían con ánimo contándose -ya- cosas íntimas. Con cierta suspicacia, ella
le preguntó:
–¿Desde
cuándo buscáis piso?
–Desde principio
de año –él mintió sin darse cuenta, absorto, le salió así.
–¿Crees que ella
vendrá hoy? Aquí se está muy bien, pero tengo que irme dentro de media hora que
tengo otra visita.
–No te
preocupes, pienso que sí. No suele faltar a las citas, es fiel a su palabra. Si
quieres, podemos ver el piso y no demorarlo más. Y si me gusta, todo irá más
rápido –había olvidado que a su novia no le gustaría el color de la pintura, y
lo que él dijera no valdría; pero a él, de momento, le entusiasmaba el color
blanco.
Ella le lanzó
una mirada suspicaz y aceptó la propuesta. Él llamó al camarero y pagó la
cuenta generosamente. Caminaron hacia el piso.
–Tú muestras
mucho interés, pero me gustaría que ella estuviera presente. Aguardaremos en el
portal, que allí hace más fresco. ¿Te importa?
–La verdad
es que estando contigo no me importa esperar –ella se dio por aludida por
alguna pretensión. El chico le había gustado desde que habló por teléfono. Su
voz era halagadora y melódica. Denotaba que tendría un buen carácter, y así
pudo constatarlo. Y una mirada cautivadora, también. Se dejó llevar por su
atractivo y a continuación le invitó a entrar en aquel piso lleno de luz, amplio
y acogedor.
El teléfono de
él no recibía ninguna llamada, por lo que decidió a llamar a su novia. Ella tenía
dos horas libres y se había quedado en el colegio. Él le hizo dos llamadas, una
al teléfono fijo de la oficina, pero nadie contestó. Tras haber llegado a su
término colgó y fue entonces cuando intuyó que algo raro pasaría.
La chica de
la inmobiliaria y él siguieron con su amena y extensa conversación. Él miraba
su boca y sus ojos de hito en hito. Estaba fascinado. A los dos les ocurría
igual, con cualquier cosa se reían y se observaban como si se conocieran hace
tiempo. Por fin, una llamada.
–Sí
–respondió él–, que llevamos esperándote un buen rato.
–Perdona,
creo que ha sido muy prematuro. Es demasiado pronto para meternos en esto. He
pensado que lo seguiremos pensando después de las vacaciones. Adiós –y colgó
sin dar opción a que contestara. La chica de la inmobiliaria no se sorprendió
por ello.
–Suele
ocurrir –dijo–. Las chicas jóvenes centradas no suelen dar este paso tan a la
ligera. Creo que piensan que sus familias no ven correcta esta decisión.
El piso
estaba bien pintado. Con vistas al río y al parque que se extendía hacia praderas
y montes cubiertos de pinos, cuyos aires les envolvía de fragantes aromas. El
romanticismo hizo acto de presencia a una hora un poco intempestiva, fuera de
norma. Aquello era impensable. El pensaba en qué le había hecho cambiar de
opinión.
Dejándose de
zarandajas, rápidamente, le preguntó:
–¿Estás saliendo
con algún chico? –ella notó la intención con la que se lo dijo.
–Soy nueva
en esta plaza. He terminado mis estudios recientemente –eludió sutilmente la
pregunta, dejándole un sabor agridulce.
–¿Te
preparas para lo que estudiaste?
–Sí, pero
mientras tengo que tener algunos ingresos. Por ello me dedico a alquilar pisos.
Pero no está en mis pretensiones salir en serio con ningún chico. Tú me has
caído muy bien, pero tienes compromiso ¿no? Soy muy joven todavía para meterme
en esos berenjenales.
Amablemente
se despidieron. Él no quiso decirle nada más sobre el tema, aunque ansiosamente
esperaba que ella le dijera algo, aunque solo fuera que volverían a verse. Ahora
quería continuar con ella.
Se quedó
mirando cómo aquella figura se iba alejando. Iba a desaparecer tras la esquina,
pero antes de doblarla él la llamó con una voz decidida que no dejó
indiferentes a los que estaban en la puerta del bar.
Ella por fin
se detuvo, se volvió, y tres segundos después le miró con apremio, y le
contestó con un gesto afirmativo de cabeza.